Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Sor Verónica, la llamada al convento

Las privilegiadas que ingresaban en los conventos podían huir de las imposiciones sociales a las que eran sometidas

Limón & Vinagre -  Sor Verónica

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Fueron reductos de libertad y conocimiento para las mujeres en la Europa medieval, quizá los únicos. Las privilegiadas que ingresaban en los conventos podían huir de las imposiciones sociales a las que eran sometidas: desde matrimonios concertados a una maternidad demasiado asociada al riesgo de muerte. En el 898, Emma de Barcelona tomó las riendas del monasterio de Sant Joan de les Abadesses (Girona). Su buena gestión hizo crecer la comunidad, convirtió unas tierras abandonadas en una red de pueblos cohesionados y creó un scriptorium donde se hacían libros litúrgicos. En el siglo XII se fundó el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas (Burgos): la reina Leonor quería un lugar donde las mujeres de la nobleza pudieran retirarse y alcanzar, al menos en la vida monástica, los mismos niveles de mando que los hombres. Sus abadesas gobernaban sobre medio centenar de villas y tierras, impartían justicia, controlaban impuestos y solo debían obediencia al papa de Roma. También en el siglo XII se fundó el Real Monasterio de Santa María de Sigena (Aragón). Llegaron a vivir más de 100 monjas pertenecientes a la nobleza del reino, acompañadas de sus criados y sirvientes. 

Han pasado siglos desde entonces, la mujer ya puede alcanzar el poder más allá de las paredes de un convento, su cuota de libertad ya no está restringida por ley y su acceso al conocimiento es ilimitado. Tampoco la fe religiosa ocupa el peso de antaño. Los datos sobre el número de curas y monjas agonizan. Por primera vez, el número de seminaristas en España ha bajado de 1.000. La cifra no deja de disminuir… excepto en un reducto: la comunidad Iesu Communio. 

Abandonó medicina

Y no, no es un milagro divino. Más bien el prodigio de una mujer y sus circunstancias: María José Berzosa Martínez (Aranda de Duero, 1965), sor Verónica para los fieles. Nacida en un hogar de fuertes convicciones religiosas, abandonó la vida social y la carrera de medicina para llamar a la puerta de las clarisas de Lerma, hacía 23 años que no ingresaba una novicia. Sus amigos apostaban sobre el tiempo que aguantaría tras esos muros. Pero se quedó. Revitalizó el convento y se convirtió en un imán para nuevas novicias. En 2004, el espacio se quedó pequeño para tanta postulante y las religiosas se trasladaron al monasterio de La Aguilera. En 2010, Berzosa consiguió llevar adelante una escisión canónica y ser reconocida como fundadora de Iesu Communio. Siete años más tarde abriría un nuevo convento en Godella (Valencia). Actualmente, la comunidad la forman unas 177 religiosas de una media de edad menor a los 30 años.

El carisma de Berzosa es innegable. Esta mujer atractiva, de ojos verdes, voz suave y firme, sonrisa fácil y gestos cariñosos ha conseguido ganarse la adoración de la alta jerarquía eclesial. Rouco Varela quiso llevársela a Madrid, sin conseguirlo. Con el papa Benedicto XVI se fundió en un largo abrazo que provocó vítores entre los asistentes. Recientemente, también Francisco la ha señalado como una de las «realidades esperanzadoras». 

Pero es entre las jóvenes que Berzosa ejerce una influencia indudable. Muchas de sus seguidoras tienen estudios superiores y pertenecen a familias acomodadas. A la financiación de la comunidad parece haber contribuido millonarios donativos de grandes fortunas vinculadas al Opus Dei, los Kikos o Los Legionarios de Cristo. La fundadora de Iesu Communio no se ha librado de la crítica. En algunos sectores se ve con recelo su exceso de personalismo. Puede. Aunque si tenemos en cuenta que la Iglesia católica suma entre 9.000 y 20.000 santos (no hay acuerdo entre los expertos), el fervor que genera sor Verónica se enmarca en una larga tradición de cultos a la personalidad. 

¿Qué ofrece Berzosa a esas jóvenes que han convertido la sonrisa en la marca del convento? Su comunidad no les brinda el poder y la libertad de la Edad Media. Tampoco el combate de la pobreza y la injusticia, Iesu Communio es una comunidad contemplativa. Quizá, precisamente, es esa forma de vida lo que les atrae. La huida de un mundo urgente y sobrecargado, la paz mental del sosiego y, por supuesto, la espiritualidad. Hay quien la busca en la industria de la felicidad, en la práctica del yoga o en el mindfulness. Las hermanas de hábito tejano (todo un acierto estético) parecen encontrarla en la austeridad católica más tradicional, en una alegría un tanto pueril y en una líder carismática que las guía. Quizá, un signo más de los tiempos.