Opinión | BRASIL
Los retos de Lula en su regreso
La experiencia augura el resurgimiento de una línea socialdemócrata templada y racional, que combatirá los excesos ultraliberales pero con criterios de eficiencia
Este domingo, el histórico presidente del Partido de los Trabajadores (TP), Lula da Silva, tomó posesión por tercera vez de la presidencia de Brasil, tras un periodo convulso que arrancó con la destitución por corrupción de su sucesora del PT, Dilma Rousseff, en 2016, tras unos penosos episodios que llevaron también al propio Lula a prisión, y al término de un cuatrienio protagonizado por el capitán retirado Bolsonaro, un iluminado extremista alentado por su correligionario Trump que ha llevado el país al caos, al enfrentamiento interno y al desgaste de las instituciones hasta extremos que hicieron pensar lo peor para la mayor nación de Latinoamérica, que también tuvo en su día una dura experiencia autoritaria.
El retorno de Lula al gobierno doce años después de su marcha y cuando ha cumplido ya los 77, ha sido una especie de prodigio inimaginable hasta hace poco y que no ha servido para cerrar del todo las heridas abiertas por el régimen inclemente de su predecesor. Para llegar a su objetivo, el PT ha tenido que pactar con numerosas fuerzas del centro de la izquierda y finalmente la victoria de Lula se ha producido por un exiguo 50,9% frente al 49,1% de Bolsonaro. Y el futuro no será una balsa de aceite ya que Lula no tiene mayoría en el Congreso y necesitará votos de sus adversarios para sacar adelante sus proyectos. Tampoco el prestigio del veterano mandatario ha quedado totalmente limpio todavía, ya que el Tribunal Supremo le exoneró de sus cargos de corrupción no por haberse demostrado inciertos, sino por incompetencia del tribunal que le condenó.
Lula no se ha arredrado por su difícil posición al frente de una mayoría muy exigua y su discurso de este domingo fue de gran dureza contra el bolsonarismo. El término positivo más utilizado por el veterano líder ha sido el de "reconstrucción", ya que la herencia recibida es penosa, tanto en lo económico como en lo social. Si Lula se había preocupado antaño por sacar de la miseria a las amplias capas de ciudadanos hambrientos que habitaban en el Brasil profundo, Bolsonaro olvidó por completo a estos colectivos y ahora el nuevo presidente deberá rescatar a los marginados que a fin de cuentas le han dado la victoria.
El presidente brasileño vitaliza la autonomía de la zona y se dispone a convertir de nuevo su país en el motor regional"
La experiencia de Lula augura el resurgimiento de una línea socialdemócrata templada y racional, que combatirá los excesos ultraliberales pero que actuará con criterios de eficiencia. Ya ha prometido que cesará en el acto la deforestación del Amazonas, lo cual es una buena noticia para el planeta, y, por supuesto, que iniciará un camino de colaboración con la izquierda latinoamericana. Cuando en Colombia Gustavo Petro acaba de firmar el cese de hostilidades con cinco grupos guerrilleros, Lula vitaliza la autonomía de la zona y se dispone a convertir nuevamente a Brasil en motor regional. Su primera visita será a Argentina, donde dará impulso a Mercosur, e iniciará un diálogo activo con Estados Unidos, la Unión Europea y China, espacios en los que ha recuperado la plena respetabilidad. El visionario Bolsonaro, deprimido, ha huido a Orlando dos días antes de su relevo en el Planalto. En última instancia, y ya al borde del abismo, los electores brasileños han tenido un último y decisivo rapto de inteligencia.
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