ARMA DEL TERROR

Por qué los coches bomba son la fuerza aérea de los pobres: de ETA al 'Bloody Sunday'

El sociólogo Mike Davis recorre en ‘El coche de Buda’ la evolución de este arma global y por qué se convirtió en la referencia del terrorismo urbano internacional

Restos de un atentado con coche bomba en Kabul, en 2017.

Restos de un atentado con coche bomba en Kabul, en 2017. / Hedayatullah Amid

En 1945, en un mundo que aún estaba estrenando la paz tras la pesadilla de la II Guerra Mundial y que seguía conmocionado por la destrucción masiva de las dos bombas atómicas lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki, George Orwell publicó un artículo en el diario Tribune titulado You and the Atomic Bomb. En él, el futuro autor de 1984, escribió: “Un arma compleja hace al fuerte aún más fuerte, mientras que un arma simple —puesto que su simplicidad hace más difícil detectarla y neutralizarla— dota de zarpas al débil”.

Esa frase es la elegida por Mike Davis para arrancar El coche de Buda: Una breve historia del coche bomba, un libro muy peculiar que repasa la genealogía de los coches bomba desde la primera acción con uno de ellos en 1920, en forma de coche de caballos bomba, hasta encarnaciones mucho más recientes en conflictos más cercanos en el tiempo y en el espacio.

El volumen, que acaba de ser reeditado por Verso Libros, funciona también como un homenaje al autor estadounidense que falleció en 2022. Mike Davis no fue un sociólogo al uso, según contaba José Mansilla, antropólogo y profesor de la UAB, en el obituario que le dedicó en El Salto, sino que antes de dedicarse a la academia trabajó como obrero metalúrgico y como conductor de camiones y autobuses. “Su retorno a los estudios”, explica el experto, “estuvo influenciado, entre otras cuestiones, por la necesidad de construir pensamiento político crítico y alejar a militantes, activistas y sindicalistas de aquellas respuestas rápidas y contundentes, muchas veces violentas, que tantas veces surgían automáticamente durante los conflictos sociales que presenció”. Libros como Ciudad de Cuarzo: Arqueología del Futuro en Los Ángeles, Planeta de Ciudades Miseria o este mismo del que nos ocupamos, serían ejemplos.

En El coche de Buda: Una breve historia del coche bomba, Davis explora los orígenes de este tipo de arma, su expansión y también el papel jugado por las agencias estatales de inteligencia (especialmente las de Estados Unidos, Israel, India y Pakistán) en la globalización de las técnicas de terrorismo urbano y en cómo su impacto ha producido un cambio de estrategia en la defensa de los centros de poder alrededor del mundo que, en muchos casos, se muestran igualmente vulnerables a su acción.

Cómo empezó todo

A pesar del equívoco que pudiera traer este título, nada tuvo que ver el creador del budismo con todo esto. El primer ataque con coche bomba de la historia, aunque quizá estuvo inspirado en el carromato bomba que estuvo a punto de acabar con Napoleón en la Rue de Saint Nicaise de París en 1800, se produjo, según Davis, en septiembre de 1920, unos pocos meses después del arresto de los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Su camarada Mario Buda, de ahí el título, en protesta contra esa detención, estacionó un coche de caballos cargado de explosivos (probablemente gelignita robada de las obras de construcción de un túnel), en la esquina de Wall Street y Broad Street, en el centro de Nueva York, frente a las oficinas de J.P. Morgan, justo cuando se estaba celebrando una importante reunión en la planta baja. El objetivo era atentar contra el banquero estadounidense y el resto de financieros que se suponía que estaban con él, que los anarquistas consideraban los responsables últimos de la detención de sus compañeros.

Atentado contra el banco JP Morgan en Wall Street, Nueva York, en 1920.

Atentado contra el banco JP Morgan en Wall Street, Nueva York, en 1920. / ARCHIVO

La explosión, que se produjo a las doce en punto del mediodía, sembró el caos en la zona, matando a 40 personas e hiriendo a 200 más debido a la metralla. La zona se convirtió en el escenario de un campo de batalla como los todavía humeantes de la I Guerra Mundial. La conmoción fue tal que la bolsa de Nueva York detuvo su actividad por primera vez en su historia. Y aunque Morgan evitó la muerte, dado que se encontraba cazando en su finca de Escocia, su hijo, Junius, y el presidente del banco Equitable Trust, Alvin Krech, fueron dos de los heridos.

Tras los hechos, la policía estadounidense culpó a varios sindicalistas de los que se quería librar, mientras que Buda consiguió huir a Italia sin levantar sospechas y librarse de la cárcel (con el tiempo acabaría colaborando con el régimen de Mussolini). No obstante, había establecido un importante precedente y cumplido el sueño de muchos anarquistas: un inmigrante pobre, con unos kilos de explosivos, unos trozos de metal y un desvencijado coche de caballos había conseguido poner de rodillas al todopoderoso capitalismo estadounidense.

1947, fecha clave

Según cuenta Davis en su libro, el coche bomba de Buda constituyó el prototipo de lo que serían todos los que vinieron después: un vehículo que no levanta ninguna sospecha, que puede transportar grandes cantidades de explosivos y que se puede ubicar muy cerca de su objetivo.

