Opinión | ARENAS MOVEDIZAS
El entremés
Lo peor es constatar que la estabilidad de una nación está en manos de un extremista de Waterloo, uno que está dispuesto a transigir con lo intransigible, otro incapaz de aceptar que no suma para gobernar, un ‘youtuber’, un tuitero y una panda de violentos que gritan vivas a Franco
Mientras los antidisturbios se debaten entre dejar hacer y romper las protestas frente a las sedes del PSOE al calor de las porras (‘calor negro’ lo llaman), las televisiones y las redes sociales se pueblan de imágenes de los disturbios y de análisis de los comentaristas. En mitad de tanta polarización, nadie parece advertir que lo inquietante no son los botes de humo o que un tipo vestido de camiseta a rayas blancas y rojas —reconocible por la policía a tres manzanas de distancia— amenace a las fuerzas de seguridad con lanzarles un cubo de basura.
Lo peor es constatar que la estabilidad de una nación está en manos de un extremista que vive en Waterloo, uno que está dispuesto a transigir con lo intransigible, otro incapaz de aceptar que no suma para gobernar, un ‘youtuber’, un tuitero a la cabeza de una manifestación ilegal y una panda de violentos que gritan vivas a Franco. Además de Iker Jiménez, que pasaba por allí.
Ramiro Fuentes lo llamó ‘entremés’ para nombrar a una pieza cómica que se representaba entre la primera y la segunda comedia en el teatro clásico. Asistimos, pues, al entremés, que a veces se superpone al vodevil, al sainete o a la astracanada, géneros en que el enredo, el disparate y lo chabacano priman sobre el relato para disfrute de un público no demasiado exigente. En esa fase de la política parece que nos encontramos, en el entremés.
Y en el entremés vale casi todo. Un gobierno en funciones tendido a los pies de un chantajista. Es posible —y para eso está la fe— que la amnistía, la cesión de Rodalíes o la condonación de la deuda autonómica contribuyan a normalizar la convivencia, pero también es probable que Cataluña —cuya representación se arrogan los lacistas de Waterloo y en general todo aquel que antepone las banderas a la renta per cápita y al bienestar social— acabe representando para una generación de españoles el grano en el culo antipático, conflictivo y añadido como un remiendo al mapa político español. Pero todas las 'guerras' han de acabar. Ya tarda el armisticio.
Luego está la oposición, que a estas horas no lidera Núñez Feijóo, sino el ‘youtuber’, un señor del frac con aires de camisa parda que ‘desokupa’ viviendas y algún tuitero analfabeto, junto a líderes de la derecha y la extrema derecha arengando el asalto a las almenas de Ferraz. Esperanza Aguirre bailándoles el agua y Abascal sacando a pasear sus pezones. Y una derechita cobarde incapaz de advertir a sus afines que el acoso a la sede de cualquier partido es un ataque a la Constitución, que consagra a las organizaciones políticas como base de la democracia. Esa es la España que quiere imponerse a otra, la que dobla la rodilla y la que hace casi imposible diferenciar al tipo del saludo nazi del que asaltó el aeropuerto de El Prat. Como en la novela de Orwell, "los animales asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro".
Hay derechas y derechas. El PNV condenando las protestas violentas; el Partido Popular, manifestando comprensión. La solemnización de lo injustificable. A diferencia de Francia, aquí no hemos visto a hijos de magrebíes arrinconados en la ‘banlieue’ madrileña, más bien a burguesitos blancos de extrarradio y a ‘cayetanos’ de 'centro ciudad', ideales de sangre de la ultraderecha, del aguilucho y de los vivas a Franco al grito de "¡Pedro Sánchez hijo de puta!" que han venido a ‘putodefender’ España. #CayeBorroka. Qué título se ha perdido nuestro teatro clásico.
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