TEATRO

Iñaki Rikarte, el premiado director de escena que comparte su inseguridad y defiende la ternura en el trabajo teatral

Actor, dramaturgo y director de escena, Rikarte acumula prestigio y premios tras obras como 'Supernormales', 'Forever' y 'El monstruo de los Jardines'

El actor y director teatral Iñaki Rikarte.

El actor y director teatral Iñaki Rikarte. / Sergio Parra

 Dice que nunca ha llorado tanto como cuando dijo en casa que quería ser actor, con 18 años.

— Lloré mucho porque me daba una vergüenza inmensa, me escuchaba y me decía: tú eres un niñato que está diciendo ahora que quiere ser actor cuando eso es imposible, es un capricho y una forma de huir de la realidad. Lo que tienes que hacer es estudiar, como todo el mundo y, como mínimo, aprobar. Ese impulso de ser actor era cierto pero, por otra parte, me daba mucha vergüenza.

P. ¿Qué le dijo su familia?

R. Hazlo. Yo tenía ganas de que me dijeran que no para pelearme y, de pronto, me vi teniendo que defender eso, y no estaba seguro y me daba mucho miedo.

Iñaki Rikarte (Vitoria, 1981) es un director atípico por muchas razones. Porque le cuesta hablar de su trayectoria, de su mirada sobre su oficio, dice que no encuentra las palabras, que no tiene armado un relato. Porque a lo largo de dos horas de conversación, compartirá y verbalizará en multitud de ocasiones su inseguridad y dirá que gracias a ella su trabajo se ha convertido en algo parecido a una obsesión, un motor que le lleva a entrar el primer día en la sala de ensayos como la persona que más ha leído el texto, que más lo ha estudiado, que más ha pensado en la obra. Porque Rikarte siempre trabaja a favor del público y, aunque esta idea suene a perogrullo, no lo es. Y la última, aunque podrían ser muchas más, porque es uno de esos directores que convierte en oro todo lo que toca, un creador de prestigio pero de perfil bajísimo al que angustia, dice, el reconocimiento. No tiene redes ni perfil en Wikipedia y resume su biografía, en los dossiers de prensa, con unas pocas líneas, como si le diera vergüenza enumerar sus trabajos y logros.

Rikarte se hizo cargo de aquella decisión que tomó a los 18 años, se fue a Madrid a estudiar interpretación en la Resad y comenzó después una carrera como actor que ha mantenido hasta hace dos años y en la que ha trabajado en la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) o en el Centro Dramático Nacional (CDN), a las órdenes de directores como Eduardo Vasco, Ana Zamora, Alfredo Sanzol o Ernesto Caballero. Pero desde entonces hasta hoy, Iñaki Rikarte se ha convertido en uno de esos hombres de teatro total que, además de intérprete, es autor y director de escena. Entre sus últimos trabajos como director, taquillazos como Supernormales, de Esther F. Carrodeguas, con el que fue galardonado con un Max a mejor dirección de escena en 2023 o El monstruo de los jardines, de Calderón de la Barca, con funciones en el Clásico hasta el 26 de mayo. Además, acaba de ser galardonado con dos premios Talía a mejor espectáculo y dirección por Forever, la última obra de Kulunka, compañía con la que lleva trabajando desde su creación, en 2010, cuando estrenaron Andrè y Dorine, una pieza de teatro de máscaras que lleva girando y acumulando premios desde entonces, y con la que ahora se van tres semanas a Canadá.

'El monstruo de los jardines', de Calderón y dirigida por Rikarte, se representa en el Teatro de la Comedia hasta el 26 de mayo.

'El monstruo de los jardines', de Calderón y dirigida por Rikarte, se representa en el Teatro de la Comedia hasta el 26 de mayo. / Sergio Parra

Aquel espectáculo les cambió la vida a todos, al propio Rikarte y a los dos fundadores de Kulunka, Garbiñe Insausti y José Dault. Pero antes de eso, había comenzado su carrera como director y dramaturgo fracasando.

— En 2007 estrené Gris Mate, una pieza en la que también actuaba y que fue muy importante para mí porque era la primera vez que un texto mío se representaba, y tuvo cierto recorrido. Después viene Sísifo B, un proceso en el que me dejo el corazón, escribo, dirijo y no funciona. Fui consciente de que me la había pegado, estaba como agotado, destruido y no tenía ganas de hacer lo de Kulunka. Siempre que te llaman para trabajar es como un salto vacío, y por una parte te alegra que confíen en ti y por otra dices, ¿por qué he dicho que sí? Y ahora, ¿qué hago? Es una putada, como cuando era más joven e iba al monte a escalar y cuando estaba arriba quería estar abajo, y cuando estaba abajo quería estar arriba.

