Opinión | DESPERFECTOS

Políticas de la imprudencia

La prudencia política está muy pasada de moda. La improvisación megalómana y el espectáculo efectista acaban dominando el escenario

Rueda de prensa de Pedro Sánchez

Rueda de prensa de Pedro Sánchez / Juan Carlos Hidalgo

No acudir a la Zarzuela aun pudiendo ser determinante en una investidura de presidente de Gobierno es una de las salidas traseras más disfuncionales en la democracia de todos los días. Llamémosle atasco en horas de tráfico crucial, con Junts, ERC y Bildu. También se puede considerar algo parecido a pescar en río revuelto. Es decir: vivir del sistema y ningunearlo cuando conviene. O sea: tener todas las ventajas, garantías y subsidios de un sistema parlamentario y autonómico al tiempo que se sale fuera de las instituciones para romperles los cristales. Eso ocurre, entre otras cosas, porque la prudencia política está muy pasada de moda. Tanta imprudencia incentiva las políticas desintegradoras. La improvisación megalómana y el espectáculo efectista acaban dominando el escenario. Por eso la imprudencia es una gran tentación en tiempos incoherentes. 

En política, tampoco es original tomar decisiones de hoy para mañana sin calibrar las consecuencias de fondo que pueden tener. Importa aún menos que desde Aristóteles eso se llame imprudencia política. Pueden ser decisiones que se toman por estricta conveniencia o incluso en interés del bien común. Pero, generalmente, son de naturaleza intermedia: el gobernante toma decisiones con dinero público concebidas para que un segmento del electorado la perciba como beneficio y así redunden en provecho electoral del político. En otras circunstancias son solo un propósito de manipulación. En el caso de la ley del 'sí es sí' –como sea que la situemos en esta clasificación- se legisló con torpeza e incompetencia, sin pensar en que habría consecuencias ineludibles. Tuvo efectos negativos y fue preciso cambiar la ley. Si según el Gobierno de Pedro Sánchez se buscaba consolidar un ideal equitativo, el resultado fue todo lo contrario. 

Otro caso más reciente, sea deliberado o accidental, corresponde a la propuesta de incorporación del catalán, vasco y gallego al día a día parlamentario, complementándola con la petición de su oficialidad en la Unión Europea. ¿Es tan solo un empeño táctico de Pedro Sánchez para atraer el voto de Junts a su investidura? Una posibilidad es que hiciera la propuesta dando por hecho que saldría adelante como estandarte de la España plurinacional ahora tan proclamada, pero parece más probable que Sánchez supiera de cierto que en la Carrera de San Jerónimo la adaptación técnica y normativa a su propuesta requería aquellos plazos tan dilatados que usualmente se solventan con el olvido. Del mismo modo, trastocar el sistema de las veinticuatro lenguas oficiales de la Unión Europea es una de aquellas empresas tan dificultosas que generan melancolía. Alterar el actual sistema lingüístico comunitario difícilmente será una prioridad unánime entre los Estados miembros.  

Tal vez Sánchez creyó que su propuesta era fácilmente practicable, tanto en los procedimientos del Congreso de los Diputados como en el acervo de la Unión Europea. O la concibió estrictamente como un modo de atraer a Puigdemont y conseguir ser investido como presidente de Gobierno. O bien quiere dejar así su sello pacificador en una Catalunya que es realidad es bilingüe, con el independentismo en retroceso y sectores de la sociedad que querrían que sus hijos aprendiesen más castellano en la escuela, según la ley. El presidente en funciones será o no investido pero los resultados de su táctica de pactos a la larga van a tener derivaciones poco gratas. Aunque tal vez sea que, en este siglo traidor, la prudencia política ya no da votos.