Opinión | ELECCIONES EN ARGENTINA

Le falta corazón

Solo Perón le quitó a la Argentina su soberbia europeísta y la convirtió en una esperanza para la América Latina

Javier Milei y Sergio Massa

Javier Milei y Sergio Massa / EFE

El triunfo de Massa desanima, pero el de Milei asusta. Alguien dijo que Milei, que se vende a sí mismo como un león, es el gatito de felpa del capitalismo salvaje: todas las recetas nefastas que nos ha ofrecido el neoliberalismo de las últimas décadas, y que han acabado de postrar a la América Latina, vuelven con Milei en un lenguaje ya desesperado. Lo que ofrecieron como vigorosa marcha hacia el desarrollo, ahora lo predican con voz de energúmenos y con alaridos de juicio final: el desmonte del Estado, el fin de la justicia social, la negación del cambio climático.

Es verdad que el Estado es el enemigo, como lo advirtió sabiamente Spencer, pero todo el que mienta que lo va a desmontar de repente, antes de que la gente tenga cómo defenderse de las garras despiadadas del mercado, está preparando más bien la vigencia de un Estado plutocrático e irresponsable para el que el bien público no vale nada.

Antes de Perón la Argentina era un país europeo

Pretenden defender la vida prohibiendo el aborto a las mujeres que lo necesitan, con el argumento de que la vida es sagrada, pero quieren imponerle la vida a quien la vivirá como un tormento; quieren imponerle la maternidad a quien no está en condiciones de asumirla; y en nombre de la libertad quieren negarle la libertad a todo el que piense distinto. El fascismo también es fascismo aunque asuma los ropajes del fútbol y del heavy metal, y dudo mucho que Argentina sea capaz de renunciar a su orgullo abandonando su moneda propia, destruyendo su banca central, olvidando los crímenes de la dictadura militar, negando el cambio climático que produjo la terrible sequía del año pasado, renunciando a todo aquello por lo que ha luchado desde los tiempos de Perón.

En mi Panteón no hay un dios más visible que Jorge Luis Borges. Pienso que hizo más por América Latina que todos los gobiernos juntos. Pero no comparto su juicio sobre el peronismo. Solo Perón le quitó a la Argentina su soberbia europeísta y la convirtió en una esperanza para la América Latina. Porque antes de Perón la Argentina era un país europeo, e incluso el único país rico de Europa, pero los pobres, aunque no comieran, tenían que ponerse corbata para cruzar por el centro de Buenos Aires.

El peronismo, como la revolución mexicana, le trajo a la América Latina una idea de la justicia social sin la cual todavía estaríamos en poder de los virreyes, del clericalismo y de los militares. Es verdad que después se despeñó en el populismo y el asistencialismo, pero aun así les trajo esperanza y dignidad a millones de seres humanos, escribió un capítulo admirable de desarrollo y de cultura popular, y por eso Argentina llegó a ser algo más importante que un país rico, un país lleno de ciudadanos, donde la dignidad importa.

El gaucho, el tango, el fútbol, Gardel, Evita, el Che, Maradona, el mito urbano, las madres de mayo, Borges y el papa: Argentina es el surtidor de mitos más fecundo del continente. Y lo es porque, a pesar de la asombrosa vigencia del peronismo durante décadas, de ese peronismo que al decir de Pepe Mujica no es un partido ni una ideología, sino “una mística”, en la Argentina ha florecido la más extraordinaria diversidad humana. Y no son los liberales a la manera de Milei, esos autoritarios de la libertad, sino los peronistas, confusos, dispersos, contradictorios, sentimentales, quienes han permitido ese florecimiento. Tienen una virtud que no tienen los socialistas: saben entregar el poder cuando el pueblo lo ordena, y eso ya es mucho, y por eso el pueblo siempre vuelve a elegirlos. A Milei le parece que los derechos son muy costosos, que la solidaridad es estupidez, que la compasión es alcahuetería, que la justicia social es un cuento.

