ANÁLISIS DEL FENÓMENO

Taylor Swift y el pulso a la industria musical que puede empezar a cambiarla

La artista norteamericana ha sabido jugar sus cartas en un mercado en continua transformación, reapropiándose de su obra, obligando a las grandes discográficas a establecer cláusulas anti Swift y exprimiendo a fondo –contra viento y marea– el inagotable formato del álbum en una sucesión de hitos comerciales

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Taylor Swift, con los Grammy que ganó en 2016.

Taylor Swift, con los Grammy que ganó en 2016. / Mike Nelson - EFE

Paseas ante el mostrador de un kiosco y todo son revistas con su rostro en portada. De Forbes a Hola. Te das un garbeo por la Fnac y sus álbumes, sus libros y sus CDs copan los expositores más vistosos. Su presencia condiciona la vida de una ciudad como Madrid, donde dará sendos conciertos el miércoles y el jueves de esta semana. Se dice de ella que es la novia de América. Con permiso de Travis Kelce. Que por algo el azul de sus ojos, lo pálido de su piel y lo cobrizo de su cabello reflejan los colores de la bandera de los EE.UU. (no se rían, es una teoría más). Pero lo cierto es que Taylor Swift ya es algo así como la novia del mundo. Al menos, del mundo occidental.

Para que estalle un fenómeno de tales dimensiones, tienen que concurrir factores muy diversos. No hay aquí explicaciones sencillas, de una sola dirección. La artista de Pensilvania lleva años moviéndose con soltura entre el perfil de mega estrella del pop comercial y el rol de compositora acreditada, entre lo puramente mainstream y el pedigrí alternativo (las producciones de Aaron Dessner, de The National, en discos de folk deshuesado, o su reciente reivindicación de The Blue Nile y Patti Smith). Mike Scott (The Waterboys) me dijo hace un par de años que la consideraba la mejor autora de canciones del planeta. Pero bajo su propuesta creativa late un sagaz posicionamiento ante la industria, y una inteligentísima forma de adaptarse a sus transformaciones.

Swift ha ido madurando conforme su carrera crecía, muchas veces a golpe de prueba y error, en los últimos quince años. Y si en algunos aspectos ha sabido trocar sus aparentes debilidades en fortalezas (su parálisis ante la bochornosa conducta de Kanye West en los premios MTV de 2009 convertida luego en combustible creativo, su renuncia inicial a pronunciarse políticamente que ahora transforma en una posibilidad real de incidir en detrimento de Donald Trump), es en el terreno puramente logístico en el que más está contribuyendo a transformar la industria discográfica a largo plazo.

Mis canciones son mías y solo mías

Este 2024 se desperezaba con la noticia de que los grandes sellos discográficos mundiales, como Warner y Sony, se planteaban establecer una cláusula anti Taylor Swift. Se dice que puede provocar un terremoto en la industria. Como cuando irrumpieron los servicios de descarga o las plataformas de streaming, aunque suena un poco exagerado. ¿En qué consiste esa cláusula? En que los grandes músicos no puedan hacer lo mismo que ella: reapropiarse del contenido de sus discos para editar por su cuenta y riesgo nuevas versiones regrabadas de los mismos, algo que ya está haciendo con sus seis primeros álbumes, difundidos en plataformas como las Taylor’s Versions.

Taylor Swift en un concierto reciente en Estocolmo como parte de su gira The Eras Tour.

Taylor Swift en un concierto reciente en Estocolmo como parte de su gira The Eras Tour. / AP

Esa fue su reacción ante el disgusto que le generó en 2019 que su sello Big Machine Label Group, con el que ya había roto, decidiera utilizar los derechos de los masters de sus canciones –a través del productor y manager Scott Braun, quien compró la empresa– para vendérselas a terceros sin su consentimiento. Para disponer de ellas como quisiera. El embrollo legal generó un debate acerca de los derechos de propiedad intelectual y de explotación de las canciones de los músicos de renombre (la gran mayoría de músicos, periodistas e incluso figuras del partido demócrata se pusieron de parte de la artista), y sus consecuencias a largo plazo aún están por ver. El desenlace más inmediato fue que Taylor Swift se propuso publicar versiones regrabadas de aquellos seis primeros álbumes (ya tiene cuatro: Fearless, Red, Speak Now y 1989), que son degustadas con fruición por sus seguidores en cualquier formato imaginable, con el ánimo –muy fan– de discernir hasta qué punto las prefieren o no a las ediciones originales. Es un gesto de plena autonomía creativa sin apenas precedentes, ante el cual la gran industria no sabe aún muy bien cómo responder. Se utiliza muy a la ligera el latiguillo de que tal o cual artista “ha cambiado las reglas del juego”, muchas veces con ánimo de epatar o de dar con un titular viral, pero en su caso puede ser real.

