Opinión

El poder monetario de los estados a prueba

El poder monetario de los estados.

El poder monetario de los estados.

Están pasando cosas raras en el mundo del dinero. El Salvador ha adoptado el bitcoin como moneda de curso legal y China ha hecho justo lo contrario: ha prohibido las criptomonedas. Además, en muchos países ricos preocupan las posibles turbulencias en los mercados de deuda pública, así como que la politización de la política monetaria genere inflación. Esto está llevando a los inversores a comprar activos que protejan su poder adquisitivo. Entre sus preferidos están las viviendas, el oro y, cómo no, los bitcoins.

Asistimos, por tanto, a una nueva tensión en torno al poder monetario, entendido como la relación de poder entre acreedor y deudor que se deriva de la creación de dinero y de la posibilidad de manipular su valor, y que los estados u otros actores pueden utilizar para lograr objetivos políticos. La digitalización y la globalización están abriendo las puertas a la desmaterialización del dinero y a la aparición de monedas privadas digitales como el bitcoin, que cada vez son más populares, sobre todo entre los jóvenes y entre quienes desconfían del dinero emitido por países muy endeudados o políticamente inestables. Como reacción, los gobiernos toman posiciones para no perder el control del dinero que circula en favor de estos nuevos dineros privados. Lo hacen tanto aumentando la regulación como buscando formas de subirse al carro de la digitalización, aunque todavía no tienen muy claro cómo proceder. Al mismo tiempo, existe un intenso debate sobre si hay burbujas en los mercados de criptomonedas, cuyo pinchazo podría generar inestabilidad financiera.

La digitalización y la globalización están abriendo las puertas a la desmaterialización del dinero

Para entender a qué responden estos cambios conviene recordar que, tradicionalmente, el Estado, el ejército y la moneda han ido de la mano: poder político, poder militar y poder monetario correspondían al soberano. Según se fueron constituyendo, los estados modernos establecieron el monopolio de la violencia, crearon impuestos y también comenzaron a acuñar moneda. Así, poco a poco, fueron despareciendo los dineros privados (los no respaldados por el soberano), nacieron los bancos centrales y se fue configurando un mundo en el que cada país emitía una moneda y donde la soberanía monetaria y cambiaria era un instrumento más de la política exterior, al menos para las grandes potencias que emitían divisas de reserva internacional como la libra o el dólar.

Aquellas monedas tenían un respaldo real, pero desde el colapso del sistema de Bretton Woods en 1971, lo único que respalda las monedas que emiten los estados es la confianza, que es difícil de construir y puede perderse con facilidad. Por eso, si uno mira un billete de dólar, verá escrito “in God we trust”, pero más que en Dios, confiamos en que ese papelito verde sin valor intrínseco nos permita comprar bienes y servicios porque lo sostiene la economía de Estados Unidos, una Reserva Federal que debería mantener a raya la inflación y, en último término, el ejército estadounidense.

En la zona euro, los billetes no hablan de Dios, sino que tienen monumentos, y como los europeos no tenemos un ejército común muchos son escépticos sobre la capacidad del euro de competir con el dólar (también haría falta que emitiéramos eurobonos en grandes cantidades, pero con el Plan de Recuperación Europeo ya hemos avanzado un poco en esa dirección). En cualquier caso, parece que, ante la elevada deuda, las tensiones geopolíticas y la crisis de la democracia liberal, la confianza en las monedas tradicionales, en mayor o menor medida, se está erosionando.

Lo único que respalda las monedas que emiten los estados es la confianza

Todavía no sabemos cómo evolucionará la inflación y hasta qué punto se va a politizar la política monetaria como resultado de los posibles conflictos entre acreedores y deudores. Pero lo que es seguro es que vamos a seguir asistiendo a la expansión de las criptomonedas, entre las que hay que distinguir varias clases: por una parte, están las privadas, como bitcoin o ethereum, no controladas por una autoridad política sino por un algoritmo y cuyo funcionamiento se basa en blockchain.

Por otro, las públicas, que seguramente comenzarán a existir en los próximos años y que serán emitidas por los bancos centrales: el euro digital, el dólar digital o la más avanzada y que es la que está desencadenando la creación de las otras para no quedarse atrás: el yuan digital. Las primeras pueden ser apetitosas para los países en desarrollo con sistemas en los que la autoridad monetaria es poco creíble. También serán apoyadas por los movimientos libertarios que desconfían del estado, así como por los apasionados de la tecnología. Las segundas, las públicas, mantienen el poder monetario en manos del estado, pero aprovecharán la tecnología para que casi todos tengamos un monedero de euros digitales en el teléfono, lo que planteará un serio reto a los bancos, cuyos sistemas de pagos podrían ser prescindibles, así como problemas de inclusión financiera para la gente que está más alejada del mundo digital.

Pero si son nostálgicos del efectivo y del monopolio del poder del estado, no se preocupen. Los billetes no desaparecerán del todo porque seguirá habiendo transacciones que requieran del anonimato. Además, los países ricos que emiten monedas fuertes no permitirán que se erosione demasiado su poder monetario.