Opinión | ANÁLISIS

Los BRICS+, ampliación fallida

Desaparece el relativo equilibrio ideológico que había en el grupo: los nuevos socios son cerradas dictaduras con la excepción de Argentina, un estado fallido que no encuentra su rumbo

Los líderes de los paises BRICS en Sudáfrica.

Los líderes de los paises BRICS en Sudáfrica. / REUTERS/Alet Pretorius/Pool

Como es conocido, el grupo BRICS —acrónimo de Brasil, Rusia, india, China y Sudáfrica— acaba de celebrar en agosto su XV Cumbre en este último país, y en ella se ha acordado la ampliación del consorcio con otros seis países: Arabia Saudita, Irán, Emiratos Árabes, Etiopía, Egipto y Argentina. De este modo, la sociedad final, que añade un (+) a su título, representa el 37% del PIB mundial y el 46% de la población del planeta.

En su origen, el concepto de los BRICS tenía un significado económico: fue ideado por Jim O’Neill, economista de Goldman Sachs, a principios del milenio para describir las cuatro economías que podrían ser punteras a mediados del siglo XXI: Brasil, Rusia, India y China. Sin embargo, aquel grupo, al que se adhirió Sudáfrica, se convirtió pronto en una entidad política, dispuesta a competir con el G-7, que engloba a las potencias desarrolladas. Con todo, no funcionó como institución supranacional hasta que Lavrov, el eterno ministro de Exteriores ruso, declaró en 2006 que le interesaba fortalecer la asociación política con aquellos cuatro países.

Una parte relevante de la opinión pública global ha visto con cierta simpatía la consolidación de los BRICS porque representaban los intereses de los países emergentes al margen de los dos grandes bloques, el norteamericano y el chino, que se disputan la hegemonía. En esa línea, el presidente brasileño, Lula, ha encabezado en la cumbre de Johannesburgo el designio de fundar una moneda común que libere a esos países de la servidumbre del dólar, que les resulta muy onerosa.

Sin embargo, la ampliación que ha tenido lugar ha sido juzgada muy duramente por los liberales independientes, especialmente los del ámbito universitario anglosajón. Daron Acemoglu, de origen turco y actualmente profesor de Economía en el MIT, uno de los diez economistas más influyentes del mundo según IDEAS/RePEc, acaba de publicar un duro artículo, en el que, tras reconocer que la ampliación era en principio una buena idea porque un BRICS+ de 11 miembros podría ser más representativo de las economías emergentes del mundo, proporcionando un contrapeso útil contra la hegemonía estadounidense, “la ampliación anunciada representa una oportunidad perdida. El mundo no necesita que más países caigan bajo la influencia china y rusa o que se alineen contra Estados Unidos; más bien necesita un tercer grupo genuinamente independiente que proporcione un contrapeso tanto contra el eje China-Rusia como contra el poder norteamericano”.

El principal elemento negativo de la ampliación es que desaparece el relativo equilibrio ideológico que existía en el grupo original de cinco países, en el que había tres grandes democracias, India Brasil y Sudáfrica, y dos autocracias, China y Rusia. Los nuevos socios son cerradas dictaduras con la excepción de Argentina, un estado fallido que no encuentra su rumbo.

Teme Acemoglou, con razón, que con estas adhesiones el conjunto se convierta en un promotor del modelo chino, que, al margen de idealismos y demagogias, representa la asfixia de la clase media trabajadora, sometida por el yugo del régimen. Ciertamente, Acemoglou, junto a sus colaboradores, ha publicado obras esenciales — Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza es la más relevante— que demuestran que las libertades civiles son favorables al crecimiento económico y al progreso de las sociedades, que se estancan y perecen si se someten a las castradoras consignas de las autocracias.

Si se confirma el sometimiento de la comunidad de los BRICS+ a China, estos caerán en la trampa de unos inversores que buscan beneficios a expensas de sus pueblos y sus trabajadores, ya que el régimen chino alienta la falta de transparencia en los megaproyectos derrochadores financiados con préstamos que no pueden reestructurarse fácilmente y que esclavizan a los beneficiarios. La tecnología china, por otra parte, se está utilizando en las dictaduras del planeta para vigilar a sus poblaciones y reprimir su disidencia. Huawei ha vendido sistemas de control a más de 50 países no democráticos.

Por fortuna —explica Acemoglu—, este movimiento descarado de la diplomacia china que es también de apropiación de los BRICS+ está dando ocasión a otros países emergentes a intentar una alternativa. Otras economías emergentes importantes, como Indonesia, Turquía, México, Colombia, Malasia, Nigeria, Bangladesh y Kenia, podrían formar un bloque verdaderamente independiente, con la esperanza de atraer en última instancia a Argentina, Brasil, India y Sudáfrica. Un grupo de estas características aportaría una voz muy relevante a los grandes debates sobre globalización y tecnología que necesitan otras presencias distintas de la china y de la norteamericana.