Opinión | JUEVES SOCIALES

Levantar la vista

Sin fuerzas para llegar al 23 de julio sabiendo lo que vale nuestro voto: un horizonte en el que dejar vagar la mirada libremente o un cuarto oscuro sin ventanas, donde vivir una realidad inventada, con la cabeza agachada

Última hora de las elecciones generales 23J, en directo.

Última hora de las elecciones generales 23J, en directo. / EFE

Después de un curso pegados a las pantallas y a los libros, a las facturas, a los contratos, a las páginas de ofertas de empleo, deberíamos seguir el consejo de mi oculista, y dejar descansar los ojos.

Para hacerlo, al contrario de lo que piensa mucha gente, lo mejor no es cerrarlos, sino abrirlos de par en par, y mirar a lo lejos, al horizonte. La tentación es abatir los párpados, como quien baja el cierre metálico de una tienda en liquidación, o de un local comercial que lleva meses sin alquilarse, y olvidarse del mundo. Que piensen ellos, que miren ellos. Si no levantamos la vista del móvil o de lo más cercano, nada malo puede pasarnos.

"Si entorno los ojos, puedo ver las manos de la madre abrigando a su hijo antes de un viaje azaroso"

Por eso asumimos como normal el bronco debate del lunes, el cruce de acusaciones, los titulares envenenados o la tergiversación. A fuerza de tenerlos cerca, los hemos convertido en costumbre y ya no sabemos o no queremos ver más allá. Puede que en los límites nos aguarden dragones, como creían los antiguos, así que mejor pensar que la tierra es plana, porque así lo parece. 

Mi oculista, que es un hombre joven que mira preocupado los resultados de los informes, para luego darme buenas noticias, siempre me aconseja mirar a lo lejos, esforzarme

Un día me dirá que no puede hacer nada y que ya no leeré ni escribiré, ni conduciré, así que tendré que ir pensando en otras opciones para viajar de un modo u otro. 

Por lo pronto, trato de obedecerle y cada dos por tres levanto la cabeza y miro a través de la ventana. Fijo la vista en un punto y me esfuerzo por adivinar qué puede ser, qué hay detrás. 

Por ejemplo, trato de llegar a Pamplona, donde las agresiones sexuales se han disparado estas fiestas, o a las mujeres asesinadas en tan solo una semana, o a la playa donde ha aparecido envuelto en ropa de abrigo el cadáver de un niño de dos o tres años. 

Si entorno los ojos, puedo ver las manos de la madre abrigando a su hijo antes de un viaje azaroso, lleno de peligros, no un crucero de lujo para venir a un país de emigrantes que ha olvidado su pasado de emigración. Después, los ojos vuelven a lo ya trillado: las broncas entre los candidatos, las promesas imposibles, la boda del año, el vestido, la enésima ola de calor que nos mantendrá aletargados, sin fuerzas para llegar al 23 de julio sabiendo lo que vale nuestro voto: un horizonte en el que dejar vagar la mirada libremente o un cuarto oscuro sin ventanas, donde vivir una realidad inventada, con la cabeza agachada, sin levantar la vista.