ENTREVISTA

Gijs Wilbrink, último fenómeno de la literatura holandesa: "Sin monstruos nunca podrás tener un verdadero héroe"

El autor y músico debuta en España con su primera novela, ‘Las Bestias’, un inesperado éxito en su país que conecta con la tendencia creciente del 'thriller' rural

Gijis Wilbrink durante un momento de la entrevista con El Periódico de España

Gijis Wilbrink durante un momento de la entrevista con El Periódico de España / Ana Máñez

Clara Nuño

Clara Nuño

¿Qué pasa después?¿Qué ocurre con los que se quedan a recoger los restos de la fiesta? Las historias le pertenecen a quien sigue ahí una vez que acabó todo. A quien las cuenta, a quien las escucha. Como muchas, esta comienza basándose en una anécdota real: la desaparición de un ser querido durante tres días. “No puedes hacer nada más que aguantar, dar vueltas, pasear, subir y bajar las escaleras de casa. Esperar a que te llamen al móvil y te den una respuesta. La que sea”, recuerda Gijs Wilbrink (Ulft, De Achterhoek, Países Bajos, 1984). “Fue entonces cuando yo me di cuenta de que nadie es el protagonista de una película, de que cualquier cosa puede revolverlo todo”, continúa. Fue, también, el germen de su primera novela Las Bestias que, tras acumular 16 ediciones en su país y convertirse en un inesperado fenómeno literario, aterriza en España de la mano de Búnker Books, con traducción de Catalina Ginard Féron.

“Cuando pasó aquello, pensé que siempre hay que mirar al qué hay detrás, al qué pasa con una persona y con su familia cuando le encuentran, cómo se rehacen sus vidas”, expone el autor neerlandés durante una conversación con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA en la azotea de un hotel en Gran Vía, Madrid, durante su primera vista a España.

Wilbrink es -o, más bien, ha sido- músico. Durante su juventud lanzó varios discos y recorrió salas y garitos de todo tipo a lo largo de buena parte del continente europeo como vocalista de la banda de punk Tenement Kids. No es de extrañar que parte de la trama se desarrolle en el ambiente garajero, de casas okupa y salas underground, de una ciudad mediana en la década de los 90. Una urbe sin nombre que se parece mucho a Utrecht, adonde Wilbrink marchó a estudiar cuando le llegó la hora de ir a la universidad. Dejó su pueblo y nunca ha regresado del todo. Desde entonces, cuenta, siempre ha vivido divido entre dos mundos, el rural y el urbano, sin terminar de casarse con ninguno de ellos.

El boom de la literatura rural

Las Bestias pertenece a una corriente literaria internacional que, en los últimos años, ha puesto la mirada en la raíz, en los pueblos de los que muchos, en principio, huyen. En España algunos ejemplos son Facendera de Óscar García Sierra, (Anagrama, 2022), Panza de Burro de Andrea Abreu (Editorial Barret, 2020) o Canto yo y la montaña baila -escrito orginalmente en catalán- de Irene Solà (Anagrama, 2019).

La de Wilbrink es una novela basada en el rumor y el cotilleo. La narración cuasi mitológica de una familia criminal. Una historia sobre la vida de los hombres de un clan contada por las testigos de la misma. Dos mujeres de distintas generaciones amarradas al pasado de ellos y que persiguen un mismo fin: la salvación. Una quiere librarse de la reputación pegajosa de su estirpe, la otra escapar del trauma.

“Creo que buena parte de los escritores de mi generación estamos muy influenciados por el cine, yo pienso mucho en Fargo (Joel David Coen,1996) o Twin Peaks (David Lynch y Mark Frost, 1990) y, con esta novela, quería jugar a la doble pantalla, cuando se te presentan simultáneamente dos versiones del mismo acontecimiento”, explica el autor neerlandés que también admite haberse obsesionado con el comienzo de Jazz de Toni Morrison cuando él era incapaz de encontrar la voz de su relato. “Ella tiene el inicio perfecto, estaba claro que sabía qué quería contar y cómo. Yo he pasado mucho tiempo con esta historia en el cajón, escribiéndola a trompicones durante casi ocho años. Fui, incluso, a talleres de escritura”, relata el escritor para admitir que, por momentos, estuvo a punto de abandonarla. Hasta que, por fin, encontró su voz. Sus voces. “Me imaginé cómo mi tía me contaría un rumor como remoloneando, sin querer contarlo del todo. Ahí comenzó a salir la novela, a borbotones”, explica.

