Opinión | PARECE UNA TONTERÍA
Que parezca un desastre
El placer residía en hacerlo con las propias manos, no en dejarlo en las manos expertas de otros
Meterte a hacer algo que no sabes hacer produce una extraña emoción. No meterte, y dejarlo en manos de alguien que sí sepa, quizás también. Pero de vez en cuando el espíritu de aventura, la alegría de la ignorancia, el nihilismo incluso, se manifiestan con suficiente fuerza como para conseguir que te impliques en empresas que no dominas, y que deje de importarte el resultado, que, lo más seguro, excelente no va a ser. Hay un momento, en Elogio de las manos, de Jesús Carrasco, en que el narrador confiesa que en la casa ruinosa a la que él y su familia llegaron en 2011, para pasar allí algunas temporadas de descanso, «solía emprender tareas nuevas para las que no estaba preparado. Simplemente me ponía a ello».
Podían disfrutar del uso provisional de la vivienda mientras su titular real esperaba a conseguir la financiación necesaria para derribarla y en su lugar construir algún día apartamentos. Eso podía tardar semanas, meses o años. Entretanto, para volver habitable la casa debían someterla a continuas reparaciones. El placer residía en hacerlo con las propias manos, no en dejarlo en las manos expertas de otros. «En ocasiones las cosas salían mal, en otras se satisfacía una necesidad, y, de vez en cuando, conseguía resultados aceptables. Lo que iba aprendiendo era a disociar el resultado de la iniciativa», afirma el narrador.
El modo en que uno decide hacer ciertas cosas, ajenas por lo general a sus destrezas, conduce no pocas veces a un pequeño desastre, pero ¿y qué? El gozo, para algunos, está precisamente ahí, en hacerlo de tal manera que, si bien no desemboque en algo sublime, «nos exprese en cada gesto». Es sabido que existen habilidades que tú no lograrás adquirir, desarrollar, perfeccionar, y que seguramente terminarán por someterte. Pero, como escribe Carrasco, «fracasar en lo que me proponía no era el fin del mundo, sino la única forma posible de estar en él». Al final, la novela te enseña que uno de los encantos de la vida es que algunos propósitos no salgan bien, pero posean la forma de tus manos.
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