REVOLUCIÓN EN LA ESCUCHA

Cómo el 'streaming' ha cambiado nuestras vidas… y las de los músicos

15 años después del desembarco en España de Spotify, la primera plataforma de este tipo, el consumo de música 'online' ha puesto patas arriba no solo nuestra forma de disfrutarla, sino también las expectativas y la forma de crear por parte de muchos de artistas

La música hoy se escucha, mayoritariamente, desde nuestros móviles

La música hoy se escucha, mayoritariamente, desde nuestros móviles / GABBY JONES

La música no se extingue. Cambian los formatos. Se alternan también unos géneros en detrimento de otros en las preferencias del gran público. Pero hay más gente que nunca componiendo y publicando su música. Es un hecho del que se hacen eco unos medios de comunicación que no dan abasto, unas promotoras y agencias de comunicación que se las ven y se las desean para hacer que sus clientes obtengan el eco deseado y, sobre todo, unos músicos que saben que sus canciones están más al alcance que nunca, disponibles a golpe de un solo click desde el más recóndito rincón del planeta, pero compitiendo al mismo tiempo con millones de artistas en un selvático entorno en el que solo los más fuertes resisten.

Un inmisericorde panorama, en el que la subsistencia procede no ya de la venta de discos físicos (el vinilo y sus minoritarios revivals; el cedé, siempre en la picota; el residual casete convertido en fetiche vintage), sino de la recaudación de los directos y de los repartos de beneficios del streaming: al fin y al cabo, la vía a través de las cual la gran mayoría de nosotros consume su música predilecta. En el móvil, en la tablet, en el PC o por cualquier dispositivo a nuestro alcance. En lo musical, quizá sean demasiados comensales para un mismo pastel. La sensación de que son demasiados creadores para un público potencial que no puede prestar atención a todos.

Juan Fernández y Adrián Roma, integrantes de la banda Marlon, en los estudios de grabación.

Juan Fernández y Adrián Roma, integrantes de la banda Marlon, en los estudios de grabación. / ALBA VIGARAY

15 años de streaming

Spotify
streaming YoutubeNapster

España era uno de los primeros países, junto a Finlandia, Reino Unido y Francia, a los que llegaba Spotify. “En 2008, antes de nuestro lanzamiento, la piratería era la norma común en nuestro país y en Europa, y el Informe de Música Digital de la Federación Internacional de Productores Fonográficos (IFPI) de aquel año señalaba que España y Holanda eran los países donde se efectuaban más descargas ilegales, con un 35% y un 28% de usuarios descargando de forma ilegal, respectivamente”, cuenta Melanie Parejo, Head of Music de Spotify para el sur y el este de Europa. “El idioma, la rica tradición musical y la diversidad de géneros hacían que el mercado español fuera especialmente atractivo para Spotify”, argumenta.

Un usuario utilizando Spotify en 2009, un año después de su llegada a España.

Un usuario utilizando Spotify en 2009, un año después de su llegada a España. / ÁLVARO MONGE

Como es lógico, el discurso corporativo incide en la plataforma como solución a aquella piratería, más allá de la controversia que colea en los cenáculos de músicos no masivos sobre el discutible reparto de regalías y las posibles comparativas con cualquier otra plataforma. Spotify llegó primero, y ha sabido adaptarse al medio para no perder su liderazgo. Que el streaming ha modificado nuestra forma de escuchar música es un hecho irrebatible. Y cuando uno nada en la sobreabundancia del buffet libre (sin anuncios en el caso del servicio Premium, de pago), tiende – es humano – al picoteo, a la degustación de primera mano y sin filtros (adiós, prescriptores tradicionales), a la alternancia de sabores y texturas, a comenzar muchos platos sin terminar prácticamente ninguno, a delegar en las primeras sensaciones, a desdeñar casi todo aquello que requiere una digestión lenta, al contrario de lo que ocurría cuando el presupuesto para discos era – lógicamente – limitado en la misma proporción en la que hoy lo es nuestro tiempo de ocio, que en el caso de la música compite ya con decenas de estímulos audiovisuales que no existían antes de internet. Se impone la instantaneidad. Y eso también incide en la obra del músico. ¿Piensan también en todo esto cuando componen y graban?

En 2018 Spotify comenzó a cotizar en la Bolsa de Nueva York.

En 2018 Spotify comenzó a cotizar en la Bolsa de Nueva York. / JUSTIN LANE / CAS AGENCIAS

Existir más allá de las grandes 'playlists'

streaming Guille MostazaEllos la gente que viene a jugar se siente más liberada y consigue mejores resultados artísticoplaylist

¿Están el streaming y sus playlists empobreciendo involuntariamente nuestro panorama musical? Obviamente, desde Spotify no lo pueden ver así. Aunque asumen que “con la llegada del streaming, los creadores han adaptado sus enfoques para aprovechar estas oportunidades”. Melanie Parejo incide en que “el trabajo de personalización” que ofrecen sus playlists “siempre pretende ofrecer el equilibrio adecuado entre canciones o contenidos conocidos y nuevos”, en que “Spotify ha pagado cada vez más dinero en regalías de streaming, lo que resulta en ingresos récord y crecimiento para los titulares de derechos en nombre de artistas y compositores”, y va más allá al afirmar que, tal y como revela su portal de transparencia Loud & Clear, “en la época del CD la industria favorecía más a las grandes estrellas respecto al presente: por ejemplo, en 2022, alrededor de 3.000 artistas generaron más de 100.000 dólares solo con Spotify, y el mismo portal también destaca que los artistas pueden desarrollar sus carreras más rápido que nunca por medio del streaming”.

