CHINA

Xi Jinping, de marido de una cantante a líder plenipotenciario de China

La crisis existencial que sufría el partido aupó a una figura fuerte y mitigó la gobernanza consensuada

El presidente de China, Xi Jinping.

El presidente de China, Xi Jinping. / EP

Adrián Foncillas

"¿Xi quién?". "Xi Jinping, el marido de Peng Liyuan". Diez años atrás, cuando tomó la vara de mando, para muchos chinos sólo era la pareja de una célebre cantante de ópera que frecuentaba las galas televisivas de Año Nuevo. Nadie sospechó que aquel tipo ignoto concentraría un poder omnímodo en apenas una década en una organización vacunada contra los personalismos desaforados, que cocinaba a fuego lento las carreras políticas y expulsaba a los ansiosos.

A su auge ha contribuido tanto su audacia como el contexto histórico. Deng Xiaoping, el arquitecto de las reformas en China, comprendió que los desmanes maoístas nacieron del desmesurado poder del Gran Timonel y trasladó el foco del líder al partido. Cada presidente posterior fue más débil que el anterior y el rumbo recayó en el Comité Permanente. Ese sano debate democrático interno y su sistema de contrapesos mostraron sus costuras en la década de Hu Jintao. El derecho de veto de los nueve miembros del Comité Permanente frenaba muchas políticas y mostraba a un presidente débil mientras engordaba la carpeta de deberes pendientes: las reformas económicas, las desigualdades sociales, la protección medioambiental y, por encima de todos, una corrupción ubicua que castigaba la legitimidad social. A Hu no le faltó intención sino fuerza, maniatado por la dinámica pactista y la influencia de su predecesor, Jiang Zemin.

Xi Jinping abre el XX Congreso Nacional del Partido Comunista de China

Vídeo: AGENCIA ATLAS Foto: Agencias

El diagnóstico fue claro: el partido y el país se abocaban al precipicio. También lo fue el tratamiento: un poder más centralizado y medidas más ágiles. Xi parecía el hombre indicado para revitalizar el partido. Al consenso ayudó su condición de príncipe rojo (su padre, Xi Zhongxun, fue un héroe de la Larga Marcha) y su falta de adscripción a los tradicionales clanes. El partido esperaba oleaje y llegó un tsunami. Recogió la jefatura del partido y el Gobierno junto al control sobre el Ejército, en contraste con su predecesor, Hu Jintao, quien hubo de esperar tres años a que lo soltara Jiang, y expurgó a sus fieles de la cúpula castrense. 

Centralización del poder

"Ha colocado a su gente en las posiciones más altas del Ejército y, más recientemente, reorganizó los servicios de inteligencia. Uno de sus asociados, Chen Xi, lidera el departamento de organización del partido, que decide los nombramientos cruciales a nivel provincial y central. Y otro asociado, Huang Kunming, encabeza el departamento de propaganda, lo que le asegura un caudal constante de artículos laudatorios", señala Anthony Saich, sinólogo de la Harvard Kennedy School.

A la febril centralización del poder contribuyó su campaña anticorrupción, que igual limpiaba las filas del partido que enviaba a la sombra a sus rivales. Con la detención de Zhou Yongkang, el primer miembro del Comité Permanente en ser investigado por corrupción, aclaró que no había nadie a salvo. A la lista de cargos oficiales añadió el título simbólico de "hexin" o "núcleo" del partido, acuñado para definir a los líderes incuestionables. Y después moldeó la Constitución. Con una enmienda de 2017 grapó su doctrina, "El Pensamiento de Xi Jinping del Socialismo Con Características chinas", un privilegio que lo igualó a Mao y Deng. Y un año después borró el límite de dos mandatos de la presidencia. 

Apoyo popular

La eficacia ha blindado su figura en paralelo a la pericia para ordenar el partido. Ha mitigado o erradicado muchos de los problemas enquistados que mortificaban a la clase media como la corrupción local, la ruina medioambiental o los escándalos alimentarios. De aquella letanía de lamentos sobrevive el precio de la vivienda, desbocado a pesar de innumerables leyes para enfriar el sector, pero la sensación es que el país avanza en la línea adecuada.

Xi también rompió la tradición de tecnócratas hieráticos que culminó con el granítico Hu y muchos le conocen como "Xi dada" o "Tío Xi". Ha comido empanadillas en un pequeño restaurante pequinés, comparte el rancho en sus visitas a los cuarteles, no chirría en las fotos con niños y su mujer endulza su imagen. Instituciones occidentales tan prestigiosas como la Harvard School o el Pew Institute sitúan su apoyo popular por encima del 80%. Si el partido decidiera echarle a un lado tendría un problema muy serio para explicárselo a la gente.

"Cada líder chino es la respuesta a una coyuntura histórica determinada y Xi es la de esta. Las circunstancias han facilitado su consolidación. No sólo se explica por su lucha contra la corrupción o la gestión de las luchas internas sino por una nueva narrativa que alude al sueño chino o al rejuvenecimiento de la nación. También a la certeza de que llegan turbulencias y son necesarias más cohesión y unidad y un líder fuerte que tome medidas urgentes", señala Xulio Ríos, exdirector del Observatorio de Política China.

Aquellos peligros que llegaban de dentro ahora son externos. Nunca habían estado las relaciones en un punto más bajo con Estados Unidos, que ha fijado su timón en rumbo de colisión con la potencia que le discute la primacía. Aquella guerra de aranceles de Trump es una broma con la confrontación militar que asoma en el horizonte. China ya ha asumido la hostilidad como estructural y da por concluida la paz en la que pudo desarrollarse durante cuatro décadas. La misma certeza de amenaza existencial que aupó a Xi es la que le mantiene ahora.