LIBROS

Ricardo Menéndez Salmón: “La literatura es un conflicto permanente entre estar callado, estar recogido y estar buscando”

El escritor asturiano publica un volumen con una selección de sus mejores relatos, un género que domina con maestría.

Ricardo Menéndez Salmón, el día de la entrevista en Madrid.

Ricardo Menéndez Salmón, el día de la entrevista en Madrid. / Alba Vigaray

Juan Cruz

Juan Cruz

Llega descansado, risueño, a este sótano ilustre del Hotel de las Letras, en cuyas paredes resuenan tantas entrevistas a autores como él. Unos son ceñudos, otros son hoscos, algunos parecen castañuelas. Pero Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) baja especialmente feliz las escaleras que lo llevan a la mesa preparada por Seix Barral para que converse con el periodista.

A lo largo de su vida Menéndez Salmón ha escrito cuentos memorables, y ha elegido para este libro que presenta ahora (Los muebles del mundo) aquellos que le han parecido significativos de las distintas barajas que constituyen sus maneras de ver la vida o de expresar su estilo.

Algunos cuentos han desatado, en este lector, miedo o ironía, grito o asombro, expectativa. Literatura, en fin. En todos hay una maestría que refleja la paciencia propia de un cuentista, desde Kafka a Cortázar. En un momento de la conversación, el sótano del Hotel de las Letras se convierte en el escenario de sus cuentos, hasta que pasa el tiempo y parece que estamos viviendo en el centro mismo de la ficción que desde la niñez lo acompaña.

P. ¿Cuál fue el primer cuento que le contaron?

R. No te voy a engañar: no lo recuerdo. No vengo de una familia marcada por la oralidad. Pero sí han estado presentes los libros, un paisaje natural. No recuerdo ni que mi madre o mi padre, o mis abuelos, fueran contadores de historias… Yo tengo tres hijos, el más pequeño tiene ocho años, y su primera lectura importante ha sido Julio Verne, algo que me sucedió a mí también, de modo que eso me ha permitido volver sobre mis propias huellas. Porque aquella lectura mía de Verne me fascinó como luz a la que seguir hasta hoy. Ahora también me siento antes como un lector que como un escritor. La lectura me sigue convocando con más fuerza que nunca.

Quien tiene el poder de contar una historia dispone de un privilegio. El privilegio del débil, podríamos decir"

P. ¿Y usted le ha contado cuentos a sus hijos?

R. A veces intentamos hacer recreaciones de la épica. Me gusta contarles pequeñas historias a los mayores, que tienen catorce y quince años, nos acercamos a Frankenstein, a Sherezade… Les digo que quien tiene el poder de contar una historia dispone de un privilegio. El privilegio del débil, podríamos decir, que a la vez está protegido por el poder del que dispone: contar.

P. Este un libro antológico. Buscó, pues, lo mejor de lo que ha escrito en el mundo del cuento. ¿Cómo se decide qué es lo mejor de uno mismo?

R. Ese criterio puede mudar incluso con respecto a lo ineludible o relevante de tu narrativa. A lo mejor visto dentro de tres o cuatro años, cuando acaso cambie tu lugar en la vida, no te parezca lo mismo lo que has escrito. Estos son 21 relatos terminados a lo largo de un cuarto de siglo de escritura de relato breve. De alguna manera todos estos cuentos dialogan con otras obras mayores, al menos en extensión, no necesariamente en valor. Es decir, todas mis obsesiones, todos mis intereses como escritor están prefigurados en el taller de la narrativa. Aquí están, digamos, los que desde la perspectiva de este momento constituyen lo mejor que he escrito. Pero no necesariamente el criterio ha ido teniendo en cuenta una plausible excelencia.

La tentación de callar, de no decir, de dejar de escribir, está muy presente tanto en los escritores que yo admiro como en mi propia literatura"

P. Aquí coexisten, en los asuntos, la ironía, el miedo, incluso el silencio. Y todo está dominado por el lenguaje. ¿Cuáles son los elementos que más pesan a lo largo de su vida como cuentista?

R. Algunos de los que tú mencionas, aunque solo sea porque están dados por la propia experiencia de la literatura. La literatura es un conflicto permanente entre estar callado, estar recogido y estar buscando algo que se va a encarnar en palabras, para constituir, a partir del silencio inaugural, su forma en escritura. La idea del silencio me atrae mucho como creador, porque soy de los que piensa que es el destino prácticamente ineludible de toda obra. La tentación de callar, de no decir, de dejar de escribir, está muy presente tanto en los escritores que yo admiro como en mi propia literatura.

P. Esos sentimientos, el miedo, la ironía, ¿están presentes en su imaginación cuando se pone a escribir?

R. Siempre hay sorpresas a lo largo del relato. Las conmociones, sin embargo, aparecen con el propio lenguaje, no con la historia. Lo que me conmueve mientras escribo es ese poder casi único que tienen las palabras de generar emociones. Ahora mismo, a los 56 años, pertenezco a una de las últimas generaciones que se formaron fundamentalmente con la letra impresa, al contrario que los jóvenes para quienes lo visual es preponderante. Mis imágenes, mi literatura, siguen viniendo del gran acervo de la literatura, ya sea ésta filosofía, teatro o narrativa. Al menos desde que, a los quince años, descubrí los cuentos fantásticos de Cortázar. Esos descubrimientos del lenguaje a través de esas terras incognitas de la literatura es lo que más me conmueve como escritor.