El álbum como medida de todas las cosas

Desde el año de la pandemia, Taylor Swift ha publicado alrededor de doscientas canciones en total. Su disco más reciente, The Tortured Poets Department (2024), es el octavo álbum que encarama al número uno del Billboard (la lista de éxitos norteamericana) desde aquel ejercicio, en 2020. Justo la etapa posterior a la disputa por los masters de sus canciones. Vendió dos millones y medio de copias de este último álbum, sumando cualquier formato, durante su primera semana a la venta, hace bien poco. Como veremos, el del álbum es su reinado. El elepé de toda la vida. Poco importa la forma en las que las canciones que lo integran lleguen al público. A través de un teléfono móvil, de un PC, de una tablet, de un CD o de un viejo tocadiscos. Surca formatos. Casi se ríe de ellos. Se preguntaba hace poco Neil Tennant, de los Pet Shop Boys, dónde estaba su Billie Jean. Es que no le hace falta.

Cruel Summer aventaja al resto de sus canciones en reproducciones en Spotify, pero la mayoría de ellas gozan de una popularidad similar, entre los 130 y los 300 millones de reproducciones, sin que se adviertan grandes picos ni irregularidades. Y esa es una de las grandes paradojas de su acaparador éxito. En una época de consumos fugaces, jibarizados, sometidos a la instantaneidad de TikTok, en los que un simple parpadeo te hace perder el ritmo de los acontecimientos, Taylor Swift logra que el grueso de sus canciones llegue por igual al público. No importa que las coloque al principio o al final del minutaje de sus discos. ¿Quién dijo que los adolescentes y jóvenes de hoy ya no escuchan álbumes enteros? Quizá no lo hagan en el orden tradicional, desde el primer corte al último y de una sentada, pero al final se los papean enteros. Vaya que sí.

Una de cada 78 canciones reproducidas en 'streaming' en los EE.UU. durante 2023 fue suya"

Es obvio que hoy en día los reconocimientos de la industria no dependen solo de los discos físicos, en franco retroceso desde hace décadas (ojo, que también ella ha contribuido al auge del vinilo), sino también de las reproducciones digitales, de las ventas digitales e incluso de las emisiones en radio: al menos así es como el Billboard reconoce gestar sus listas de éxitos hoy en día. Pues bien, Taylor Swift fue en 2022 la primera artista en colocar diez canciones suyas en el Top 10 del Billboard. Todas eran de su álbum Midnights (2022). Tal cual. Y prácticamente redobló el logro el pasado cuatro de mayo, consiguiendo que catorce canciones suyas capitalizaran exclusivamente el Top 14. Es más, en 2023, según la empresa de seguimiento de datos Luminate, que monitoriza los consumos de música en Norteamérica, una de cada 78 canciones reproducidas en streaming en los EE.UU. durante 2023 fue suya.

Beyoncé tiene en su poder 32 premios Grammy, más que nadie en la historia. Taylor Swift tiene 14, aún a mucha distancia. Pero tiene, eso sí, cuatro Grammy a mejor álbum, cosa que Beyoncé nunca ha conseguido en dos décadas de carrera. En realidad, es una cifra que nadie más ha logrado: Swift encabeza una lista en la que le siguen gigantes como Frank Sinatra, Stevie Wonder o Paul Simon. Nadie ha obtenido más premios Grammy a mejor álbum del año. Una gira como esta, el Eras Tour, debe su nombre a una carrera de fondo, que desde sus inicios dentro de ese country pop amable en la estela de Shania Twain o Faith Hill, ha ido evolucionando y atravesando diferentes fases. Es algo que también puede decir Madonna, desde luego, cuya última gira por el cuarenta aniversario de su carrera escenificaba sus frecuentes transformaciones durante los ochenta, los noventa y los dos mil. Pero no es algo de lo que puedan presumir – al menos no aún – Britney Spears, ni Lady Gaga ni Dua Lipa. El arco expresivo de Taylor Swift se presta más a la valoración en el largo plazo, y esa es otra de las peculiaridades de su enorme repercusión.