Terminó y entregó la obra en pandemia. Le contestaron cinco editoriales en muy poco tiempo. Escogió una, publicó y pasaron varias semanas vacías, como si no hubiese ocurrido nada. Después, apareció una crítica positiva en uno de los periódicos de mayor tirada nacional. Luego, el éxito absoluto de una obra que estuvo a punto de no terminar nunca. Hoy, va por su decimosexta edición y prácticamente todo el mundo en Países Bajos conoce su nombre.

Lugares como personajes

“A mí no me gusta hablar, pero en mi opinión, todo empezó a torcerse para Tom Keller aquella noche en la que sus dos tíos se lo llevaron al bosque y lo obligaron a hacer cosas que un niño de nueve años no debería hacer nunca”. Este es el comienzo de la novela, las primeras palabras de una narradora tramposa que, fingiendo reticencia, escupe los detalles de la vida de los Keller. Una familia temida, observada con morbo y fascinación, en un pueblo pequeño al filo de la frontera alemana, al este del país.

Una familia marcada por sus actos, pero también su aspecto. Los ojos, grandes y separados como los de un pitbull. Un rasgo genético, una marca social. Tener la mirada de un Keller.

“Sabía que quería recrear eso, capturar a los diferentes de los que todo el mundo habla, crear esa atmósfera opresiva que se da en los lugares pequeños”, explica Wilbrink, quien también otorga al escenario un lugar protagónico. Achterhoek, su propio pueblo. “En un país tan pequeño como el mío, un área como esa, tan cerca de la frontera germana, es dónde aún queda sitio para el misterio, para jugar con el realismo mágico. Por algo su traducción del neerlandés es algo así como 'una esquina oculta'”, bromea. “No cumplimos el estereotipo de rectitud y frialdad que se atribuye a los holandeses. Creo que aún quedan pasiones en el este”, opina mientras recuerda cómo fue crecer y pasar la adolescencia en un lugar al que nunca terminan de volver. “Cuando te marchas creces, cambias y también lo hacen los entornos. Nunca hay un lugar a donde volver porque todo está en permanente cambio”, asegura.

En permanente huida

Los Keller están tan unidos a la tierra como las patatas. Nada ni nadie puede sacarlos de este pueblo, todo les devolverá a él. Esa es la lucha de los personajes principales. Primero el padre, luego la hija.

Wilbrink guía al lector a través de escenas de caza furtiva, carreras de motocross en el barro –uno de los deportes más populares de la zona-, granjas de visones y negocios sucios mientras desenmaraña el pasado de aquellos que nacieron condenados, aunque se revuelvan.

El padre se marchará a lomos de una moto. La hija persiguiendo ser alguien, queriendo estudiar para convertirse en artista tras quedar fascinada por Cabeza de esqueleto con cigarro una de las obras más tempranas de Van Gogh, en Amberes. “Escogí ese cuadro porque es muy punk”, bromea Wilbrink, quien señala que el pintor, en sus inicios, hizo varios retratos de la Holanda rural. “Isa (Keller) cae fascinada ante sus cuadros porque se siente reconocida y busca allí algo de belleza”, desarrolla, para desvelar que a lo largo de toda la trama ha ido dejando ocultos, como en un puzzle, varios cuadros famosos, oscuros, a la espera de que el lector los encuentre. Saturno, por lo pronto, devorará a sus cachorros.

Cabeza de esqueleto con cigarro,  Vincent Van Gogh

Cabeza de esqueleto con cigarro / Vincent Van Gogh

Tradición católica

La envidia, el miedo, la culpa judeocristiana y el yugo del catolicismo marcan toda la novela. “Me interesaba mucho explorar los temas de la culpa y la salvación, que son conceptos muy católicos”, continúa el autor. Por eso, sus narradoras, alejadas entre sí se van acercando más y más y más hasta que al final ocurre aquello. “La única manera que alguien tiene de salvarse es el ir aceptándose a sí mismo y al lugar del que proviene”, apunta.

También quería crear un héroe. Heroína en este caso. “En los mitos griegos y romanos siempre hay un héroe y un monstruo. Sin embargo, con la introducción de la novela realista los monstruos desaparecen porque los personajes deben tener capas, ser complejos. Pero sin monstruos nunca podrás tener un verdadero héroe y yo quería hacer de Isabella Keller una heroína feminista en un entorno hostil. Así que creé al villano”, zanja.

A veces, alguien decide marcharse. Desaparecer de la noche a la mañana. Puede que a los días llame de nuevo a tu puerta. Puede, también, que no vuelva nunca. ¿Qué pasa después? ¿Quién consuela a los que se quedan atrás? Quizá no sea nadie. Quizá sean las historias que se narran a sí mismos en busca de una verdad que les permita enfrentarse a las horas. A las horas después de la fiesta. A todas las que vengan detrás.