"Las 'playlists' siempre pretende ofrecer el equilibrio adecuado entre canciones o contenidos conocidos y nuevos”

MELANIE PAREJO, SPOTIFY

“Los grupos que vienen copiando a otro a veces consiguen meterse en el algoritmo de ese grupo al que copian y puede que le caigan unas migajas de escuchas. Pero ¿merece la pena al final?”, se pregunta Guille Mostaza. “Bajo mi criterio, no”, se responde a sí mismo, porque es de quienes creen en carreras que se construyan “en base al talento artístico y no sobre consignas mercantilistas que mutan tanto como el propio mercado”. Melanie Parejo, de Spotify, explica que sus playlists “se elaboran gracias a una precisa selección humana del equipo de expertos en música de la empresa, con un extenso análisis de datos de millones de usuarios en tiempo real”, y que “Spotify no elige qué artistas promocionar: nuestros editores crean listas de reproducción basadas en cómo las canciones sintonizan con los oyentes y, para averiguarlo, nos sumergimos entre cientos de canciones para elegir cuáles son adecuadas para entrar en una playlist”.

Más rápido, más corto, más instantáneo

A mí me han llegado a decir que 'más de tres minutos es rock sinfónico', y es algo que ha afectado a la duración de las canciones, porque rara vez se ven ya introducciones largas, o partes instrumentales con desarrollo, ahora lo normal es ir al grano”, explica Guille Mostaza. Y eso no es algo que le moleste de por sí, salvo que llegue a condicionar el mensaje. “Al final lo que me importa es qué transmites durante ese tiempo ¿Requieres de dos minutos para contar tu idea? Me parece perfecto si lo logras transmitir en ese plazo. Pero lo que sí me duele, y mucho, es cuando tienes una buena composición, que a lo mejor necesita cuatro minutos para ser desplegada, y el artista o la compañía te pide que lo dejes en tres: al final el público no se dará cuenta porque nunca escuchó la parte eliminada, pero siempre siento que es como si te hubiesen cortado un trozo de la película”, confiesa.

"Rara vez se ven ya introducciones largas, o partes instrumentales con desarrollo, ahora lo normal es ir al grano"

GUILLE MOSTAZA

Como consumidor, Guille Mostaza sigue comprando música en formato físico, especialmente vinilos. También es asiduo al streaming – como lo somos los periodistas y prácticamente cualquier hijo de vecino/a: el 87% del mercado de la música en España, según datos de Promusicae en 2022 y que nos facilita Spotify, procede de las plataformas online –, aunque en su caso es Tidal su favorita “por la calidad máxima de sonido que ofrece”. Ningún formato es excluyente para él, siempre ajeno a integrismos de ninguna clase. “Al final cada uno tiene su color, incluso el digital, ya sea por la compresión del algoritmo o por los convertidores de la máquina o dispositivo que estés usando”, afirma.

Los vinilos siguen teniendo una gran presencia.

Los vinilos siguen teniendo una gran presencia. / FRANCESC CASALS

Desde Spotify, Melanie Parejo incide en que la plataforma trabaja para ofrecer la mejor experiencia del mercado, “centrándose en la personalización, el descubrimiento y la ubicuidad para conectar a los artistas y a los fans de una forma que antes no era posible, construyendo una comunidad de inspiración mutua, y en última instancia, convirtiéndose en el mejor lugar para creadores y oyentes”. Un trayecto durante el que han tenido que afrontar una creciente competencia por parte de las plataformas antes citadas, y que valoran como “una década y media de democratización del acceso a la música en España y en Europa, liberando el potencial de la creatividad humana, dando a millones de artistas y creadores la oportunidad de vivir de su talento, y a miles de millones de oyentes la oportunidad de disfrutar de ellos”. z

El 98% de las ventas digitales de música en España lo aporta el streaming, indica Parejo. 340 millones de euros de los 345 totales. “Datos que contrastan con la desalentadora realidad de 2007, cuando las ventas del mercado musical español registraban un 22,7% menos que en 2006, la mayor caída en la facturación de los últimos años”. Argumentos respaldados por datos, aunque bajo las cifras macro siempre bulla, como en cualquier otra actividad, una inabarcable diversidad de pareceres, tan amplia como creadores hay en nuestro país.

Quizá la vuelta a la lo instantáneo, a la pegada directa, a los consumos fugaces que alientan la primacía del streaming hoy en día sobre cualquier otro formato, no esté tan lejos de lo que ocurría en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, cuando el single en vinilo se popularizó mucho antes de que se impusieran los elepés y sus ínfulas conceptuales como vehículo expresivo, optando muchas veces de forma presuntuosa a engrosar los arcones de la alta cultura.

Puede que todo esto no sea, en esencia, más que un retorno al reinado de la canción por la canción en sí misma, aunque cualquier artista masivo siga viendo todavía en el formato álbum la principal herramienta para trascender artísticamente y ganarse ese respeto de la crítica y los medios al que, lo reconozcan o no, no renuncian. Una dicotomía en continua tensión, la del corto y el largo plazo, que podría cuestionar esa ley del eterno retorno a la que tantos nos asimos, nada descabellada en la historia de una materia tan voluble y propensa a los seísmos cíclicos como es la música popular.