Opinión | LA CARTILLA DE LA DIRECTORA

Cuatro deseos en una urna

Finaliza una campaña extraña y fluctuante para dar paso a un 23J tórrido y electoral al que los candidatos llegan sin certezas, pero con unas ambiciones que marcarán su futuro y el de todo el país

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El próximo domingo será tórrido, electoral y emocionante hasta los últimos minutos del recuento, según apuntan esos sondeos que los partidos pueden hacer pero usted no puede conocer por la obsoleta legislación vigente, ya sabe. Pero la radiografía de la evolución de los bloques de izquierda y de derecha que muestra la publicación australiana ‘The Adelaide Review’, como recuerda cada día la web de EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, evidencian que hay movimientos notables al alza y a la baja en las candidaturas. 

Los principales partidos -PSOE, PP, Sumar y Vox- están a punto de echar el cierre a una extraña y fluctuante campaña en la que ha tomado un enorme protagonismo el voto postal (efecto colateral de provocar un adelanto de las legislativas al 23 de julio), que podrá ejercerse hasta este viernes 21 a las dos de la tarde. La decisión de estirar los horarios la ha tomado la Junta Electoral Central tras una petición expresa de la tan cuestionada como halagada empresa Correos -su gestión ha sido parte del rifirrafe en las trincheras de la política.

Con esas novedades y en plena resaca de un debate ‘a tres’ donde Feijóo decidió ser el protagonista ausente; Santiago Abascal se esforzó en parecer amable ante algunos ajenos pero solo buscó reforzar a los propios ya convencidos y Pedro Sánchez y Yolanda Díaz se fajaron para escenificar que una coalición sin ruido (y sin Pablo Iglesias ni Irene Montero) es posible, se acerca el momento de las urnas. Unas urnas donde cada uno de los principales aspirantes dejará depositado un deseo este domingo.

En el caso del socialista Sánchez, su aspiración es demostrar que su resistencia va más allá del título de su libro. Quiere sobrevivir a la ofensiva antisanchista de la oposición como en su día lo hizo a la batalla que le planteó el propio PSOE, que lo decapitó políticamente para, meses después, acabar teniéndolo de secretario general en una organización a la que no se le ha permitido recuperar el pulso. Él, que pasará a la historia de España por ser el impulsor de primer gobierno nacional de coalición, ha convivido con el Podemos de Pablo Iglesias descubriendo que hay heridas internas que políticamente son más peligrosas que bombardeos externos. Ahora busca oxígeno en una ansiada movilización de la izquierda para poder sumar con Yolanda Díaz y evitar que la derecha le desaloje de la Moncloa. Su deseo es no hacer las maletas.

En lo que concierne a Díaz, la política gallega quiere marcar un camino propio y aglutinador que supere los ecos del fundador de Podemos. Que haga olvidar los sinsabores que ha tenido con Irene Montero y derivadas. Sin embargo, para tener un resultado satisfactorio necesita el aval de los que en algún momento votaron a los morados y que el resentimiento no supere a las ganas del colectivo de frenar a la ultraderecha. El desgaste de lo que ellos mismos llamaron "espacio" es indisimulable, como las reticencias que ha tenido esta candidata a mojarse en temas polémicos o a sacar ese perfil más rebelde con el que supo plantar cara a Abascal en el debate a tres. Quizás demasiado tarde… o quizás no.

Sobre Abascal: es probable que su deseo para las urnas sea volver a ver superadas por la realidad sus propias cábalas. Una vez más. Unas elecciones más. Ya ocurrió en las de Castilla y León, en las que Vox terminó con sillones en el gobierno pese a no ser lo esperado. Después vino el desengaño de Andalucía y el divorcio oficioso, oficial y sin pelos en la lengua con la díscola y siempre sorprendente Macarena Olona. Y los comicios autonómicos y locales de mayo, el verdadero e incoherente (puesto que no creen en el modelo autonómico) bautismo institucional de los ultras en España. El momento en que realmente han aglutinado poder y han hecho un roto al PP, su partido de origen. Ahora, Abascal sueña con el Consejo de Ministros.

Y Feijóo. Por último hablemos del deseo en urna de Feijóo, el favorito. Él quiere ser el presidente del Gobierno que suceda a Pedro Sánchez. Que derogue una parte del sanchismo. Que quite a los populares el mal sabor de boca que les dejó hacer cajas y recoger bártulos, a velocidad de vértigo, el día que una moción de censura aupada por la corrupción sacó a Mariano Rajoy y los suyos del Ejecutivo. Pretende ser el que haga olvidar la etapa aciaga de Pablo Casado y quien convenza a sus compañeros de partido de que la espera, porque mira que se ha hecho esperar en Madrid Feijóo, ha merecido la pena. Solo tiene una bala. Y un exceso de expectativas. Su deseo para la urna es superarlas y que no le superen a él y a su bala.