Opinión | INTERNACIONAL

La muerte de Navalni

El repudio de Rusia por parte de Occidente sólo puede provocar despecho y resentimiento en su población, alentar un peligroso nacionalismo y endurecer todavía más su represivo régimen

Homenaje al opositor ruso Alexei Navalni frente a la Embajada de Rusia en Londres

Homenaje al opositor ruso Alexei Navalni frente a la Embajada de Rusia en Londres / Europa Press/Contacto/Vuk Valcic

La muerte del opositor ruso Alekséi Navalni en la colonia penal siberiana donde purgaba la larga pena de cárcel a la que fue condenado, no podía haberse producido en peor momento para el presidente Vladímir Putin.

Su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski, se entrevistaba esos días con el jefe del Estado francés, Emmanuel Macron, y el canciller alemán, Olaf Scholz, en busca de más apoyo militar europeo para su país. Y en la capital bávara se celebraba la anual Conferencia de Seguridad, reunión en la que la guerra de Ucrania y la mejor estrategia para enfrentarse a la "amenaza rusa" ocupa un lugar central.

La reacción de los gobiernos y medios de comunicación occidentales a la noticia del fallecimiento de Navalni fue inmediata: sin esperar a los eventuales resultados de la autopsia, que en cualquier caso nadie, al menos en Occidente, va a creerse, todos señalaron a Putin. El presidente de EEUU, Joe Biden, la vicepresidenta, Kamala Harris, y el secretario de Estado, Antony Blinken, acusaron a Putin, como si leyeran el mismo guión, de ser "responsable directo" de esa muerte, en la que dijeron ver una señal más de la "brutalidad" del líder ruso.

El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, no podía quedarse atrás y, tras calificar a Navalni de "hombre muy valiente que dedicó su vida a salvar el honor de Rusia", coincidió con los políticos estadounidenses en que su muerte es "responsabilidad exclusiva" de Putin. 

Para la presidenta de la Comisión Europea, la conservadora alemana Ursula von der Leyen, el presidente ruso "no teme a nada tanto como a su propio pueblo". "Unámonos en nuestra lucha para salvaguardar la libertad y seguridad de quienes se atreven a enfrentarse a la autocracia", pidió von der Leyen a los aliados, que debaten estos días nuevas ayudas a Ucrania.

Sobre el carácter autocrático del régimen ruso y el trato que depara a los opositores como Navalni, nadie puede ciertamente engañarse. La única pregunta que hay que hacerse, que este columnista lleva tiempo haciéndose, es qué habría ocurrido si en su día la OTAN hubiese aceptado la inclusión de Rusia en su seno, como llegó a solicitar el propio Putin cuando aún parecía tener esperanzas en Occidente.

El que fue secretario general de la Alianza, el laborista británico George Robertson, reconoció que al poco de llegar al Kremlin, Putin le preguntó por qué no se admitía a su país en la OTAN aunque, eso sí, sin tener que guardar cola, como otros aspirantes.  E incluso mucho antes, en 1954, la entonces Unión Soviética solicitó dar ese paso para contribuir a la "seguridad colectiva europea" y por su temor a una posible militarización de la Alemania Occidental, algo que EEUU, sin embargo, rechazó ya entonces de plano.

La política aliancista frente a Rusia, dirigida sobre todo desde Washington, ha consistido, por el contrario, en aislar cada vez más a ese enorme país, expulsándolo prácticamente de una Europa a la que por geografía e historia pertenece. Con ello, sólo se ha conseguido aproximarlo cada vez más a su poderoso y aun más dictatorial vecino asiático, la China de Xi Jinping, principal rival económico y militar de Estados Unidos. 

El repudio de Rusia por parte de Occidente sólo puede provocar despecho y resentimiento en su población, alentar un peligroso nacionalismo y endurecer todavía más su represivo régimen. Es decir, justamente lo contrario de lo que supuestamente se trataba de evitar. Y la muerte en prisión del opositor Navalni, sea accidental o provocada, es por desgracia una de las trágicas consecuencias.