Pero Rikarte dijo sí, y aquella obra se convirtió en un éxito que sigue vivo hoy, catorce años después.

—Nos puso en el mapa. Era la época en la que podías trabajar todas las horas del mundo, éramos jóvenes, teníamos muchas ganas, y recuerdo los ensayos mañana y tarde con Rolando San Martín, Edu Cárcamo, Garbiñe, José… No teníamos ni idea de trabajar con máscaras, pero Garbiñe y José tuvieron esa intuición y se tiraron a la piscina.

Tras aquella pieza vinieron Solitudes, Quitamiedos y su cuarto trabajo con Kulunka, Forever, una historia dura y muda, sin una sola palabra en escena, sobre la incomunicación en el seno de una familia, estrenada en el CDN y convertida en una de las obras de la temporada. Pero antes de llegar hasta aquí, Rikarte se estrenó en 2019 como director en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, con una versión de Carolina África de la obra de Moreto El desdén con el desdén, que el director trasladó a los años 60 y en la que sonaba Black is black de Los bravos, con un reparto de jóvenes actores que se divertían tanto como el público. De pronto, al Teatro de La Comedia había llegado un director disfrutón y tremendamente imaginativo, que primaba el juego en escena y la comprensión de la obra por parte del espectador.

—Intento trabajar siempre al servicio de que la obra se entienda. Creo que la obra tiene que suceder y a mí no me interesa cuando las cosas me las cuentan, sino cuando están sucediendo. Yo he sido público y actor del Clásico y muchas veces me he sentido idiota como espectador porque no entendía, con un poco de angustia porque ha empezado la obra y están hablando y no me entero y me lo estoy perdiendo. Y llega un momento en el que ya te desconectas. Yo no soy ningún experto en teatro clásico, no soy un intelectual, pero sí me gusta el teatro, me gustan las obras. El desdén… me gustaba y El monstruo de los jardines, también.

P. ¿Qué le interesaba de esta última obra?

R. Hay algo en Calderón que me fascina, que es una ternura honda. Yo me identifico mucho con eso y cada dos páginas hay un verso en el que te quedarías a vivir. Ir a ensayar y encontrarte con eso todos los días es una suerte, son obras que no te las acabas.

P. Esa querencia por la ternura también está presente en el resto de sus trabajos, al tiempo que esa prioridad que le da al público, al que convierte en su gran interlocutor.

R. Sí, totalmente, y para mí es muy importante. Creo que hay una tentación entre quienes hacemos teatro y es la de poder sentirnos diosecillos, sentir que podemos manipular, organizar el mundo a nuestro antojo y provocar cosas en la gente, y a mí eso nunca me ha gustado mucho porque no me parece cierto y, además, creo que si te miras tanto a ti mismo, te acabas desconectando del público. Eso no me interesa mucho, quizás porque no soy un intelectual. Para mí es muy importante lo que piensa el público. Creo que nunca podría quedarme contento si he hecho algo que a mí me gusta mucho, pero no le gusta a nadie más. El teatro es para la gente y hasta que las obras no las ve el público, no acabas de entender lo que has hecho.

P. Venimos de una generación de directores a quienes, en general, no interesaba la ternura a la hora de trabajar con sus equipos, directores que parecían estar por encima de todo y a los que no se podía contradecir.

R. Yo creo que tengo una relación más cercana con los actores que la que algunos directores han tenido conmigo. Pero no sé si eso es por mi inseguridad. Me parece peligroso generalizar, aunque estoy de acuerdo con lo que dices. Pero esas formas y la tiranía de los directores, yo diría que están desapareciendo o, por lo menos, cada vez se denuncia más. Es un tema complejo porque también está la precariedad, y todos quieren seguir trabajando, pero digamos que tienen como cierto poder en el destino de los actores, y eso es una cosa que yo detesto, no me gusta nada.

