Opinión | DESPERFECTOS

Centro y periferia de Europa

Es paradójico que las críticas o fidelidades a la Unión Europea resuenen más en las respectivas elecciones nacionales que cuando votamos el Parlamento Europeo

Mateusz Morawiecki, first minister of Poland

Mateusz Morawiecki, first minister of Poland / Michael Kappeler/dpa

Una de las paradojas de la Unión Europea es que los ciudadanos que no tienen queja se informan poco y a quienes son reacios les gusta la información sesgada. Eso ocurrió con el Brexit del Reino Unido, con un europeísmo algo desganado y un euroescepticismo espoleado por la prensa sensacionalista. De modo parecido, en los países que estrenaron la integración europea o se integraron posteriormente –como es el caso de España- persiste una amplia aceptación del modelo mientras que en los países incorporados tras la caída del muro de Berlín se dan reticencias más explícitas, no siempre mayoritarias. Tiene su lógica especial que quien perdió su soberanía con el imperio soviético escuche a quienes le dicen que puede perderla con la Unión Europea. Seguramente no podía ser de otra manera, porque la Unión Europea es un experimento excepcional y, como encrucijada de vetos y unanimidades, no siempre salta los obstáculos con el estilo de un campeón pura sangre.

El próximo octubre habrá elecciones en Polonia y el más o menos integración europea ha elevado el grado de fricción política. Sabemos que las campañas electorales son la oportunidad perfecta para distorsionar los temas en confrontación. En Polonia también. Es un país de genio admirable, con una política que a veces parece arrastrar siglos de tragedia porque pocas naciones europeas han vivido tanto desamparo y partición. Suele decirse que si el atlantismo de los polacos ha sido tan manifiesto es porque nadie les hacía caso, salvo los Estados Unidos. Ahora mismo, Polonia es una potencia militar de primer orden para la seguridad europea frente a Moscú.  

También es paradójico que, en la Europa del siglo XXI, las críticas o fidelidades a la Unión Europea resuenen más en las respectivas elecciones nacionales que cuando votamos el Parlamento Europeo, generalmente en clave nacional. Quizás eso ocurra en Polonia. Según las encuestas, la coalición conservadora liderada por Ley y Justicia y en el poder desde 2015 frente a la oposición centrista de Coalición Cívica encabezada por Donald Tusk, están a una distancia de un máximo de 3 puntos. La tensión es favorecida por el partido Confederación, de populismo derechista, que pudiera ser el socio de Ley y Justicia en caso de mayoría insuficiente. En Polonia cuenta de nuevo el voto rural, incómodo con el trigo ucraniano y a la vez receptor de subsidios comunitarios. Pesan mucho la amenaza de Putin y el propósito de distribuir a los inmigrantes por cuotas proporcionales entre los miembros de la UE. Sobre esta –y otras cuestiones- las elecciones generales han sido convocadas a la vez que una consulta, repudiada por la oposición.   

Prosiguen las sanciones de Bruselas –con retirada de fondos comunitarios- por lo que se considera politización de la justicia por parte del Gobierno del partido Ley y Justicia. El primer ministro, Mateusz Morawiecki, no se lleva muy bien con Alemania ni con la Francia de Macron. En cambio, recibe buen trato en Washington. Sus pasos son observados con suspicacia por el 'establishment' de Bruselas, propenso a creer que Varsovia no reconoce los beneficios que le ha reportado ingresar en la UE.  

Al votar en octubre, Polonia puede correr el riesgo de arrimarse a la periferia del sistema comunitario, aunque siga estando en el centro de Europa. Churchill la comparó a una roca que puede pasar un tiempo bajo la marea pero siempre es roca. La Unión Europea también tiene sus mareas, de norte a sur y de este a oeste.