Opinión | LA VENTANA LATINOAMERICANA

Lula gana, Bolsonaro pierde

Será a partir del próximo 1 de enero cuando comiencen los verdaderos problemas para el nuevo presidente: deberá gobernar con un Parlamento en minoría y con el poder territorial controlado por el bolsonarismo

Un seguidor festeja la victoria de Lula Da Silva en segunda vuelta de las elecciones en Brasil

Un seguidor festeja la victoria de Lula Da Silva en segunda vuelta de las elecciones en Brasil / PABLO PORCIUNCULA

Como en cualquier segunda vuelta electoral, donde todo se juega entre dos candidatos y a una sola carta, en esta oportunidad tampoco había más opciones que las más arriba señaladas. En conclusión: Lula ha ganado y Bolsonaro ha perdido. Así de simple y así de claro. Otra cosa, sin embargo, es explicar este resultado, el más ajustado en las segundas vueltas celebradas en Brasil desde el retorno a la democracia, tratando de descifrar las razones de la victoria de uno, de la derrota del contrario y de los mayúsculos desafíos que en términos de gobernabilidad deberá enfrentar el país a partir de ahora.

Menos de dos puntos porcentuales separaron a Lula de Bolsonaro, dos candidatos que generan altísimos índices de rechazo entre la población. De todos modos, y como prueba de la importancia de todo lo que en esta ocasión estaba en juego, es que se rompió una tendencia de larga data imperante en Brasil, según la cual la participación de la segunda vuelta venía siendo inferior a la de la primera. Esta vez ocurrió lo contrario. Esto indica que ambos aspirantes a la presidencia no solo lograron mantener la atención de quienes los habían votado cuatro semanas atrás sino también movilizar a más ciudadanos, no tanto en su favor sino para evitar la victoria del contrario.

Lula ganó pese al rechazo que genera entre gran parte de los brasileños. Los recuerdos de la corrupción generalizada y de escándalos como el del mensalão y el del lava-jato (o Petrobras) son muy profundos como para ser exorcizados a la primera de cambio. Pero el rechazo que tiene Bolsonaro ha demostrado ser superior al anterior. Muchos no le perdonan su gestión de la pandemia, con más de 700.000 muertos, la descalificación de las vacunas y su desprecio por las víctimas, además de sus constantes ataques a la democracia.

Fueron precisamente estos últimos factores los que le permitieron a Lula articular una gran alianza prodemocrática capaz de sumar a una parte importante del centro político, sin la cual hubiera sido imposible su ajustado triunfo. La mejor prueba de ello fue el apoyo de numerosos referentes de la política más tradicional (comenzando por el expresidente Fernando Henrique Cardoso) y del establishment económico.

Un personaje relevante fue Simone Tebet, candidata presidencial del centroderechista MDB, con excelentes relaciones con el sector agroexportador (tradicional aliado de Bolsonaro) y que ya suena como ministra del próximo gabinete. Otro Marina Silva, ex ministra de Lula pero que posteriormente rompió con él y que hoy es todo un referente de la lucha medioambiental. Esto último es vital para relanzar las alianzas internacionales del Brasil, especialmente con la Unión Europea.

Dicen los allegados del actual presidente en ejercicio que la noche del domingo se fue a dormir temprano, sin decir una palabra sobre la jornada electoral y, más preocupante todavía, sin reconocer su derrota y felicitar al adversario. Eso sería lo que hacen los demócratas, pero, en la senda de su admirado Donald Trump, sus virtudes democráticas son más bien escasas. Queda hora pendiente la pregunta de si algo similar a lo ocurrido en el Capitolio de Washington el pasado 6 de enero podría repetirse en Brasil.

Hay respuestas para todos los gustos. El consenso más instalado es que no, pese a que el 25% de quienes lo votaron se niegan a aceptar la victoria de Lula. Que al ser unas elecciones directas, sin colegio electoral, el riesgo de contestación disminuye, a lo que se suma el hecho de que el Tribunal Supremo Electoral completó el escrutinio al 100% y declaró electo a Lula. Junto a ello, el rechazo de los militares a tomar partido en una deriva que podría ser letal para la democracia brasileña y también para sus propios intereses. Al mismo tiempo, hay quien piensa, como el reputado internacionalista Oliver Stuenkel que el riesgo de turbulencias sigue siendo “agudo”.

Para no ser demasiado negativos sobre el futuro de Brasil hay que señalar, llegados a este punto, alguna nota positiva. El gobernador electo de São Paulo, el bolsonarista Tarcísio Gomes de Freitas, ha dicho que el resultado de las urnas es “soberano” y que buscará cooperar con el nuevo gobierno. De ser esto así el panorama podría estar algo más despejado, pero las perspectivas son poco halagüeñas.

Como se ha dicho, Lula ha ganado, aunque será a partir del próximo 1 de enero (inicio de su mandato) cuando comiencen los verdaderos problemas. A partir de ahí deberá gobernar con un Parlamento donde está en minoría y con un poder territorial (gobernadores) controlado en buena parte por el bolsonarismo, que cuanto menos se lo pondrá complicado. Para agravar las cosas, el contexto nacional e internacional no es en absoluto comparable al de sus dos anteriores presidencias.

TEMAS