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La popularidad y las encuestas

Si Cataluña mejora y si el Estado consigue una reforma cabal y más ecuánime del sistema de financiación autonómica, habrá valido la pena el empeño

Apertura de la XV Legislatura

Apertura de la XV Legislatura / chema Moya

Estamos al comienzo de la legislatura, en un punto en que todavía resuenan los pactos políticos parlamentarios que han hecho posible la obtención de una mayoría de gobierno. Estos procesos, habituales en sistemas pluripartidistas como los de Países Bajos, Austria, Dinamarca, Italia, Suecia… dejan mal sabor de boca porque, de una parte, ponen de manifiesto la vertiente más comercial y ramplona de la política —los pactos son una transacción, un trueque— y, de otra parte, cohesionan una opción antagónica de la otra cuasi mitad de ciudadanos, que ven desencantados cómo deberán sufrir una legislatura dirigida por sus adversarios. Pero esto es la democracia, que sigue siendo, según el célebre axioma de Churchill, el peor de los sistemas políticos, a excepción de todos los demás.

Los manuales de parlamentarismo explican que los líderes políticos electos aplican las medidas más impopulares al principio de sus mandatos. Y, como dijo Edmund Burke, “agradar cuando se recaudan impuestos y ser sabio cuando se ama son virtudes que no han sido concedidas a los hombres”. Pero los gobiernos piensan, a veces con razón y otras sin ella, que los sacrificios que se imponen hoy en forma de más presión fiscal, por ejemplo, serán un generoso activo político mañana, cuando se perciban los beneficios sociales y la mejora del nivel de vida conseguidos.

Quiero decir que las encuestas que las empresas privadas de demoscopia están publicando ahora (después, por cierto, de su gran descalabro hace tan poco tiempo), en las que dicen detectar malestar por las medidas que se dispone a adoptar este gobierno, son prolijas porque describen lo que era fácilmente previsible. Y añado que las encuestas que tendrán verdadero interés (sobre todo, si aciertan mínimamente) serán las que valoren los resultados finales de las actuaciones pendientes y en marcha. Habrá que ver, en fin, si tras la amnistía este país está mejor que cuando Cataluña rebosaba ira por las comisuras de los labios. Si Cataluña mejora y si el Estado consigue una reforma cabal y más ecuánime del sistema de financiación autonómica, habrá valido la pena el empeño.

Con todo, el político no puede guiarse por los contrastes de popularidad, por las encuestas sucesivas. Josu Jon Imaz, un personaje lúcido que fue lehendakari vasco, hoy en la empresa privada, refirió hace años una experiencia que ilustra lo que quiero decir. En 1994, asistió a un buró político del PPE con Helmut Kohl. Y una dirigente planteó al canciller de Alemania la conveniencia de moderar el europeísmo del PPE, dada la creciente desafección de la ciudadanía hacia Europa. El canciller espetó a la interpelante: "Mire señora, hay dos tipos de políticos. Los que se levantan por la mañana, leen la encuesta y toman en función de ella sus decisiones, y aquellos que tienen una estrategia y están dispuestos a llevarla adelante, aunque en ocasiones les suponga oponerse a las ideas mayoritarias en la opinión pública a la que intentarán convencer de lo contrario. ¿O cree usted que yo pregunté a los alemanes en 1982 si querían que instalase los misiles Cruise y Pershing?". Aquella decisión, respuesta a los SS-20 soviéticos, fue el último pulso decisivo de la guerra fría y aceleró el hundimiento de la dictadura soviética. Kohl conocía las encuestas aquel otoño de 1982. Sin embargo, no actuó en función de ellas. Había un objetivo de rango superior, y el tiempo le dio la razón. Actuó con visión de Estado.

Talleyrand escribió que Mirabeau fue un gran hombre a quien faltó el coraje de ser impopular. Raymond Barre, compatriota de ambos, dijo mucho tarde: “prefiero ser impopular que irresponsable”. Y es que una verdadera democracia no puede construirse cuando flaquean las mayorías pero tampoco cuando faltan los principios.