Opinión | DESPERFECTOS

Adiós al agosto loco

Es significativo de una percepción político-mediática desajustada que tuviese más presencia el asesinato de Tailandia que la aproximación a Puigdemont por parte del bloque que opta a la investidura

Carles Puigdemont y Yolanda Díaz,

Carles Puigdemont y Yolanda Díaz, / Reuters

La agenda pública de agosto ha sido una algarabía total, manoseada por los políticos de guardia y comentada en terrazas con ronroneo de ventiladores y podcasts que retumban en el coche, sobrecargado de tablas de surfeo y tápers con pisto. Hemos tenido golpes de calor, pirómanos de los que casi nadie habla, agresiones en noches de verbena y una propensión en cinemascope a la hora de sobredimensionar acontecimientos. Los titulares de agosto han sido para un joven español acusado de descuartizar a un cirujano colombiano en Tailandia y para el presidente de la federación española de fútbol, cuando hizo gestos obscenos en el palco del estadio junto a la Reina y la princesa Sofía para luego besar de modo grosero a una de las jugadoras de la selección española de fútbol femenino. 

Su gestualidad inadecuada deslustró espléndida la victoria del equipo español, dañó la imagen de España y añadió fragor a la movilización del feminismo más reactivo y, por tanto, impulsado por la masificación más que por los argumentos. Es un elemento más de las nuevas oleadas de emocionalismo que se apoderan de todo, desde la guerra de Ucrania a la publicidad de refrescos con gas.  

También pudimos constatar que existen la manada mediática y el abuso interpretativo en términos políticos. Esa constatación culminó en una entrevista al director de la cárcel tailandesa en la que está preso el presunto descuartizador. Desde los estudios de un canal de televisión se le quiso preguntar si al presunto asesino se le daban antidepresivos. Cuando se pierde el sentido de la proporción hasta estos extremos todo es posible, como defender el honor manifiestamente perdido del hijo haciendo huelga de hambre en una capilla o en un merendero de playa. Es como si España fuese la sociedad más machista del mundo y a la vez la más feminista. La deshonestidad emocional da un paso todos los días. 

En estas circunstancias estivales, las incógnitas sobre la investidura del próximo presidente de Gobierno perdieron incluso la escasa finura que habían tenido después de las visitas de consulta a la Zarzuela. ¿Podrán recuperarla? Con los precedentes a la vista, iniciativas como la propuesta acostumbrada del “lendakari” Urkullu o la entrevista de la vicepresidenta Yolanda Díaz –maestra de la empatía- con el prófugo Carles Puigdemont en Bruselas son interpretables como deterioro exponencial más que elemento de construcción. 

Es significativo de una percepción político-mediática muy desajustada que tuviese más presencia el asesinato de Tailandia que la aproximación a Puigdemont por parte del bloque que opta a la investidura, si el líder del PP no alcanza. El precio que Pedro Sánchez sea capaz de pagar puede determinar un quebrantamiento constitucional. Rehabilitar a Puigdemont –quien está dispuesto, como dijo, a “hacer mear sangre” al bloque PSOE-Sumar para conseguir su objetivo- sería una operación de cirugía plástica tan inusitada que dejaría el orden constitucional al borde del vacío. 

Esa huidiza luna azul que se aparece en algunos finales de agosto, esta vez ha concurrido. Sucesivos pistoletazos de salida prenuncian un septiembre aún más confuso, con dilataciones lesivas, negociaciones con trampa. Como es costumbre, ni el presunto descuartizador de 'resort' tailandés ni el señor Rubiales van a permanecer mucho más en pantalla. El emocionalismo abandona pronto a sus iconos, sean ángeles o demonios. Es que se está imponiendo la política como negación y eso tiene su lógica endiablada, precisamente porque lo que se necesitaría es una vida pública en positivo. Cédanle a Puigdemont dos baldosas del Estado y va a ponerse a demoler la casa.