Opinión | VERDIALES

Vida reversible

Inventamos nuestro pasado, lo construimos con retazos ficticios de nuestra memoria, de ahí el valor del arte que deja constancia de lo sucedido.

La escritora estadounidense Siri Hustvedt, fotografiada en su última visita a Madrid

La escritora estadounidense Siri Hustvedt, fotografiada en su última visita a Madrid / Alba Vigaray

Hace poco más de una semana, tuve la suerte de poder escuchar, en Santander, a la escritora estadounidense Siri Hustvedt. Ella había viajado a la ciudad cántabra para ser investida doctora honoris causa por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), y yo estaba allí intentando reconectarme con la vida, personal y profesional, después de haber sobrevivido a la muerte ajena.

Hustvedt es una mujer admirable, y una escritora brillante. Su cabeza condensa, con la frescura de las ideas que surgen sin forzarlas, fruto de una inteligencia única, lo mejor de las artes y de las ciencias, que en sus libros, ya sean novelas o ensayos, dialogan hasta el perfecto entendimiento.

Tras un tiempo sobrevolando la realidad, sin prestar demasiada atención, por pura incapacidad, a la actualidad, con sus Rubiales y sus investiduras, las palabras de Hustvedt fueron las primeras que me anclaron al presente, sobre todo cuando habló del pasado. Y no de un pasado cualquiera, sino del que nos inventamos, de aquel que construimos con retazos ficticios de nuestra memoria. “Recordamos para poder sobrevivir en el futuro”, dijo ella, y aquella frase suya me llevó a otra que Joan Didion escribió en El álbum blanco: “Nos contamos historias a nosotros mismos para vivir”.

Así es. Somos un relato cuya autoría sólo deja de pertenecernos cuando fallecemos. A partir de ese momento, son otros, nuestra familia, nuestra pareja, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, quienes fabulan sobre lo que nos sucedió, con o sin ellos, de ahí la reversibilidad de los hechos narrados, salvo que hayan sido documentados en imágenes.

Pensaba en eso, en el valor del arte que deja constancia de lo sucedido, mientras veía, entre horrorizada y extasiada, el documental 9/11: I Was There, traducido en español como 11-S: El día que cambió el mundo y que La 2 recuperó hace unos días por el aniversario de los atentados terroristas contra las Torres Gemelas.

Karen Edwards, su directora, que durante años trabajó como periodista, recopila en la cinta testimonios filmados de testigos del atroz crimen, supervivientes que grabaron lo que estaba ocurriendo para que, tiempo después, lo supiéramos con la certeza de la imagen que se hiela en la retina.

Bomberos, vecinos, estudiantes, trabajadores de la zona, músicos, turistas, reporteros, hasta el cineasta Jonas Mekas, todos cogieron la cámara que tenían a mano y, mientras corrían, mientras huían de sus apartamentos, mientras socorrían a las víctimas o simplemente desde las azoteas de sus edificios, enfocaron hacia el cielo, desde donde vieron caer, primero a personas desesperadas, atrapadas en un infierno de fuego y terror, y, después, el World Trade Center.

La misma noche que vi el documental descubrí, leyendo el nuevo libro de Kate Zambreno, Derivas (La uÑa RoTa), que la artista Sarah Charlesworth tiene una serie, Stills, de fotografías que ella hizo a otras fotografías de cuerpos que caen o saltan de edificios. “Reutilizó fotos de otras imágenes, las volvió a fotografiar, las recortó y las amplió hasta casi convertirlas en abstracciones. Aunque la mayoría de las catorce Stills sean de 1980, anticipan de un modo espeluznante las imágenes de personas saltando desde las Torres Gemelas”, escribe Zambreno. El arte que se adelanta a la vida. La vida que debe documentar el arte.

Me pregunto, porque es inevitable, pese a que es una reflexión vacua, pues la empatía es imposible, nadie puede ponerse en el lugar de los protagonistas del documental de Karen Edwards, si yo habría hecho lo mismo. No si me habría tirado desde las torres en llamas. Mi mente, en un ejercicio de autoprotección, como cuando inventamos recuerdos para no sucumbir al presente, se bloquea ante la mera posibilidad de imaginar un escenario siquiera parecido. Pero sí me planteo si me habría parado a dar testimonio de todo aquello, si en mitad del caos me habría detenido, poniendo en riesgo mi propia vida, para documentar las más de tres mil que se perdieron aquel día. Quiero creer que sí.