Crítica de 'El color púrpura': contra los abusos, canciones

La novela más célebre de Alice Walker sirvió como base primero de un bienintencionado melodrama dirigido por Steven Spielberg y después de un montaje teatral en Broadway, y ahora regresa al cine en forma de película musical que atempera los aspectos más sombríos de lo que originalmente era una historia de violaciones, incesto y violencia constante en una celebración de la fe, el perdón y la reconciliación a través de una sucesión de melodías de blues, gospel y soul impolutamente coreografiadas.

Esa historia, recordemos, es la de una mujer afroamericana durante la primera mitad del siglo XX, que logra sobrevivir a los abusos continuos de varios hombres y del Sistema en su conjunto gracias a la solidaridad de otras mujeres; la historia, en otras palabras, del racismo, del machismo y del legado del esclavismo en Estados Unidos, asuntos idóneos sobre los que elaborar números de canto y baile. Ironías aparte, añadir interludios musicales a un relato tan sombrío tiene sentido en cuanto que ofrece un respiro al espectador, incluso si se traduce en una serie de cambios tonales abruptos y en cierta frivolización de los horrores diarios soportados por la protagonista. El secreto para disfrutar de la película es dar menos importancia a su argumento que al modo en el que este queda evocado en las canciones o, si se quiere, entenderla sobre todo como un esplendoroso álbum visual en la línea de Purple Rain (1984) o Black Is King (2020).