Opinión | ELECCIONES 28M

ETA como cuña

Buscar que los tuyos vayan a votar como un solo hombre (y como una sola mujer) y que los otros se queden en casa está siendo un objetivo de campaña

Arnaldo Otegi, en un acto electoral de EH Bildu

Arnaldo Otegi, en un acto electoral de EH Bildu / EFE

En las elecciones generales celebradas el 12 de marzo de 2000 el PP logró su primera mayoría absoluta en España tras conseguir 183 asientos en el Congreso de los Diputados con el 44.5%. Enfrente dejaba a un PSOE con 125 escaños, su peor registro desde su aplastante victoria electoral en 1982. El mal resultado de los socialistas provocó la dimisión de su secretario general y candidato, Joaquín Almunia y la consecuente convocatoria para elegir a su sustituto. Cuatro meses después, en Julio del 2000, el PSOE elegía a su nuevo secretario general en el 35º Congreso del partido: Jose Luis Rodríguez Zapatero. A los pocos meses, el nuevo líder de la oposición propuso un acuerdo al PP en materia de terrorismo que fue suscrito en la Moncloa el 12 de diciembre de 2000: el Acuerdo por las libertades y contra el terrorismo, también conocido como Pacto Antiterrorista.

El punto 1 del Acuerdo decía: “El terrorismo es un problema de Estado. Al Gobierno de España corresponde dirigir la lucha antiterrorista, pero combatir el terrorismo es una tarea que corresponde a todos los partidos políticos democráticos, estén en el Gobierno o en la oposición. Manifestamos nuestra voluntad de eliminar del ámbito de la legítima confrontación política o electoral entre nuestros dos partidos las políticas para acabar con el terrorismo”. La cursiva es mía. Desde entonces, pero, sobre todo, desde la llegada del PSOE al Gobierno en los comicios de 2004, las acusaciones mutuas de ruptura del Pacto fueron muchas, hasta que el 13 de mayo de 2006 el PP dio por roto el pacto cuando el Gobierno socialista presentó en el Congreso una resolución para intentar “un final dialogado de la violencia”.

En Ciencia Política se suele diferenciar entre los temas posicionales (positional issues en terminología anglosajona) y los temas transversales (valence issues). Los primeros hacen referencia a asuntos en los que tanto los partidos como los electores tienen diferentes puntos de vista (por ejemplo, las políticas sobre el aborto, los impuestos, el medioambiente, la inmigración, etc.) mientras que los segundos se refieren a cuestiones en las que la gran mayoría de los ciudadanos está de acuerdo con una determinada posición, como, por ejemplo, el crecimiento económico, la lucha contra la corrupción…, o la lucha contra el terrorismo.

En su libro La confrontación política el profesor Maravall explica que la utilización de temas transversales por parte de los partidos o de los líderes políticos durante las campañas tienen precisamente como fin construir mayorías electorales también transversales: resultar atractivos a los electores de cualquier opción política con temas que generan consenso en lugar de disenso como ocurre con los temas posicionales (más ideológicos y, por tanto, en cierta medida, más excluyentes).

Pero, al mismo tiempo, esta estrategia implica la descalificación del adversario para presentarle como incapaz de resolver esos problemas que generan consenso. En cierta medida, se trata de convertir un tema transversal en uno posicional generando disenso y polarización. Era lo que se trataba de evitar con el Pacto antiterrorista del año 2000 como señalaba esa última frase de su primer apartado. Pero ETA ya no existe. Se rindió ante el Estado de Derecho hace dos sexenios. Como señalaba el catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla, Javier Pérez-Royo, "reconocen su derrota hasta tal punto que participan en el sistema democrático que han combatido".

Pero entonces, ¿por qué se sigue utilizando el terrorismo como tema de campaña electoral? Obviamente, la inclusión de siete exetarras con delitos de sangre en las listas de Bildu para el 28M denunciada por el Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite) es la que ha dado pie a abrir un debate sin duda necesario y que abarca muchos aspectos interesantes e importantes. Pero un debate que, en mi opinión, se ha alargado demasiado en una campaña de elecciones municipales y autonómicas en las que los problemas locales y regionales cobran mayor importancia en las preocupaciones y en la decisión de voto de los ciudadanos. Y la razón creo que estriba en cuestiones electoralistas y que ha sido utilizado por algunos como tema cuña de campaña.

No recuerdo unas elecciones tan competidas y con tanta incertidumbre en tantas plazas

Como lo describe Lluís Orriols en su último libro Democracia de trincheras: “el escenario ideal para un partido es lograr que en la agenda pública se instale un tema que genere consenso entre los suyos, pero sea altamente divisivo para los votantes del partido rival”. No es necesario que los votantes del otro partido te acaben votando a ti, con que se desmovilicen es suficiente para conseguir ventaja electoral. Y sabemos por las encuestas, que hay ciertos temas que generan una gran división de opiniones entre el electorado del PSOE. Entre ellos, las relaciones o, en algún caso, la política de pactos de los socialistas con algunas formaciones políticas nacionalistas o independentistas.

No recuerdo unas elecciones tan competidas y con tanta incertidumbre en tantas plazas como las del próximo 28M en las que muchos gobiernos locales y autonómicos se decidirán por unos miles de votos y en la que los acuerdos y alianzas con otras formaciones políticas serán fundamentales para poder gobernar. La participación electoral y, por tanto, cuánto de (des)movilizado estén los diferentes electorados será determinante en muchas ciudades y regiones en el resultado final de estos comicios.

Buscar que los tuyos vayan a votar como un solo hombre (y como una sola mujer) y que los otros se queden en casa está siendo un objetivo de campaña. Cabe preguntarse a costa de qué. Porque como advierte Maravall, la polarización política y la crispación no se da sobre temas posicionales, sino sobre aquellos otros sobre los que todos los ciudadanos comparten los mismos principios. Luego no nos echemos las manos a la cabeza.