A esta primera acción le siguieron muchas otras durante las siguientes décadas, casi todas defectuosas o fallidas. No fue hasta 1947 cuando el coche bomba se estableció como un arma de guerra de pleno derecho. Fueron los integrantes de la guerrilla sionista de extrema derecha Stern quienes comenzaron a utilizarlo sistemáticamente. Su primer ataque consistió en conducir un camión hasta los topes de explosivos en el interior de la comisaría de la policía británica en Haifa, que entonces formaba parte de Palestina, acabando con la vida de 4 personas e hiriendo a más de 140.

Desde entonces, los coches bomba se utilizaron en muchos lugares, desde Saigón a Orán, pasando por Palermo o Irlanda del norte, siendo protagonistas allí del tristemente célebre Bloody Sunday de 1972 al que U2 le dedicaron una canción. En 1985, ETA hizo estallar también su primer coche bomba en Madrid.

El atractivo de estos artefactos para los grupos armados estaba determinado por su efectividad y su bajo coste. Gracias a esta ingeniosa arma, elevaron su capacidad letal a un nivel desconocido hasta entonces. En muchos lugares del mundo, los coches bomba o cualquier otro vehículo cargado de explosivos, desde bicicletas a camiones, consiguieron incluso poner en jaque el potencial defensivo de armas mucho más potentes y costosas. Davis recuerda cómo la Sexta Flota Estadounidense tuvo que retirarse del Líbano en 1983 debido a los ataques recibidos en sus cuarteles de Beirut con camiones bomba.

Es por esto que el autor califica a los coches bomba como la “fuerza aérea de los pobres” y da varias razones para justificar este nombre. En primer lugar, según el autor, los vehículos bomba son armas sigilosas que resultan tremendamente destructivas y sorpresivas. Pone el ejemplo de que una furgoneta puede transportar el explosivo equivalente a un bombardero B-24 a las mismas puertas de un objetivo de primer nivel.

En el centro, oscuro, el coche en el que viajaba José María Aznar cuando sufrió el atentado de ETA que hizo estallar un coche bomba a su paso en 1995 en Madrid.

En el centro, oscuro, el coche en el que viajaba José María Aznar cuando sufrió el atentado de ETA que hizo estallar un coche bomba a su paso en 1995 en Madrid. / Oscar Moreno - EFE

En segundo lugar, son una excelente arma propagandística, “manifiestos escritos con la sangre de los otros”, según afirma Davis, citando al filósofo Régis Debray. A diferencia de una pintada o un asesinato individual, es muy difícil esconder o negar el impacto de un coche bomba en el centro de una ciudad.

Tercero, los coches bomba son muy baratos y explica el caso de cómo Ranzi Yousef, cerebro del atentado a las Torres Gemelas de 1993, presumía de que causó daños por más de 1.000 millones de dólares con un gasto de 3.615 dólares en media tonelada de urea (con la que creó el explosivo) y 59 dólares diarios por el alquiler de una furgoneta. En contraposición, un misil de crucero de los que se lanzan en Oriente Medio cuesta alrededor de un millón de dólares.

Cuarto, planificar un ataque con coche bomba es bastante fácil. La red está llena de manuales para fabricar explosivos con sustancias que pueden conseguirse de forma sencilla.

Quinto, los coches bomba tienen un efecto letal indiscriminado, ya que los daños colaterales son prácticamente inevitables, por lo que son perfectos para sembrar el pánico en la población. Un objetivo capital entre los grupos terroristas. En este caso, Davis señala que estos efectos colaterales también pueden contribuir a que la población civil que los apoya acabe dándoles la espalda.

Sexto, resultan tremendamente anónimos y dejan pocos indicios que puedan rastrearse, ya que suelen resultar destruidos en la acción.

Finalmente, los coches bomba ofrecen una plataforma sociopolítica para la promoción de pequeños grupos sin representación política ni electoral (aunque en ocasiones sí que la tienen), que de otra forma nunca habrían salido del anonimato.

Un arma que parece imposible de parar

Los expertos del Pentágono, cuenta Davis, hablan de un tipo de guerra de “cuarta generación” que estaría protagonizada por una letal trinidad: el coche bomba, el teléfono móvil e internet.

'Una breve historia del coche bomba'

'Una breve historia del coche bomba' / Verso Libros

Según Davis, estos tres elementos han producido una revolución sin precedentes en la capacidad de matar de pequeños comandos y redes. Esto ha permitido la creación de grupos de terrorismo global en red que no necesitan de ningún tipo de estructura ni de mando transnacional, sino que pueden extenderse en forma de células que pueden realizar atentados sincronizados en diferentes partes del mundo sin necesidad de tener un contacto personal.

Por si esto fuera poco, los terroristas tampoco tienen que esperar a que los medios de comunicación de sus enemigos difundan sus acciones, ya que lo pueden hacer ellos mismos a través de sus propios terminales. Creando incluso, como en el caso del Estado Islámico, auténticas superproducciones mostrando sus fechorías.

En definitiva, a pesar de ser un libro incómodo, lleno de muerte y destrucción, El coche de Buda: Una breve historia del coche bomba, resulta un excelente análisis histórico, lleno de historias fascinantes, de una forma de violencia que, sin duda, ha marcado y marcará nuestro futuro.