Opinión | ÁGORA

La amarga victoria

España es un país mucho más diverso, plural y complejo que el que diariamente nos quieren imponer desde Madrid y el PSOE es un partido a respetar incluso en sus horas más bajas

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el balcón de Génova.

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el balcón de Génova. / PIERRE-PHILIPPE MARCOU

El PP ganó las elecciones en España el 23J. Pero que Pedro Sánchez tenga más margen de maniobra que Feijóo para ser investido presidente del Gobierno da idea de que ganar y triunfar no siempre son sinónimos. Lo que parecía más probable era un bloqueo que nos lleve a una repetición de las elecciones.

Pero, de momento, en las que se han celebrado este domingo, las urnas han vuelto a demostrar que, en democracia, vender la piel del oso antes de cazarlo casi siempre es un mal negocio, que España es un país mucho más diverso, plural y complejo que el que diariamente nos quieren imponer desde Madrid, que el PSOE es un partido a respetar incluso en sus horas más bajas y que una mayoría de españoles no quiere que la ultraderecha esté en el Gobierno.

Feijóo no ha cumplido ninguna de las expectativas que generó. No ha ganado con la contundencia suficiente. Al contrario, ha quedado tan lejos de la mayoría absoluta y ha sacado una ventaja tan exigua sobre el PSOE que esgrimir la exigencia de que gobierne la lista más votada es un argumento que puede servir para tensionar, pero que pierde todo valor frente a la aritmética del sistema parlamentario que consagró la misma Constitución que los populares tanto dicen defender.

A Feijóo le han fallado, o no han respondido como él pensaba, los territorios en los que creía que en esta ocasión iba a dar un vuelco que le catapultara: ni Andalucía, ni la Comunidad Valenciana le han aportado los réditos que esperaba. Y, por supuesto, sigue teniendo los agujeros negros que para la derecha representan Cataluña y el País Vasco. Alfonso Guerra acuñó el concepto de la "dulce derrota" cuando el PSOE perdió las elecciones de 1996. De momento, ayer fue el día de la "amarga victoria" para Feijóo.

Los acuerdos con Bildu, los indultos o la rebaja de los delitos de sedición y malversación fueron una apisonadora manejada por el PP en las elecciones autonómicas de mayo. Pero cuando de verdad se ha puesto en juego la gobernabilidad del Estado, lo que ha resultado un peso muerto han sido los acuerdos del PP con Vox en comunidades y ayuntamientos. No sabemos cuánto ha podido erosionar el "que te vote Txapote" al PSOE, pero es evidente lo mucho que Abascal ha perjudicado a Feijóo. ¿Cuál era la propuesta que Feijóo hacía? ¿Que todo daba igual con tal de echar a Sánchez? ¿Que era asumible proclamar en los mítines que no se quería gobernar con Vox al mismo tiempo que se formaban por toda España gobiernos del PP con la ultraderecha?

Vistos los resultados, habrá que concluir que, en términos tácticos, Sánchez acertó cuando convocó las elecciones generales al día siguiente de que el PSOE quedara arrasado en las elecciones municipales y autonómicas. Pese a su imprevisto resultado, lo cierto es que Sánchez ha sido un mal candidato en esta campaña, que él mismo desbarató nada más comenzar con su pésima actuación en el cara a cara con el candidato popular.

Pero Feijóo también la ha pifiado un día tras otro hasta el punto de que, si la percepción al inicio de la carrera era la de que su candidatura era la clara ganadora, la impresión generalizada la noche del 23J era la de que, pese a ganar, el derrotado era él y el triunfador, "el sanchismo".

También acertó Sánchez en otro punto que ha sido sustancial: favorecer el recambio de Podemos por Sumar, de Iglesias y Montero por Yolanda Díaz. Sumar ha perdido escaños respecto al resultado de Podemos en 2019. Pero ha contribuido de forma notable a que los votantes de izquierda pensaran que no todo estaba tan perdido como las encuestas decían y que frenar a la ultraderecha era posible.

Cabe exigirles a los máximos dirigentes políticos un plus de responsabilidad que hasta aquí no han sido capaces de demostrar

La política da sorpresas. Es parte de su intensidad. Y también es un ejercicio cruel. Un comentarista decía la noche del domingo que para que Sánchez haya conseguido remontar los negros augurios que tanto las encuestas como el resultado del 28M le predecían, primero tuvieron que caer los "barones" socialistas. Se refería el periodista a que sólo cuando se produjo la debacle de las elecciones autonómicas y municipales, el PSOE se puso en marcha y los electores de izquierda se movilizaron. 

De nuevo tras una noche electoral se abre un escenario incierto. En un momento de especial dificultad, porque ni España ni Europa se han recuperado ni de los estragos de la pandemia, digan lo que digan los parámetros macroeconómicos, ni de la crisis provocada por la inflación y la guerra de Ucrania.

Cabe exigirles a los máximos dirigentes políticos un plus de responsabilidad que hasta aquí no han sido capaces de demostrar. Pero mal pintan las cartas para eso, entre un Sánchez cuya permanencia en la Moncloa pasa por componer un nuevo puzle y un Feijóo que se encontró, cuando el domingo salió al balcón de Génova, con que a quien vitoreaban sus militantes era a Ayuso. Después de tanta vuelta, resulta que el partido que con su voto o su abstención puede decidir el presidente de España es el de Puigdemont. La política, además de dar sorpresas y ser cruel, también ofrece sarcasmos como ese.