Opinión | LA ESPIRAL DE LA LIBRETA

Una tumbona playera en el pasillo

El precio de los alquileres no toca techo: vivir en la capital catalana ya cuesta 1.123 euros de media al mes

Granada, un retrato de familia desavenida

Israel, más allá de la ley del talión

Bloque de viviendas

Bloque de viviendas

Brotan por doquier, como espárragos trigueros, restaurantes que despachan 'brunch', un híbrido ente el desayuno y el almuerzo, y locales de manicura donde colocan uñas acrílicas esculpidas, larguísimas garras de águila, uñas para no hacer ni el huevo. Las calles de toda la vida mudan de piel a marchas forzadas, mientras la metamorfosis engulle los quioscos de periódicos y las mercerías donde encontrar un botón que empareje con los del abrigo.

Hace cosa de un año, cerca del Arc de Triomf, en el cogollo de Barcelona, terminaron de construir un edificio cuyas viviendas se alquilan a un inquilinato volandero y temporal. No se trata de pisos turísticos, puesto que la estancia mínima es de 32 días (y máxima de 11 meses), sino de inmuebles destinados a los nómadas digitales, profesionales jóvenes, con teletrabajo, que alegran la macroeconomía, supongo, pero que al mismo tiempo gentrifican, aumentan los precios y centrifugan a los indígenas como una lavadora desquiciada. 

Resulta impensable poner puertas al campo de la globalización y sus efectos colaterales, como el turismo masivo, pero todavía se está a tiempo de imponer cierto sentido común. Un término medio. Por eso cabe aplaudir la iniciativa del Ayuntamiento barcelonés de incrementar la tasa turística a partir de la próxima primavera (oscilará entre los 4,25 y los 7 euros). Por lo menos, que el tráfago de personal repercuta en los servicios e infraestructuras que los visitantes y cruceristas utilizan. Desplazarse en metro hoy ridiculiza el símil de la lata de sardinas.  

La regla del 30%

En paralelo, el precio de los alquileres no toca techo: vivir en la capital catalana ya cuesta 1.123 euros de media al mes; o sea, 43 euros por encima del salario mínimo interprofesional. Si la regla no escrita del consenso aconseja que una familia invierta menos del 30% de sus ingresos en la vivienda, las cuentas no salen; con ese sueldo, se puede aspirar a un alquiler de 330 euros al mes, precio por el que en Barcelona no pillas ni una tumbona de playa en el pasillo.

Luego está el asunto del comer. ¿Cómo?, ¿robando en el súper? Quita, quita. Muchas cámaras y la vergüenza torera de que te cojan. Además, el aceite, que se ha puesto por las nubes, lo amarran con cadenas, como las botellas de whisky, y no hay manera de que llegue el frío de abrigo (sin botones) donde esconder una lata de atún. Mejor, pues, prescindir del alimento. A fin de cuentas, el imaginario hispano rebosa de pícaros, desmayados y muertos de hambre, como Carpanta, el soñador de pollos, el Lazarillo o el mismo don Quijote: "Hágote saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y, ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano".

Pues eso, elevación por la vía del ascetismo. El nirvana es nuestro.