Menéndez Salmón, en el Hotel de las Letras el pasado jueves.

Menéndez Salmón, en el Hotel de las Letras el pasado jueves. / Alba Vigaray

P. En torno al miedo y a la paradoja aquí, en esta antología, se juntan precisamente Cortázar y Kafka.

R. Sí, forman parte de mi canon, desde luego. En Kafka, sobre todo, está esa concreción del lenguaje que yo busco. Y sería absolutamente presuntuoso sugerir que yo pueda acercarme siquiera remotamente a esta capacidad que tiene el texto kafkiano de decir tanto con, aparentemente, tan poco. Como escritor creo que he estado más cerca, seguramente a nivel estilístico, de alguien como Cortázar… He vuelto a él con la edad y es curioso lo que me ha pasado: hay partes de su literatura que creo que ya no soportan bien el paso del tiempo. Sobreviven su talento para la escenografía y esa imaginación que se sigue manteniendo como una extraordinaria capacidad para la introducción de lo fantástico en lo cotidiano. Pienso, por ejemplo, en Bestiario.

P. ¿Teme que eso que le sucede a Cortázar sea algo que le sobrevenga a usted mismo en algún momento de su vida creativa?

R. Esa es una pregunta que todos nos hacemos en un momento a otro. Obviamente, al trabajar en estos textos me he encontrado ahora con páginas que no escribiría de ese modo, pero me ha parecido honesto darlas como se concibieron en aquel momento. Un chico de 28 años que publica su primer cuento, El caso Abramavicius, no es el hombre de 51 que escribe El viejo Dios, que cronológicamente sería el último cuento de esta antología. Creo que hay una decencia del escritor en mantener tal cual lo que ya escribió, sin acudir a ninguna autocensura. ¿Cómo va a resistir la literatura el paso del tiempo? Pues supongo que es una pregunta que todos nos hacemos y que nos seguiremos haciendo…

P. ¿Cuáles son los cuentos que, al verterlos en la antología, le han impresionado más a usted mismo?

R. Me sigue conmoviendo haber sido capaz de escribir con treinta años Los caballos azules. Me doy cuenta de que es un texto muy complejo, un cuento muy difícil de manejar porque acude a un lugar común de la literatura, tratado por grandes escritores: el doble, la identidad. Creo que, a pesar de todo, fui capaz de mantener esa tensión. Además, en un texto muy largo en extensión. Es un cuento del que me siento muy orgulloso. La vida en llamas quizá es aquel del que más cerca me siento… A mí me gusta pensar que un texto logrado es aquel en el que hay la menor distancia entre lo que el escritor quiere contar y lo que al final consigue. Es como aquello que sugería Flaubert: el buzo cree que extrae oro del mar y luego lo que lleva en las manos es agua.

P. De distintos modos invoca a Herman Melville, por su personaje Bartleby, a Joyce… Hay alegría de escribir en sus cuentos. ¿Qué siente sobre el escritor que quiso ser? ¿Alegría, entusiasmo, extrañeza?

R. Creo que hay una sensación del deber cumplido, de que la obra cuaja, y eso, cuando ocurre, es un pleno goce. Pasa con la literatura, no estoy hablando solo de la propia. Hay a veces una especie de fenómeno de extrañamiento con respecto a lo que uno escribe: como que no es tuyo lo que acabas de terminar. Hay un reconocimiento de uno mismo y al mismo tiempo una extrañeza casi primordial, como si uno estuviera leyendo a alguien que dice llamarse Ricardo Menéndez Salmon, que escribe de un modo sospechosamente parecido a como lo hace uno mismo. Es la clase de extrañeza que uno encuentra cuando lee a cualquier escritor que lo conmueve. Siento que esa especie de epifanía también se da en el acto de leer.

Yo creo que la literatura es una gran habitación donde decir, donde gritar, aquello que los demás no siempre quieren escuchar"

P. Hay tres cuentos, La nochemás triste, Todas las vidas y Gritar, en cuya lectura este periodista sintió las distintas maneras de seducción que tienen sus cuentos: la tristeza, el miedo, la incertidumbre, la extrañeza, esos hombres gritando… Impresiona, perturba. ¿Le pasa a usted escribiendo lo que nos pasa a los lectores leyéndolo?

R. Ese cuento, Gritar, nace en Huelva, hace veinte años. Una niña entra en el mar y grita, era desgarrador. Estaba cayendo la tarde, no había nadie, de una familia solitaria salió esa muchacha que se metió en el mar gritando. Con una libertad, con una indiferencia a lo que pensara el mundo, y al mismo tiempo con una sensación de irresponsabilidad, que jamás se me olvidó, y se convirtió en un cuento en que son los adultos los que gritan en habitaciones ordenadas para ello… Yo creo que la literatura es una gran habitación donde decir, donde gritar, aquello que los demás no siempre quieren escuchar.