DEL PIMPÓN AL QATARGATE

Diplomacia deportiva: ¿ha servido el Mundial para democratizar Qatar?

“En absoluto. Las dictaduras y regímenes no democráticos salen reforzados por el prestigio adquirido”, dice Carlos Sanz, experto en historia contemporánea de la UCM

En los setenta, la “diplomacia del pimpón” sirvió para abrir China a Occidente

Eva Kaili, protagonista del escándalo de corrupción Qatargate, defendió en el Parlamento Europeo que “el torneo de fútbol de Qatar es un ejemplo de cómo la diplomacia deportiva puede conducir a una transformación histórica de un país”

Diplomacia deportiva y Catar

Diplomacia deportiva y Catar / NACHO GARCÍA

Mario Saavedra

Mario Saavedra

A principios de los años setenta, el dictador chino Mao Zedong, en sus últimos años de vida, trataba tímidamente de abrir el país a la comunidad internacional. Decidió invitar al equipo estadounidense de pimpón a jugar varios torneos con contrincantes chinos en distintas ciudades del país. El Gobierno de Richard Nixon dio el visto bueno a la formación nacional para que acudiera.

El mundo vivía en plena Guerra Fría, y los Estados comunistas (la Unión Soviética o la propia República Popular China) sostenían un enfrentamiento soterrado y constante con Occidente. Precisamente por eso, el tour deportivo se convirtió en un acto político de primera magnitud que contribuyó al deshielo entre Washington y Pekín. Los partidos se retransmitieron por televisión e impactaron en el imaginario colectivo. Se empezó a hablar de “diplomacia del pimpón”.

Ese mismo año, en julio, Nixon visitó en secreto al primer ministro Zhou Enlai, el número dos de Mao. Al año siguiente, se reunió con el propio Mao en Pekín. Era el primer viaje de un presidente estadounidense a la China comunista. Se relanzaron las relaciones bilaterales, y el país asiático emprendió un camino sin retorno hacia la economía de libre mercado con características chinas (capitalismo de Estado) que rige hoy.

Richard Nixon y Mao Zedong reestablecen relaciones en 1972

Richard Nixon y Mao Zedong reestablecen relaciones en 1972 / .

El deporte puede ejercer un poder catalizador sobre las relaciones entre naciones: acerca a enemigos acérrimos y a mentalidades opuestas. Los iguala sobre un terreno de juego común, con reglas definidas que ambos deben cumplir. Sobre el campo de fútbol, España, una democracia y una economía avanzada, no tiene ninguna ventaja sobre el régimen no democrático y en vías de desarrollo de Marruecos.

La monarquía Al Thani

Esta idea fuerza (que la diplomacia a través del deporte acerca a las naciones) ha sido usada para defender la conveniencia de celebrar el Mundial en Qatar. Este estado árabe es una monarquía absoluta gobernada por la misma familia, los Al Thani, desde hace casi dos siglos. Es un régimen autoritario que ocupa el lugar 114 de los 166 analizados en el Índice de Democracia que elabora The Economist Intelligence Unit.  Tampoco hay libertad de expresión y prensa: ocupa el puesto 119 de 180 países del Índice de Libertad de Prensa de Reporteros sin Fronteras.

El jeque Tamim Ben Hamad Al Thani es inviolable y nombra y cesa al jefe del Gobierno. Puede vetar cualquier ley que apruebe el Parlamento, que además tiene un tercio de sus miembros elegidos a dedo por él mismo. La enorme riqueza petrolera del país hace que su población de tres millones de personas tolere el sistema, viviendo como vive en medio de la abundancia: unos 60.000 euros de PIB per cápita, entre las diez más elevadas del mundo.

Ahora la pregunta es si el Mundial servirá de algo en términos de democratización del país. Si la puesta de largo internacional acelerará los cambios en el emirato y los intercambios acercarán al país a los estándares democráticos. “Estos eventos no sirven para abrir o democratizar a los países, en absoluto”, alega Carlos Sanz, experto en historia contemporánea y profesor de la Universidad Complutense de Madrid. “Es cierto que ofrecen flancos para la crítica internacional, y a menudo los gobiernos hacen gestos de cara a la galería para acallar las críticas, pero poco más”.

Precedentes

Recuerda Sanz cómo el Mundial de fútbol de Italia 1934 no erosionó al régimen fascista de Mussolini, sino al contrario o cómo los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 fueron un éxito propagandístico para la Alemania nazi de Hitler. “El Mundial de 1978 tampoco atenuaron la dureza de la Junta Militar de Argentina, ni los JJOO de Moscú 1980 por sí mismos erosionaron el régimen soviético”, añade.

“Más recientemente, ni el Mundial de Rusia de 2018 ni los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008 han ayudado a abrir o liberalizar esos regímenes claramente autoritarios; más bien ha sucedido lo contrario”. El caso de China es palmario. Cuando se celebraron los Juegos de 2008, el país renovaba sus líderes cada ocho años. Ahora, Xi Jinping ha reformado la ley para poder eternizarse como jefe supremo.

No hay demasiadas evidencias, más allá del caso de la China en los años setenta, de que la diplomacia de grandes eventos deportivos sirva para suavizar a los regímenes que los organizan. “Si son dictaduras o regímenes no democráticos, salen reforzados por el prestigio adquirido en el exterior y por una percepción de mayor legitimidad interna”, concluye el profesor. 

