Opinión | LA ESPIRAL DE LA LIBRETA
Israel, más allá de la ley del talión
Y ahora, ¿qué? ¿Negociar qué? Volver a dónde.

Miliraes israelíes en Gaza Kfar Aza, cerca de la frontera con Gaza. / EFE
De nuevo, el horror, el odio sulfúrico. Miles de jóvenes bailaban en un festival de música electrónica en pleno desierto del Néguev, cuando, de repente, la irrupción de los terroristas de Hamás y la Yihad Islámica transformó ese oasis hippy de paz y amor en un infierno sin posibilidad de escapatoria. Solo en esa ‘rave’, celebrada el sábado, fueron masacrados 260 civiles. Nada se sabe del centenar de rehenes apresados por los milicianos islamistas, mientras la aritmética de la muerte se desquicia.
Y ahora, ¿qué? ¿Negociar qué? Volver a dónde.
Israel tiene todo el derecho a defenderse, pero ha dejado claro que la venganza será terrible, más allá de la ley del talión. Ni agua, ni luz, ni gas ni comida. Todo cerrado en la Franja de Gaza, esa raspadura de tierra de 41 kilómetros de largo y 10 kilómetros de ancho, en poder de Hamás desde 2007, donde se hacinan más de dos millones de palestinos. Una ratonera entre Israel, Egipto y el Mediterráneo.
Guerras e ‘intifadas’
Tuve el privilegio de que este diario confiara en mí para enviarme a Israel en julio de 1992, a cubrir las elecciones que finalmente ganó el laborista Isaac Rabin, quien poco después de asumir el cargo de primer ministro comentó ante una delegación estadounidense: "Me gustaría que Gaza se hundiese en el mar, pero eso no va a suceder, así que hay que encontrar una solución". No la ha habido después de seis guerras y dos intifadas.
En aquellos días, ‘reportajeando’ en Cisjordania, en la ciudad de Hebrón, cerca del asentamiento judío (ilegal) de Kiryat Arba, me senté a hacer tiempo en un café —mucho es llamarlo así—, donde se me acercó un anciano palestino tocado con la tradicional ‘kufiya’; me cogió la mano, depositó en la palma una moneda antigua y regresó a su rincón. Se trataba de una moneda de plata acuñada en 1927, durante el protectorado británico, con una rama de olivo grabada y la palabra Palestina escrita en inglés, árabe y hebreo. No compartíamos idioma alguno para comunicarnos ni me prestó más atención.
Supongo que el abuelo pretendía venderla, que una extranjera le diera un buen pellizco por el suvenir. Pero no dijo nada. Se la devolví al cabo de un buen rato con una sonrisa y, desde aquel mismo momento, preferí quedarme con una explicación mágica; el anciano me estaba diciendo sin palabras: lárgate de aquí, no vas a comprender nada ni este lugar tiene arreglo desde la disolución del imperio otomano, el reparto, los horrores de la segunda guerra mundial y el apresuramiento en la creación de Israel en 1948, sin asegurar que pudiese convivir en armonía con otro Estado palestino. ¿Es ya imposible? Estamos ante el peor de los escenarios, que solo beneficia a los extremistas de ambos bandos. Irán se frota las manos.
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