Opinión | CRÓNICAS GALANTES

Hay que amnistiar al aceite

A diferencia de la amnistía, que no se come, la pertinaz carestía de los alimentos tiene en un sinvivir a quienes sufren dificultades para llegar a fin de mes, que no son pocos

Tres razones para no comprar aceite de oliva ahora

Tres razones para no comprar aceite de oliva ahora

Cuesta mucho más la presidencia del Gobierno que un litro de aceite, aunque se hable más de lo segundo que de lo primero entre la gente del común.

Atrás quedan los tiempos en que el padre fundador de la derecha, Manuel Fraga, tronaba contra el precio de los garbanzos desde la tribuna, sin que estos se intimidasen. En el Congreso de hoy ya solo se debate sobre el coste de la amnistía, que es producto no perecedero, pero de muy alta cotización en el mercado. El que pueda y quiera pagarlo se hará con el derecho a firmar cosas en el BOE.

Ahí se nota que no coinciden las prioridades de los representantes del pueblo con las de sus representados. Mientras los congresistas se afanan en ajustar el precio de productos intangibles, los ciudadanos parecen más preocupados por el subidón del aceite y de las cosas de comer en general.

Es comprensible que les inquieten estas cuestiones de intendencia doméstica, solo en apariencia menores. A diferencia de la amnistía, que no se come, la pertinaz carestía de los alimentos tiene en un sinvivir a quienes sufren dificultades para llegar a fin de mes, que no son pocos.

Anda en efecto el aceite a precios locos que ni siquiera beneficiarán a los aceituneros altivos de Jaén, tan justamente glosados por Miguel Hernández. Se malician los suspicaces que las fuertes subidas de los últimos meses obedecen más bien a la existencia de algún eslabón que pierde aceite en la cadena de suministro, disparando su coste para el consumidor. Pero nadie ha podido confirmar la sospecha.

"Cuando los precios suben en demasía, tal que ahora, la gente tiende a calificarlos de atraco"

Cuando los precios suben en demasía, tal que ahora, la gente tiende a calificarlos de atraco: atribuyendo así un carácter delictivo a lo que no pasa de ser una aplicación algo desmedida de la ley de la oferta y de la demanda.

Los productores del ramo culpan a diversos factores meteorológicos que determinaron la peor cosecha de olivas del siglo en España, país que produce más o menos el 40 por ciento del total del mundo. A eso habría que sumar los efectos de la inflación general y la consiguiente subida del precio del kilo de aceituna. La sequía y el cambio climático parecen haber llegado al supermercado, calladamente.

Sorprende, aun así, que las alzas sean mayores en España que en otros países a los que se exporta este preciado oro líquido. Dado que el nuestro es el principal productor y exportador del planeta, no parece razonable que su precio haya subido más aquí que en las naciones que lo adquieren, pese al coste añadido de transporte.

Son misterios propios de la economía, que es, de suyo, ciencia enigmática.

Mucho más simple en sus aritméticas, la política facilita la adquisición de votos en el Parlamento mediante el trueque de amnistías por gobiernos. El presidente interino Pedro Sánchez da por hecho que la transacción llegará a buen fin: y sus razones ha de tener para saberlo.

Cuestión distinta es que los vendedores quieran colocarle más productos –como un referéndum en Cataluña, por ejemplo– una vez que lo hayan hecho fijo en el poder; pero ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos al río.

Se echa de menos, si acaso, que nadie haya pensado en amnistiar al aceite para devolverle el precio que tenía hace un año o por ahí. Será que los milagros solo funcionan en el mucho más flexible ramo de la política.