Opinión | ANÁLISIS INTERNACIONAL

Tragedia en Marruecos

A Mohamed VI le pilló el terremoto en París y, como no estaba, el Gobierno tardó lo que a muchos pareció una eternidad en dar señales de vida sin tener en cuenta que las primeras horas son decisivas y que cuando ocurre una tragedia a la gente le gusta tener a sus dirigentes cerca

Mohamed VI, rey de Marruecos.

Mohamed VI, rey de Marruecos. / PETRA/DPA

Un terremoto acaba de golpear una zona paupérrima del Atlas, cerca de Marrakech, causando muertes y desolación en humildes aldeas encaramadas en los riscos de la cordillera. Marruecos es nuestro vecino y es natural que sigamos con mayor atención lo que allí ocurre aunque al mismo tiempo un terrible ciclón haya arrasado una ciudad en Libia con un mayor coste en vidas humanas. Vivimos rodeados de tragedias. En Marruecos puede haber 3.000 fallecidos y muchos más heridos, probablemente no lo sabremos nunca porque ni el régimen marroquí es transparente (número 144 en el World Press Freedom Index) ni creo que nunca vayan a registrarse a conciencia muchas de las casas derrumbadas, porque es imposible acercarse a ellas con maquinaria adecuada por estrechas pistas de montaña sin asfaltar y bordeadas por abismos inimaginables. 

Las autoridades han tardado en reaccionar porque el régimen es muy piramidal, el rey es el vértice del sistema y ningún ministro se atreve a tomar decisiones sin esperar sus instrucciones. Igual sucedió en China cuando comenzó la pandemia del covid-19 y se perdió un tiempo precioso mientras las autoridades de Wuhan esperaban órdenes de Xi Jinping... que no llegaban. Aquí ha ocurrido algo parecido. A Mohamed VI le pilló el terremoto en París pues suele pasar más de la mitad del año en sus residencias de Francia y de Gabón, donde supongo que ahora irá menos tras el golpe de Estado contra su amigo Ali Bongo. Y como no estaba, el Gobierno tardó lo que a muchos pareció una eternidad en dar señales de vida sin tener en cuenta que las primeras horas son decisivas y que cuando ocurre una tragedia a la gente le gusta tener a sus dirigentes cerca, compartiendo su dolor. Aznar cometió el mismo error con el Prestige. Mohamed VI tardó cuatro días en viajar a la zona afectada.

Y eso ha retrasado las tareas de salvamento y desescombro, aunque hay que tener en cuenta que el terremoto se ha cebado en pequeñas aldeas de muy difícil acceso donde las casas de adobe se han deshecho literalmente sobre sus ocupantes, sin dejar cámaras de aire que permitieran respirar durante un tiempo a los sobrevivientes. Durante las cruciales primeras 48 horas los lugareños solo tuvieron sus manos y la solidaridad de los vecinos para arañar escombros en busca de sus seres queridos. No es que la ayuda llegara tarde, es que en algunos lugares me temo que, por desgracia, casi tampoco se la espera. Igual ocurrió en el terremoto de Turquía/Siria el pasado mes de febrero. Es terrible. Los más pobres mueren más y muchas veces ni siquiera están contados.

Ayuda rechazada

Ha sorprendido que a pesar de la magnitud del desastre Marruecos solo aceptara ayuda de Catar, Emiratos Árabes Unidos, Reino Unido y España (que ha reaccionado con elogiable rapidez), dejando fuera ofertas de otros países como Estados Unidos, Alemania o Francia, donde el rechazo ha sentado como un tiro porque pone públicamente de relieve el mal momento que atraviesa la relación bilateral por tres razones: la dura protesta de Macron por el espionaje a que le sometió Marruecos con la tecnología Pegasus (nuestro Gobierno, en una tesitura similar, ha preferido callar y mirar pudorosamente hacia otro lado); las carantoñas de París a Argel, enemigo jurado de Marruecos (sus relaciones son particularmente complicadas desde la dura lucha argelina de independencia para dejar de ser un departamento francés); y, sobre todo, porque Francia -que tradicionalmente ha sido el gran valedor internacional de Rabat en el tema del Sáhara- se ha negado a seguir la estela de Donald Trump y de Pedro Sánchez apoyando la oferta marroquí de autonomía como “la más seria, realista y creíble” para resolver el problema. Y eso Rabat no lo perdona.

Además del desastre humanitario, es triste constatar que la maravillosa mezquita de Tinmel, del siglo XII y en pleno Atlas, ha quedado reducida a ruinas. Cuando la visité comprendí que solo de aquellos riscos pelados podía nacer el movimiento fundamentalista de los almohades, que según Sánchez-Albornoz se extendieron luego como “langostas del desierto”... y nos dejaron la Giralda.

El terremoto ha puesto en evidencia la pobreza y las carencias sociales y sanitarias de nuestro vecino del sur. Los turistas que visitan las bellezas de Fez o de Marrakech toman el tren rápido de Tánger a Casablanca y cenan en su preciosa Corniche solo ven la cara amable de Marruecos.