Opinión | FEMINISMO

Hay que sufrir

En el momento que alguien (pero sobre todo si es fémina) se atreve a ponerse su ‘gordura’ por montera, saltan a la palestra un puñado de iluminados, que en aras de la salud, le señalan con el dedo y le condenan

Una mujer en un gimnasio

Una mujer en un gimnasio

Para presumir hay que sufrir. Lo dice el refranero, nuestra tía del pueblo, la publicidad, los medios y, por supuesto, las redes sociales. A las mujeres, los único que nos falta es que nos lo tatúen en la frente al nacer. Aunque no hace falta, porque si a alguna se le olvida u osa pasárselo por el forro, siempre hay algún imbécil que se permite recordárselo en el momento más inoportuno.

El pasado 31 de mayo, la influencer @croquetamente__ (Mara Jiménez) presentaba en Madrid su libro, ‘Más yo que nunca’, en el que esta "activista contra la gordofobia", como ella se denomina, habla sobre la aceptación y la autoestima. El acto, se convirtió en polémica. Un ‘youtuber’ llamado Adrián de Oliveira, le preguntó, supuestamente preocupado, si «normalizar la obesidad» es saludable, aunque en realidad, todos sepamos que lo único que quería era buscar su segundo de gloria. 

Nada nuevo bajo el sol. Ha pasado muchas otras veces. En el momento que alguien (pero sobre todo si es fémina) se atreve a ponerse su ‘gordura’ por montera, saltan a la palestra un puñado de iluminados, que en aras de la salud, le señalan con el dedo y le condenan.

Me intriga poderosamente esa aseveración, tan socialmente aceptada, de que la gordura lleva aparejada la enfermedad y la delgadez, lo contrario. Es cuanto menos simplista, asumir que los kilos de más conllevan siempre per se enfermedades cardiovasculares, diabetes o hipertensión; como lo sería identificar a todas las esbeltas modelos con la anorexia o la bulimia. 

Aunque sea justo reconocer, lamentablemente, que hay muchos casos en los que lo primero, está relacionado con lo segundo, en ambos supuestos. Sin embargo, es indignante, que unos se demonicen y los otros, sean referentes en las portadas de las revistas. Llama la atención ese rechazo, tan virulento y generalizado, de la exposición o la defensa de cierto tipo de cuerpos (los entraditos en carnes, que diría mi madre), mientras que aceptamos como el pan nuestro de cada día, el continuo bombardeo de imágenes de mujeres de una delgadez propia de Auschwitz. 

Personalmente, me parece ridículo que alguien sugiera que el que haya una representación pública y mediática de las tallas no normativas, pueda suponer que se genere tendencia o imitación. Especialmente, cuando desde hace años, hay investigaciones que demuestran con datos que los trastornos de alimentación y sus efectos en la autoestima y la salud de muchos jóvenes y niños, sí están directamente relacionados con los prototipos de belleza actuales.  

Lo que está claro es que a los seres humanos nos va la marcha y sólo así se entienden ciertas paradojas. Como que apechuguemos sin rechistar con esa tiranía de la delgadez, que es lo que nos ha tocado en suerte, cuando en otros tiempos, irónicamente, cuando la gente no tenía para comer, era la ‘exuberancia’ lo que estaba en boga. Los cánones se rigen de muchos factores que dependen de cada cultura y de cada raza. Aunque en la actualidad, como en casi todo lo demás, una tiene la sensación de que, lejos de basarse en proporciones áureas o simetrías armoniosas, los referentes actuales están marcados por la omnipotente industria estética y cosmética, que, como Shakira, no deja de facturar.  

La delgadez es, al fin y al cabo, el pilar en el que se sustenta ese engranaje bien engrasado que mueve millones de euros, no sólo en España, sino en el primer mundo, porque en el tercero, ya se sabe, rigen otras normas. Es absurdo e indecente gastar salud, dinero y esfuerzo en perseguir quimeras, que no siempre tienen que ver con la perfección o la salud. La ‘inclusividad’ no es meter con calzador a una modelo ‘curvy’ en las campañas de las grandes marcas de moda. 

Lo deseable, lo que verdaderamente marcaría un antes y un después, sería la aceptación de la diversidad. Apreciar el atractivo y la belleza de cada persona en su individualidad y cultivar una admiración sana y un respeto hacia lo diferente. 

Está claro que eso acabaría con el negocio de los dietistas, los cirujanos plásticos, las farmacéuticas, los herbolarios, los gimnasios y con el chollo de muchos influencers. Pero también terminaría con mucho sufrimiento, muchas terapias y mucha ‘homogenización’.

Hay a quien le gustan los rebaños y los uniformes, pero también hay otra gente, como Mara Jiménez, que ha decidido romper con los dictados y las imposiciones, aunque ello les suponga lidiar con bobos, cargados de buenas intenciones, que se empeñan en recomendarles que vuelvan al ‘redil’.