Crítica de 'Hasta el fin del mundo': Viggo Mortensen y la posibilidad del afecto

Tras debutar en 2020 con Falling, Viggo Mortensen vuelve a la dirección con un wéstern, género en el que se adentra con una evidente mezcla de conocimiento y afecto. Ambientada en Estados Unidos en 1860, gira en torno al romance entre un inmigrante danés (Viggo Mortensen) y una mujer francocanadiense (Vicky Krieps) más joven que él. Ese es el punto de partida de un relato narrado en distintos tiempos (Mortensen también firma el guion) que habla de un amor genuino y de las segundas oportunidades, pero también de venganza, injusticia, abuso y dolor.

Lo más llamativo de Hasta el fin del mundo, más allá de su condición de bendita anomalía en el cine contemporáneo (por su clasicismo, por su pausa, por su intimidad), es la delicadeza con la que está contada y rodada: es una película indudablemente bella (la dirección artística, la manera en la que está planificada, la fotografía de Marcel Zyskind).

Si bien es cierto que su apuesta por un relato desordenado genera cierta confusión en un principio, Mortensen firma una película en la que los personajes están bien escritos (la fortaleza de ella, la vulnerabilidad de él), los conflictos pasan a través de ellos y no se cae en el error de leerlos desde una óptica presente. Sin caer en ningún momento en lo cursi, Hasta el fin del mundo explora con emoción la posibilidad del afecto en un mundo hostil. Para ello, Viggo Mortensen cuenta con la complicidad de una extraordinaria Vicky Krieps.