Posguerra en los Balcanes

Veinticinco años del bombardeo de la OTAN contra Yugoslavia: una herida todavía abierta

La campaña de la Alianza Atlántica, que duró 11 semanas, alimentó el discurso nacionalista y todavía hoy provoca división

El ministro de Exteriores chino, Tang Jiaxuan, visita, el 3 de diciembre de 2000, las ruinas de la embajada en Belgrado, afectada por un bombardeo de la OTAN.

El ministro de Exteriores chino, Tang Jiaxuan, visita, el 3 de diciembre de 2000, las ruinas de la embajada en Belgrado, afectada por un bombardeo de la OTAN. / AP

Irene Savio

En Belgrado, Serbia, está el monumento La llama eterna, al que se acude para conmemorar a las víctimas de los bombardeos de la Alianza Atlántica (OTAN) sobre Yugoslavia en 1999. El monumento, de unos treinta metros de altura, es básicamente un obelisco que en los años ha provocado grandes polémicas. Las razones son muchas, pero una destaca: el monolito, que es el mayor homenaje arquitectónico a esos muertos, fue erigido por voluntad de Mirjana Marković, esposa de Slobodan Milosević, quien gobernaba a los serbios con mano de hierro y era presidente durante ese ataque. Tanto así que hace tiempo alguno incluso propuso renombrarlo en memoria de las víctimas del fallecido dictador.

Veinticinco años después del inicio de la campaña de bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia, que se cumplen este domingo, Serbia, entonces el país que luchó contra la desintegración de esa entidad socialista, ha cambiado, pero aún no olvida ni ha sanado por completo esa herida dolorosa como los terribles crímenes cometidos por Milosević en aquellos años. Esos recuerdos urbanos de las bombas lanzadas por la OTAN tampoco permiten la amnesia.

La operación, iniciada por orden del español Javier Solana (secretario general de la OTAN por esos días) y sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU (cuya reputación quedó dañada), duró 11 semanas, en las que se lanzaron miles de bombas y murió un número aún hoy desconocido de civiles. Las cifras oscilan aún hoy entre los 500 fallecidos, según Human Right Watch, y los 2.500, según las autoridades serbias. Por su parte, la propia OTAN no respondió a una reciente petición de BIRN sobre esta información, según confirmó este medio especializado en investigaciones periodísticas en la región.

Guerra (también) por el relato

La discrepancia de estos datos sigue siendo, dos décadas y media después, una de las grandes herencias de la controversia. La justificación declarada de la operación era evitar una limpieza étnica de los albanokosovares en la entonces provincia serbia de Kosovo, tras el fracaso de la conferencia de Rambouillet (París). 

Pero esta versión, defendida por la Alianza Atlántica y una parte de la política occidental, ha sido reiteradamente cuestionada, también en virtud de testimonios muy recordados en Serbia, como el del exsecretario de Estado de EEUU, Henry Kissinger. "El texto de Rambouillet, que pedía a Serbia admitir tropas de la OTAN en Yugoslavia, fue una provocación, una excusa para iniciar el bombardeo", dijo Kissinger en una entrevista concedida en junio de 1999 al diario británico The Daily Telegraph

Fuera del debate sobre el origen, analistas como Miguel Roán han descrito, con el sosiego que permite el paso de los años, lo que la operación militar supuso para la población civil. En Belgrado, "bombardeada con bombas de grafito", la ciudad quedó "sin energía eléctrica durante días" y se vivieron escenas de "dolor" y "estupor". Entre estos episodios, cita Roán, estuvieron los bombardeos "de un hospital de maternidad" y los proyectiles estadounidenses que cayeron sobre "la Embajada de China, supuestamente por un error de cálculo de las fuerzas atlánticas". 

En total, según cálculos periodísticos, se produjeron 11 ataques masivos con víctimas civiles en todo el territorio que entonces aún era Yugoslavia; incluso dos muy graves contra columnas de refugiados albaneses. Por eso también, según investigadores como Francisco Veiga, la campaña de la OTAN nunca cosechó "las simpatías [en la opinión pública europea] que había levantado la guerra de Bosnia". "Hubo de todo: bombardeos de autobuses de línea, centros residenciales de civiles, un convoy de Médicos del Mundo, y hasta una cárcel en la que estaban detenidos numerosos nacionalistas albaneses", ha escrito Veiga en La fábrica de las fronteras, una de las obras más completas sobre esos hechos. 

Gasolina para el nacionalismo

Bombardeos fruto de errores, o calificados así por la Alianza Atlántica, que pasaron a alimentar la propaganda y el discurso nacionalista serbio en un país en el que ya Milosević reprimía a todo opositor. Daño colateral de ello: asesinatos como el del periodista Slavko Ćuruvija en abril de 1999, después de ser acusado por un medio progubernamental de apoyar la campaña atlantista. "La deshumanización de los periodistas incómodos, acusados de traición a la patria, sigue siendo hoy una herramienta usada [por la política en Serbia]", respondía esta semana a El Periódico de Cataluña, del grupo prensa Ibérica, Ivana Stevanović, de la Fundación Ćuruvija.

Eso sí, un resultado del operativo fue la salida de Serbia de Kosovo y la posterior caída en desgracia de Milosević, pero eso no impidió la prolongación el conflicto diplomático entre Belgrado y Prístina, nunca apagado, con sus consecuencias para la región. El historiador británico Mark Mazower lo resumió así en su The Balkans: "Se resolvió un problema, la persecución serbia de los albaneses, creando otros [como] la persecución de los albaneses de los serbios [en Kosovo]", lo que se ha de sumar a la perpetuación de "un fuerte nacionalismo étnico mientras las tradiciones cívicas han permanecido frágiles".