Opinión | SÁBADOS SOCIALES

Derechos humanos, derechos de las mujeres

Afganistán queda muy lejos, ha empezado la Liga, y es mucho mejor mirarse el ombligo, enredarse en las redes sociales o preocuparse de imbecilidades

Una mujer camina junto a un niño en Afganistán.

Una mujer camina junto a un niño en Afganistán. / EFE

Es agosto, y debería hablar de chiringuitos, bikinis o tal vez de Puigdemont, pero el cuerpo me pide hablar de Hussnia Bakhtiyari, que no es influencer, ni tiktoker, solo una afgana exiliada en Madrid. Hussnia era fiscal en Kabul, una más de las mujeres que hemos olvidado, una más de las que ya no cuentan. El conflicto de Afganistán, su país, empeoró cuando se retiraron las tropas internacionales, y los talibanes volvieron al poder.

Se instauró un gobierno que inició una larga cadena de represalias contra las personas que habían defendido los derechos humanos, no solo periodistas, políticos o funcionarios del estado anterior, sino también contra todo el personal sanitario o de educación. Los ataques se dirigieron especialmente contra las mujeres que habían sido activistas o profesoras y maestras, alumnas, médicas y enfermeras... cualquier mujer que trabajara fuera de casa, y acabaron afectando a cualquiera que no acatara inmediatamente las medidas que se decretaron.

Antes no disfrutaban de una situación idílica, y desde luego no comparable a la de la mujer en nuestro país, pero con el nuevo gobierno, perdieron muchos de sus derechos humanos fundamentales, derechos que había costado muchísimo volver a conseguir. Con los tímidos avances del gobierno anterior, las mujeres habían ido escalando representatividad y actividad fuera de su hogar, pero todo desapareció con el gobierno talibán.

Enseguida se anunció que las mujeres debían abandonar sus trabajos y quedarse en sus casas hasta que se encontraran los mecanismos necesarios para garantizar su protección. Eso sí, los hombres se incorporaron sin ningún problema y sin ninguna necesidad de protección. Las profesionales dedicadas al ejercicio de la ley, como juezas, abogadas, etc... lo pasaron especialmente mal, porque además de perder su trabajo, sufrieron represalias a manos de las familias de los hombres condenados, y muchas fueron atacadas en sus propios domicilios.

En cuanto a la educación, se recomendó que las niñas no fueran a clase porque el entorno aún no era seguro, pero los niños volvieron enseguida. Si alguna escuela quedaba abierta para las niñas, hasta sexto grado solo, enseguida era atacada olas alumnas recibían ataques e insultos en el camino a la escuela.

Malala dejó de ser un recuerdo para convertirse en una realidad. La violencia contra las mujeres se volvió algo cotidiano. En agosto pasado se prohibió a las mujeres salir a la calle sin cubrirse la cabeza o realizar viajes sin un hombre. Richard Bennet, relator de la ONU, habla de este país como el peor lugar para haber nacido mujer, y califica esta discriminación como apartheid de género. Solo han pasado dos años, pero ya hemos olvidado y seguimos sin querer ver la realidad.

Porque es agosto, Afganistán queda muy lejos, ha empezado la Liga, y es mucho mejor mirarse el ombligo, enredarse en las redes sociales o preocuparse de imbecilidades, que levantar la vista, mirar a los ojos a Hussnia, leer el reportaje donde cuenta su vida, y despertar de la comodidad para enfrentarnos al dolor ajeno.