El Comité Olímpico Internacional dejó a la Sudáfrica del Apartheid fuera de los Juegos Olímpicos desde 1964 hasta 1992, cuando el país puso punto final al régimen de discriminación al que sometía a la mayoría negra del país, controlado por blancos de origen británico. Estados Unidos y otros 64 países aliados rechazaron participar en los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980. Rusia acababa de invadir por sorpresa Afganistán, y los aliados decidieron boicotear el máximo evento deportivo mundial.

En respuesta, la Unión Soviética junto a otros 16 países tampoco asistieron a los Juegos de Los Ángeles, cuatro años después. ¿Cuánto efecto tuvieron estas medidas de presión deportiva para que terminara la Guerra Fría, en 1989? Es imposible de ponderar. 

En esos mismos años, Corea del Norte y Corea del Sur, separadas por una guerra inacabada, trataron de formar un equipo nacional conjunto para acudir a los JJOO de Seúl de 1998. Las negociaciones, pura diplomacia deportiva, finalmente fracasaron. Al finalizar la II Guerra Mundial, muchos de los países colonizados (el Congo Belga, Marruecos, Zimbabue o Tanzania) crearon clubes de fútbol.

Estos actuaron como embriones de organizaciones políticas que se desarrollarían posteriormente para resistir a la ocupación de sus territorios por parte de los mismos países de la vieja Europa que habían introducido allí el deporte rey, según recuerda Diego Calatayud en el informe “La diplomacia deportiva como actor en la España Global”.

Diplomacia qatarí de pago

“El Mundial de Qatar es una prueba de cómo la diplomacia deportiva puede lograr una transformación histórica de un país con reformas que inspiraron al mundo árabe”, dijo hace tan solo un mes Eva Kaili, una de las vicepresidentas del Parlamento Europeo. Kaili es ahora el epicentro de una tormenta política sin precedentes en Bruselas. Está detenida y acusada de recibir sobornos de Qatar para influir en Bruselas sobre la celebración del Mundial de fútbol. 

“Qatar es puntero en derechos laborales”, añadió falsamente en la misma comparecencia, un debate sobre la “situación de los derechos humanos en el contexto del Campeonato del Mundo de la FIFA en Qatar”. El emirato está acusado de maltratar a los trabajadores inmigrantes, sobre todo de países asiáticos como Bangladesh, y de hasta 15.000 muertes en la construcción de los estadios del Mundial o los rascacielos que pueblan la ciudad de Doha. Más de 6.500 de esos trabajadores habrían fallecido en el país desde que la FIFA le otorgó la celebración de la copa del mundo, hace una década.

Qatar ha usado sus ingentes recursos para influir en las mentes e instituciones internacionales. La cadena de televisión Qatarí Al Jazeera es una de las más relevantes en los países árabes y su versión en inglés compite en calidad con otras como CNN o BBC. Parte de su esfuerzo lo ha centrado el emirato en la diplomacia deportiva, con el objetivo de mejorar la imagen en el exterior y conseguir así atraer inversiones.

Ha conseguido no sólo la celebración del Mundial, sino campeonatos internacionales en varios deportes, el más destacado el Mundial de atletismo de 2019. Defensores de los derechos humanos califican todas estas iniciativas de “sportwashing”, lavado de imagen a través del deporte. 

Diplomacia deportiva activa

La diplomacia deportiva en positivo tiene unos beneficios palmarios, sobre todo en imagen exterior, inversiones y turismo. El estadio del Boca Juniors en el barrio homónimo de Buenos Aires o el Santiago Bernabeu son centros de peregrinación internacional. La imagen de España queda inevitablemente asociada con el éxito y la prosperidad tras las victorias del tenista Rafa Nadal. El servicio exterior español saca rédito de este tipo de eventos, que forman parte de sus carteras, junto a la diplomacia cultural, la económica o la política. El 40% de los temas que se refieren a España en la prensa extranjera tienen que ver con los deportes nacionales, según el citado informe del Ministerio de Exteriores. 

Hay un efecto secundario del deporte en la geopolítica mundial. La globalización (que se adore a Messi en Rabat o a Ronaldo en Pekín) tiene un efecto atemperador sobre el nacionalismo, según el autor Peter Hough. Importan el jugador y el equipo más que la bandera. 

Jugadoras del equipo de tenis de mesa estadounidense y chino compiten en 1972 en Estados Unidos, en respuesta al tour jugado por los estadounidenses en China.

Jugadoras del equipo de tenis de mesa estadounidense y chino compiten en 1972 en Estados Unidos, en respuesta al tour jugado por los estadounidenses en China. / China daily

“El deporte tiene el poder de cambiar el mundo. Tiene el poder de inspirar. Tiene el poder de unir a la gente de una manera que pocas cosas lo hacen”, dijo Nelson Mandela. En 1995, el histórico líder sudafricano acababa de llegar al poder. Utilizó de forma astuta una final de rugby que enfrentaba a Sudáfrica con Nueva Zelanda. El equipo nacional estaba compuesto solo por blancos (salvo uno de sus jugadores) y era odiado por la mayoría negra que había estado oprimida de una forma inimaginable hoy en día. Mandela se puso la camiseta y la gorra de los conocidos como Springboks, y consiguió convertir un evento deportivo de altísima tensión en un catalizador de la unión entre blancos y negros en Sudáfrica. Pura diplomacia deportiva.