Opinión | ANÁLISIS

Veinte años no es nada

Alfonso camina lleno de promesas, sin lastre y sin peaje, a punto ya de empezar a tomar decisiones que marcarán su destino y le obligarán a elegir

Juventud, divino tesoro.

Juventud, divino tesoro.

Esta semana, mi hijo mayor cumple veinte años, esa cifra mágica que cantó Gardel, para decirnos que veinte años no es nada, aunque él hablaba del pasado y para mi hijo, el futuro se extiende interminable. Gardel volvía del camino de su vida con la frente marchita, en busca de un recuerdo que alimentaba sus noches de insomnio, un dulce recuerdo que le hacía llorar. Pero Alfonso camina lleno de promesas, sin lastre y sin peaje, a punto ya de empezar a tomar decisiones que marcarán su destino y le obligarán a elegir.

Dichoso él que puede hacerlo. Para otras personas aquí mismo, o en otros lugares del mundo, la capacidad de elegir no existe. No se puede estudiar si eres mujer en Afganistán o si eres hombre y tienes que luchar en Ucrania o Gaza, o no hay trabajo posible en medio de la miseria de África y es fácil deslizarse hacia los márgenes en busca de sustento. Veinte años no es nada, pero lo son todo, para nosotros, sus padres, que le hemos visto convertirse en proyecto de hombre.

Le hemos visto crecer, empezar a andar, a hablar, a jugar con los Gormitti y a desordenar nuestra casa para ordenar nuestra vida. También hemos sufrido sus ramalazos adolescentes (quien lo probó, lo sabe), los vaivenes emocionales, me quiere, no me quiere, sus gustos y aficiones, sus opiniones rotundas y sin fisuras, como solo pueden tenerse en esta época y en la vejez, cuando son lo único a lo que uno puede aferrarse. Pertenece a la llamada Generación Z (¿qué harán ahora con los nuevos? ¿empezarán a matricularlos como los coches, combinando letras?), y supuestamente, es un nativo digital, alguien preocupado por la salud, el bienestar y el medioambiente. También la pandemia le arrebató sus años de salir al mundo, aunque, como todos, los está recuperando con creces. Yo no sé si pertenece a la generación Z o no, pero tanto él como sus compañeros son nuestro futuro.

No han crecido por generación espontánea, como los espárragos. Los hemos educado nosotros, les hemos ayudado a crecer. Es noble, bueno, generoso, inteligente, tiene sentido del humor. Le interesan cosas distintas a las nuestras, quizá como debe ser, aunque a veces duela. Tiene sus propias ideas políticas, sus opiniones, y elige a sus amigos con sus propios criterios. Como tendemos a idealizar nuestro pasado, nos vemos a su edad, mucho más hechos, mejores. Pero no es así. El vértigo del futuro también nos paralizaba, como a ellos. Quizá tuvimos menos opciones, pero era igual de difícil elegir entre ellas. Además, comparar nuestra época y la suya no sirve de nada. No tuvimos ni ordenadores ni móviles ni internet. Somos otra cosa distinta.

Él va a cumplir veinte años, y su camino no se parece al mío, y no debe importarme. Está preparado para seguir andando, para pararse y levantarse si se cae, para avanzar hacia un porvenir que quizá no venga nunca, como decía Ángel González, pero está ahí, a su alcance, si se esfuerza. Hemos hecho lo posible, pero ya solo podemos aconsejar sin invadir, no queda lugar para las prohibiciones. Nosotros empezamos a ser su pasado, como en la canción de Gardel, pero veinte años sí son algo, aunque la vida sea un soplo. Veinte años es la pasión, el vértigo, el abismo de inundar una existencia llena de entusiasmo. Lleva una parte de nosotros, de todos los que formamos parte de su educación y su recorrido. Y no puedo dejar de sentirme orgullosa. Muchas felicidades.