Hay que ver el documental que hizo Leonardo Favio sobre Perón y el peronismo para entender por qué Argentina ha llegado a ser lo que es, y para comprender todo lo que está en juego en este momento en que la desesperación podría llevar al poder a unos aventureros vanidosos y egoístas.

Es verdad que la llamada izquierda latinoamericana lleva décadas cavando su propia fosa, porque cada vez que ha llegado al poder ha sucumbido al burocratismo, al populismo, a la inercia mental de un capitalismo sin sueños. En Cuba los perdió no haber confiado en la gente, en Venezuela su falta de fe en la cultura, en Nicaragua una alianza infame del autoritarismo con la falta de imaginación.

Un mundo donde se imponen el estruendo y la velocidad

Pero el peronismo es la mejor prueba de que las etiquetas han pasado a la historia, y lo que empieza a perder todo sentido es pensar que se dice algo cuando se habla de izquierdas y derechas. Esa metódica clasificación espacial de las ideologías carece de sutileza y de matices. A los conservadores hay que decirles que, si bien hay muchas costumbres, saberes y tradiciones que es de vital importancia conservar, son muchas las cosas que hay que cambiar para que el mundo se salve; y a los progresistas hay que decirles que, si bien hay que avanzar, también conviene saber hacia dónde, y que hay ciertos “progresos” que pueden llevarnos aceleradamente al abismo. En suma, que las meras clasificaciones pueden equivaler a una manera esquemática de no pensar, y que es conveniente analizar la pócima que hay en la botella y no creer simplemente en la etiqueta que le han pegado por fuera.

Pero lo de Milei no es siquiera una confrontación entre esas cosas hoy imprecisas que son la izquierda y la derecha. Es un temblor en la brújula que muestra hacia dónde podría ir el mundo en el reino casi incontenible del espectáculo, de la viralidad y del nihilismo: esa prédica de que los derechos no tienen derecho a existir porque alguien tiene que pagarlos, de que una mujer violada no tiene derecho a abortar porque la vida es sagrada, de que si no queremos correr el riesgo de que el peso se devalúe hay que dolarizar la economía, y de que si tiene sensibilidad por los pobres y por la ecología, el papa es el representante del maligno en la tierra.

Esta época frívola, novelera, superficial, donde la opinión vale más que el conocimiento, la vociferación más que los argumentos, y donde el camino del triunfo consiste en caricaturizar o satanizar al adversario, ha encontrado su ícono y puede engolosinarse con él. Todos estamos un poco enfermos de ese mal, todos somos rostros de esta época y vamos a necesitar cada vez más asomarnos a la vieja literatura para no olvidar cómo era el ser humano antes de la fotografía, cómo era el mundo antes de la virtualidad, cómo era la moral antes del nihilismo, y cómo era el lenguaje antes de que triunfaran el énfasis y la estridencia. Pero no debería extrañarnos, en un mundo donde se imponen el estruendo y la velocidad, la seducción de las apariencias, la pandemia de las selfies, el abuso de la estadística, y el culto de la celebridad, de la ostentación y de la pasarela, que la política se esté convirtiendo solo en un negocio y en un espectáculo.

Esta semana Argentina se asoma a su abismo. El continente contiene la respiración y se pregunta si los argentinos tendrán que escoger entre morir de anemia o hacerse hara-kiri. Y finalmente me temo que la decisión no será política ni ideológica sino psicológica. Y quisiera añadir, pensando en su historia, que la Argentina va a preferir lo que le parezca más sereno, más noble, más empático, más solidario. Que los protagonistas de los tangos no son los bacanes ni las pebetas, los malevos ni las percantas, sino los sentimientos humanos. Hasta Milei quiso un día imitar a Leonardo Favio, y se puso pañoleta y todo, pero no le fue bien. Le faltó corazón.