P. ¿Por qué?

R. Obviamente, siendo actor he sentido que en la voluntad de un director estaba mi destino. Era así porque esto es parte del juego, otra cosa es qué uso haces de eso, y hay gente que se siente muy cómoda y gente que se siente muy incómoda. A mí, por ejemplo, hacer un reparto es algo que me produce una incomodidad brutal. Porque hay gente con la que tengo una relación de amistad, por ejemplo, alguien que a lo mejor tiene poco trabajo. Tú eres mi amiga y no tienes trabajo. Yo tengo un proyecto. ¿Por qué no te voy a ayudar? Me genera mucha incomodidad porque, por otra parte, me han llamado para hacer esto de la mejor manera posible. ¿Y cuál es la mejor manera? ¿Olvidarme de las circunstancias personales de los actores y pensar solamente en su talento? Si un actor te da las gracias porque le has llamado, yo siempre digo, no, por favor, yo te he llamado porque te necesito. Porque si no, se genera una relación en la que parece que alguien tiene que darte las gracias por un trabajo, como si te debiera algo. Yo he dado las gracias a directores que me han contratado y de repente me he dicho que no hace falta que yo dé las gracias por hacer mi trabajo.

P. ¿Alguna vez ha vivido en la precariedad?

R. No. Nunca.

P. Debe ser de los pocos que no la han sufrido en su profesión.

R. He tenido mucha suerte porque, por ejemplo, cuando yo estaba estudiando en la Resad, mis padres me pudieron pagar el piso y pude dedicarme a esto 12 horas al día.

P. Eso no es suerte, es dinero. ¿Nunca ha puesto copas?

R. Nunca. No he puesto ni una caña.

P. Y nunca ha trabajado de nada que no esté relacionado con el teatro.

R. Ni he estudiado otra cosa.

P. ¿Ha tenido miedo a que no sonara el teléfono, a no tener trabajo?

R. Es verdad que he trabajado mucho, me he podido ganar bien la vida y he estado siempre haciendo muchas cosas. En ese sentido soy muy afortunado, es una suerte inmensa. Y creo que hay una parte importante que tiene que ver con la suerte y también con el trabajo y la obsesión. Es decir, este trabajo a media jornada para mí es imposible. La vida no son compartimentos estancos, por lo menos la mía.

P. ¿Qué disgustos le ha dado este trabajo?

R. Disgustos en relaciones personales, por ejemplo. Y, por otro lado, yo no me he sentido fracasando tanto en nada en la vida como dirigiendo. No me refiero a un montaje, sino al hecho mismo de comunicarse. Dirigir a un actor me parece dificilísimo, tocar las teclas, encontrar una vía de entendimiento. A veces pillas veta y es la hostia, y otras veces no. Hay una cosa de este oficio que a mí me pesa mucho, que es la seducción. Hay que trabajar desde la seducción todo el tiempo porque al final es como decir ‘mira, vamos a hacer un viaje que yo creo que va a estar guay, quédate conmigo’. Pero, ¿y si te he prometido algo que no acaba siendo tan guay? Eso es algo que me atormenta durante los procesos porque es muy duro que un actor no esté bien en una función que has dirigido tú. Yo pienso en mi parte de responsabilidad y me duele mucho. Podría estar mucho mejor de lo que está y no estoy sabiendo ayudarle y el que va a salir al escenario es él, ¿sabes?

P. ¿Se ha topado como actor con directores como usted?

R. Hay excepciones, pero conmigo no han trabajado como yo suelo trabajar con los actores. Conmigo han trabajado menos, en cantidad y en calidad, y me han dado más libertad para trabajar. Y creo que eso ha sido más cómodo para mí, y seguramente para ellos, pero como actor, a la larga, ha sido peor para mí porque siempre he sido muy inseguro.

'Forever', la obra de Kulunka Teatro que le dió a Rikarte el premio Talía a mejor dirección escena y se hizo también con el de Mejor espectáculo de teatro de texto

'Forever', la obra de Kulunka Teatro que le dió a Rikarte el premio Talía a mejor dirección escena y se hizo también con el de Mejor espectáculo de teatro de texto / Cedida

P. ¿Cómo vive todo ese reconocimiento que ha cosechado después de obras como Supernormales, Forever y El monstruo de los jardines?

R. Mira, es como azúcar para la vanidad. Yo no estoy trabajando de forma diferente últimamente a cómo trabajaba antes, pero es verdad que ahora, en poco tiempo, estoy teniendo mucho reconocimiento. Entiendo que es algo muy circunstancial. He tenido la suerte de estar trabajando en teatros con mucha visibilidad y también sé que esto va por modas. Y es guay, pero por una parte este reconocimiento me angustia y me agobia un poco porque el síndrome del impostor se apodera de mí y no estoy seguro de ser capaz de hacerlo bien si me proponen algo mañana.

P. ¿Qué tiene en el horizonte?

R. Nada. He hecho un esfuerzo por no tenerlo porque vengo de mucha tralla. Supernormales, Forever y El monstruo de los jardines fueron procesos muy intensos y tengo ganas de parar y volver a escribir, de reconectarme un poco conmigo mismo.