Opinión | VERDIALES

¡Towanda!

Eso grité, como hace en 'Tomates verdes fritos' Kathy Bates al rebelarse ante la indiferencia de su marido, cuando leí el comunicado en el que las jugadoras de la selección española de fútbol femenino le plantaban cara a su Federación

Las protagonistas de la película 'Tomates verdes fritos'

Las protagonistas de la película 'Tomates verdes fritos' / Universal

Me acuerdo de la primera vez que vi Tomates verdes fritos. Me acuerdo de que era un sábado por la tarde, pero no me acuerdo del mes ni del año, hará, como poco, ya más de una década. Me acuerdo de haber pensado que el título de la película era horrible, porque era imposible, aunque nunca la hubiera probado, que me gustara una receta así.

Me acuerdo del piso en el que la vi, en el madrileño barrio de Chueca, un tercero luminoso con vistas a un patio interior que era más jardín que patio y más exterior que interior. Me acuerdo de haber leído en esa casa el libro Me acuerdo, de Joe Brainard, y haber deseado escribir, algún día, algo parecido: “Me acuerdo de que la vida era entonces tan seria como lo es ahora”.

Me acuerdo de la textura del sofá en el que me senté a ver Tomates verdes fritos, de su tela dura de color grisáceo. Me acuerdo de lo cómodo que era ese sofá que primero fue de una amiga a la que terminé queriendo con sana locura, y así lo sigo haciendo.

Me acuerdo de haber vendido aquel sofá por Wallapop una vez fue mío, lo mismo que el piso de alquiler en el que vi por primera vez Tomates verdes fritos. Me acuerdo de que dejé de usar aquella aplicación cuando un cerdo me preguntó si me gustaba que me ataran al cabecero de la cama que también estaba intentando vender. Me acuerdo de lo agotadora que fue esa mudanza, como lo son siempre todas.

Me acuerdo de lo mucho que me gustó Tomates verdes fritos, y de que no paré hasta que encontré un restaurante en el que servían aquella receta, que me rechifló. Me acuerdo de haber charlado sobre la película con la amiga a la que sigo queriendo con sana locura, sin pretender indagar más, entonces, en por qué el filme se había quedado en la superficie de una relación entre mujeres que yo intuía era, debía ser, mucho más que amistosa.

Me acuerdo de haber buscado la novela de Fannie Flag en la que está basada la película. Me acuerdo de no haberla leído, pero no me acuerdo del motivo. Me acuerdo de que, en la misma mudanza en la que vendí el sofá cómodo de color grisáceo pero no el cabecero de la cama, heredé el DVD de Tomates verdes fritos. Me acuerdo de que la mudanza fue hace siete años y de que me prometí a mí misma, y así se lo dije a L., que nunca más me mudaría.

Me acuerdo de haber colocado el DVD junto con todos los demás en una balda inferior en esa especie de mueble pared que nos hicieron para separar el salón de nuestra cama. Me acuerdo de haber ido a comprar un reproductor de DVD al poco de que pudiéramos volver a salir de casa durante la pandemia porque nos aburría la televisión, no encontrábamos ninguna película ni serie que nos aliviara, y en la mudanza habíamos perdido el mando del que teníamos.

Me acuerdo de haber visto, con el entusiasmo de las primeras veces, capítulos de Ally McBeal en el nuevo reproductor, antiguo, según el dependiente que nos lo vendió. Pero no me acuerdo de haber vuelto a ver, en estos siete años, en esta nueva casa que ya es vieja y, por tanto, hogar, Tomates verdes fritos. Hasta el sábado pasado, que di con ella en una tediosa búsqueda en el catálogo de una plataforma.

Me acuerdo de haber pensado, mientras la veía y también cuando acabó, en lo mucho que he cambiado yo, pero también la sociedad española, desde que se estrenó en los Cines Ideal de Madrid, en 1991. Alguien en Twitter me dijo que la película estuvo muchos meses en cartel, porque funcionó el boca a boca, y yo me pregunto si quienes la vieron entonces se plantearon lo mismo que yo ahora: la modernidad de aquella historia, valiente y feminista, de amor entre dos mujeres en el Estados Unidos más profundo y machista, racista, clasista e injusto.

Y me acuerdo de haber gritado “¡Towanda!”, como hace el personaje de Kathy Bates rebelándose ante la indiferencia de su marido, al leer el comunicado en el que las jugadoras de la selección española de fútbol femenino le plantaban toda la cara que podían a la Federación que las sigue discriminando pese a ser campeonas del mundo. Pero esa es otra historia, y de ella me acordaré en otro momento.