Opinión | TRES EN LÍNEA

La minoría mayoritaria

Diana Morant era la única solución posible en la situación en la que los socialistas valencianos se encuentran tras perder la Generalitat el 28M y para eso le pusieron despacho en Madrid mucho antes del siniestro

Diana Morant, junto a Carlos Fernández Bielsa y Alejandro Soler, en una imagen de archivo.

Diana Morant, junto a Carlos Fernández Bielsa y Alejandro Soler, en una imagen de archivo. / Europa Press

La ministra Diana Morant será la primera mujer que dirigirá el PSPV-PSOE en su ya larga historia. Sería una buena noticia, si no la empañaran tantas sombras. Retirados los otros dos candidatos que se postularon, Morant va a llegar a la secretaría general sin haber expresado, salvo al final y a empujones, el deseo personal de asumir tal responsabilidad, aplicando más tacticismo que voluntad. Y no lo hará ni por mérito ni por liderazgo, sino por cooptación. La paradoja es que todas las decisiones que incumben al futuro de esta mujer la han tomado un núcleo reducido de hombres. Pedro Sánchez, que la ha impuesto. Ximo Puig, que no encontró alternativa mejor. Santos Cerdán, que ha cumplido con el perfecto manual del secretario de Organización, que en el PSOE suele ser el encargado de taponar una herida abriendo otra mayor. Y Fernández Bielsa y Alejandro Soler, los secretarios provinciales de Valencia y Alicante, culpables ambos tanto de poner al partido en una situación imposible como de no ser capaces, luego, de aguantar el pulso que ellos mismos habían echado, potenciando con su tocata y fuga la imagen de que la segunda federación socialista de España queda, por el momento, en franquicia.

Y todo ello, precipitado en la sede madrileña de Ferraz, y con el único objetivo de que los militantes valencianos no tengan ocasión de expresar sus preferencias en unas primarias. ¿Pero no habíamos quedado en que, con el advenimiento del sanchismo, se habían acabado los apaños en los despachos, se había devuelto la voz robada a los afiliados, habría elecciones internas hasta para decidir el portero de la sede y cada militante valdría un voto? Pues no. Eso era antes. Con el PSPV, pasamos a otra pantalla. Y digo yo, ministra, con estos antecedentes, ¿qué puede salir mal?

Probablemente, Diana Morant era la única solución posible en la situación en la que los socialistas se encuentran tras perder la Generalitat el 28M. Para eso le pusieron despacho en Madrid mucho antes del siniestro. Y ahora le arriendan un apartamento de fin de semana en la costa. Menos es nada. Tanto Soler como Bielsa eran opciones de circuito cerrado, de consumo interno, de puertas adentro del partido. Mientras que a Morant no le queda otra que controlar el patio de luces, pero apostar por hacer vida fuera de casa. Veremos.

No son pocos los referentes del socialismo valenciano que se han apresurado a alabar el hecho de que se haya forzado una sola candidatura. La cuestión es, sin embargo, a costa de qué. Porque todos han salido malheridos de esta refriega. Imponiendo la solución manu militari, Ferraz ha demostrado que controla la organización pero le tiene miedo al partido. Por eso su obsesión ha sido impedir que los militantes votaran. Y Morant ha perdido la legitimidad que le hubiera dado salir elegida en unas primarias. El VAR le ha regalado la ventaja que luce en el marcador. Pero aún queda la segunda parte. Y la vuelta. Y no depende de ella: hoy por hoy, si se cae Sánchez, la arrastra consigo.

En las últimas horas, todo está siendo cantos a la unidad y fotos de familia. Después de tanto marear, era lo menos que podían hacer. Pero la procesión va por dentro. La disputa se va a trasladar ahora al control de la ejecutiva. Y a la elección de los delegados al congreso, que son los que tienen que votar la nueva dirección que acompañará a la ministra. La peor pesadilla de Morant radica en eso: en el porcentaje de representación que Soler y Bielsa obtengan en las asambleas de las agrupaciones. Porque si le recordaba aquí a Santos Cerdán que el PSPV tiene como lema el "dame un nombre, que me opongo", y no me negará que lo ha comprobado, el siguiente concepto al que el secretario federal debe estar atento es el de la “minoría mayoritaria”, un aparente oxímoron que los veteranos dirigentes del socialismo valenciano manejan como nadie. ¿Y qué quiere decir lo de la "minoría mayoritaria"? Básicamente es el mecanismo por el cual, alcanzado cierto porcentaje, quien gana un congreso del PSPV en realidad lo pierde y quien parece derrotado con el paso del tiempo lo gana. ¿O no fue ese desgaste el que sufrieron Romero, Pla, Alarte y hasta el mismo Puig pese al poder que le otorgaba presidir la Generalitat?

Cedida por Soler y Bielsa la secretaría general sin disparar un tiro, ahora se trata de quién controla la organización, los comités electorales y de listas, las finanzas, la propia sede… Y de quién lleva más gente a Benicasim el penúltimo fin de semana de marzo. Aquí no se arría una bandera sin que se ice otra. No quiero ni pensar que Sánchez y la flamante secretaria general tuvieran que ponerse a recontar delegados con el tándem Soler/Bielsa. Queda mucho. Y a la ministra se lo van a intentar hacer largo. Cada callejón, una emboscada.

Creo que Morant, recién aterrizada, empieza a ser consciente de todo esto. Ante sí tiene el reto, no sólo de hacerse por sí misma con las riendas del partido que construyó esta autonomía, sino de sobrevivir a un ecosistema que, en cuanto encumbra a una mujer, se pone a trabajar para derribarla, sin distinguir ideologías: que le pregunte la ministra a Mónica Oltra, a Isabel Bonig, a Carolina Punset, a Pilar Lima, a Ana Vega… En la política valenciana la esperanza de vida de las mujeres, más allá de las alcaldesas, es ciertamente discreta.

Morant no puede negar que la han colocado donde está. Cortar amarras, hacerse con el timón y navegar sola será lo que la ponga en velocidad de crucero. En caso contrario, volverá a imponerse la minoría mayoritaria. Ese gran invento que el demonio maldice por no habérsele ocurrido a él.