Opinión | LA VENTANA LATINOAMERICANA

Lula susurra 'paz' cuando habla de Ucrania

Una mediación eficaz debe ser hecha desde la realidad, teniendo muy presentes las razones que llevaron a Putin a invadir Ucrania

El presidente brasileño Lula da Silva

El presidente brasileño Lula da Silva / André Borges

Al principio de su tercer mandato, y con 77 años cumplidos, Luis Inácio Lula da Silva tiene prioridades distintas que las de muchos presidentes latinoamericanos. Muchas de sus prisas no son las mismas y a esta altura de su vida su gran objetivo es pasar a la historia como el forjador del Brasil del siglo XXI. Desde su punto de vista, la política exterior es una poderosa herramienta en la búsqueda de sus propósitos. Sin duda alguna, el Premio Nobel de la Paz sería el justo reconocimiento de su gran valía, sus titánicos esfuerzos y sus maravillosos logros.

Aquí es, precisamente, donde Ucrania entra en escena, más allá de la compleja e intensa relación de Brasil con la Federación Rusa, que supera incluso las grandes diferencias políticas entre Lula y su predecesor, Jair Bolsonaro. Este viajó a Moscú poco antes de la invasión, ambos coquetearon con la ambigüedad, se manifestaron, y votaron en consonancia con la paz, pero ninguno fue capaz de criticar la agresión rusa ni de apoyar, con armas, sanciones o declaraciones políticas, a Ucrania, la víctima clara del conflicto. Para ambos, los intereses superan a los valores.

Para analizar el proceso en su justa dimensión hay un par de cuestiones que vale la pena no perder de vista. Por un lado, la estrecha relación económica entre Brasil y China, convertida últimamente en su principal socio comercial. Debido precisamente a la alianza “sin límites” entre Xi Jinping y Vladimir Putin y al enfrentamiento cada vez más abierto con Estados Unidos, China no querría bajo ningún concepto asistir a la derrota rusa en esta guerra. Pese a ello Pekín presentó un proyecto de paz, más retórico que posible.

Por el otro, está la pertenencia de Brasil a los BRICS, el grupo que comparte con Rusia, India, China y África del Sur, y poco propenso, en líneas generales y por motivos diversos, a expresar su solidaridad con Ucrania. Estos dos hechos, sumados al tradicional nacionalismo de la política exterior de Brasil, un país que en materia internacional ambiciona a ser reconocido como un gran actor global, explican la posición brasileña frente al conflicto y los últimos cambios en la materia.

Tras su reciente voto en Naciones Unidas condenando a Rusia, Lula sostuvo una videoconferencia con su colega ucraniano Volodimir Zelenski, y le manifestó su firme determinación de abogar por la paz y para ello impulsar la labor de un grupo selecto de países, ya que “la guerra no puede interesarle a nadie”. Sin embargo, más que de un plan estructurado para acabar con la guerra estamos frente a un conjunto de buenos propósitos, asumibles por cualquier persona medianamente bienintencionada, pero sin un recorrido ni mecanismos concretos para llevar a buen puerto la mediación. Su objetivo debería ser compatible con las elevadas expectativas que el regreso de Lula generó en la comunidad internacional.

Si bien Zelenski quiere lograr su apoyo para que la voz de Ucrania sea oída en el resto del continente, hay serias razones para temer que esto finalmente no ocurra. En primer lugar, y más allá de la retórica, la peculiar manera en que Brasil se relaciona con una región de la que recela (de hecho, prefiere hablar de América del Sur que de América Latina). Si bien en el grupo de países potencialmente mediadores podrían estar China e India, e incluso Estados Unidos, Alemania y Francia, no figura ningún latinoamericano, ni siquiera México.

Segundo, ninguno de los 111 puntos de la extensa Declaración Final de la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), realizada en Buenos Aires, menciona a Ucrania. Obviamente, estaríamos frente a una clara muestra de escasa voluntad política e incluso de liderazgo para zurcir las costuras de una región muy desgarrada por el conflicto.

El ministro de Exteriores brasileño, Mauro Vieira, ha señalado que el voto de su país ante la ONU reflejaba una clara condena de la “violación territorial” del territorio ucraniano. Sin embargo, esto no oculta dichos anteriores de Lula, como cuando señaló que “si uno no quiere, dos no pelean” o al considerar a Zelenski tan responsable de la guerra como Putin.

De todos modos, y pese a sus contradicciones, la iniciativa de Lula debe ser justamente valorada, más allá de que en estos momentos a ninguna de las partes le interese acabar con la contienda. Hoy por hoy, tanto Rusia como Ucrania carecen de los incentivos necesarios para negociar una paz duradera. A eso hay que sumar los recelos de Kiev de que Moscú aproveche un cese el fuego, más o menos prolongado, para rearmarse y volver a las andadas en tres o cuatro años. O las declaraciones rusas de que una derrota sería totalmente inaceptable.

Sin embargo, una mediación eficaz debe ser hecha desde la realidad, teniendo muy presentes las razones que llevaron a Putin a invadir Ucrania y sus deseos de recrear el imperio de los zares o la Unión Soviética. De otro modo, cualquier expectativa de paz puede encontrar el frontal rechazo de los ucranianos, muy temerosos de los horrores de una nueva ocupación rusa y sus secuelas de dolor y sufrimiento.