Opinión | ANÁLISIS
Barcelona, mucho que aprender de Miró y Picasso
Lejos queda el gran parque ciudadano abierto a todos que tantos anhelamos, sin déficits de accesos y con transporte público, mantenimiento y seguridad
Evitar Ciutat Vella un sábado por la mañana es un deber de obligado cumplimiento para muchos de los barceloneses de adopción como yo -poco amantes de las aglomeraciones-, por mucho que la ciudad dé por erradicados los grupos masivos de turistas que callejean por el barrio megáfono en mano. El tiempo apremiaba para visitar la exposición Miró-Picasso, que tenía en mi lista de tareas pendientes a una semana del cierre, y no hubo otra que adentrarse en Ciutat Vella hasta llegar al Museo Picasso, una de las dos sedes de la muestra. Esperar por los alrededores hasta la hora reservada me permitió darme un baño de multitudes, que se repitió después en la pinacoteca. Costó no sentirse en minoría entre tanto turista internacional que da aliento al museo, sobre todo asiático, mientras admiraba las obras de los artistas.
Nada que ver con lo vivido en la Fundació Joan Miró, también sede de la exposición. Montjuïc no es Ciutat Vella, sobre todo si no juega el Barça. Accedí sin reserva y sin cola, igual que pude estar a solas ante varias piezas de Miró. Paseé después por la montaña y encontré mil sitios libres en las terrazas o en esos miradores en los que te quedarías a vivir. Hasta el teleférico estaba cerrado por mantenimiento.
Duele que Barcelona siga sin explotar las potencialidades de Montjuïc y que los planes de mejora de este entorno emblemático se eternicen desde 2019 hasta el infinito y más allá. También, que su amplia oferta en deporte, cultura, naturaleza, educación y patrimonio seduzca más a los turistas que a los locales. Lejos queda el gran parque ciudadano abierto a todos que tantos anhelamos, sin déficits de accesos y con transporte público, mantenimiento y seguridad. Así será difícil que Montjuïc aporte el oxígeno que el turismo en el centro de la ciudad tanto necesita.
Cabe recuperar el debate sobre las posibilidades de Montuïc y contagiarse del espíritu de colaboración que existió entre Miró y Picasso. Guiados por su amor a Barcelona, le dieron un legado propio, con dos instituciones culturales que llevan sus apellidos y que son referentes internacionales.
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