ASUME TU BARRANCO: CONVERSACIONES SOBRE EL FRACASO (III)

Nacho Vegas: "Si entiendes que ninguna derrota es definitiva, es entonces cuando podemos dejar de hablar de fracaso"

El cantautor reflexiona sobre una noción de fracaso colectiva que hemos interiorizado como consecuencia del sistema

El cantautor Nacho Vegas en el Seara Café.

El cantautor Nacho Vegas en el Seara Café. / JESÚS HELLÍN - EP

Dice Nacho Vegas que cuando piensa en el fracaso no lo hace en términos personales, sino que se acuerda de aquella frase de Margaret Thatcher, cuando aseguró sin inmutarse que un joven que siguiera cogiendo el autobús pasados los 26 años era un fracasado. Y que se acuerda también de aquella primera edición de Operación Triunfo, un programa “más obsceno que una película pornográfica, porque contemplaba la música como una competición en la que alguien, para triunfar, tenía que pasarle por delante a otra persona que tenía que fracasar, y la música es un trabajo colaborativo, los afectos son importantes y competir entre nosotros es algo de lo que muchos huimos”.

En enero de 2022 publicó su último disco, Mundos inmóviles derrumbándose, y dice que el auge de la ultraderecha le ha llevado a replantearse su trabajo y está pensando en montar “un proyecto colaborativo con músicos muy diferentes de aquí y de Latinoamérica, un proyecto que tenga un contenido explícitamente político, no en las letras de las canciones, sino en cómo lo consiga vehicular”. Dice también que estaba en un bar cuando le entró en su móvil el mensaje en el que le proponíamos una conversación sobre el fracaso y justo en ese momento sonaba "I'm a loser baby, so why don't you kill me…" de Beck. “Deberíamos desterrar la palabra fracaso de nuestras vidas”, añade, y esa frase se convierte en el punto de partida de esta conversación.

P. ¿Tiene una sustituta?

R. Recuerdo que hace años toqué en un acto en Montevideo, en Uruguay, y tuve la suerte de conocer a Pepe Mújica. En España estábamos entonces en un momento complicado y, hablando de ello, me dijo: "Recuerda que ninguna derrota es definitiva, pero tampoco lo es ninguna victoria". Yo luego incorporé esa cita de formas diferentes en un poema y en una canción. Me hizo pensar mucho y quizá hace 15 años te hubiera respondido de otra manera porque tenía una visión de un cierto determinismo trágico que noto en mis primeras canciones, una especie de derrotismo que tenía que ver con que habíamos vivido en Asturias el final de muchas luchas obreras y eso había afectado mucho a las ciudades, a la gente y a la forma de relacionarnos. Creo que hay que entender el fracaso como una derrota definitiva, pero si entiendes que ninguna derrota lo es realmente, es entonces cuando podemos dejar de hablar de fracaso. Es verdad que nos infligen muchas derrotas, y de muchas de ellas tenemos la culpa y hay que hacer autocrítica, pero eso solo nos puede servir para seguir teniendo un horizonte. O sea, si reconoces el fracaso, al final terminas pensando que no merece la pena luchar porque no vamos a cambiar nada y acabas en una actitud absolutamente reaccionaria e inmovilista.

El cantautor Nacho Vegas./ The Kids Are Right


P. Hay quien reconoce en las derrotas y los fracasos espacios para el aprendizaje

R. Yo recuerdo que una de las primeras canciones que escribí, El camino, estaba inspirada en un verso de Blas de Otero que decía algo parecido a "acepta el camino con todos sus errores" y venía a significar que de cada error, de cada derrota y de cada batalla perdida se aprende. Me parece que el fracaso tiene esa connotación de algo irreversible, mientras que la derrota es algo que sucede en un momento dado y puede ayudarte a seguir mejorando. Pero hay que evitar esa retórica del coaching, eso de que caerte con una piedra en el camino te va a servir para levantarte después. Ninguna derrota es definitiva y por eso no debemos asimilarlas como fracasos, y el hecho de que una victoria tampoco lo sea nos tiene que hacer pensar, por lo menos a los que militamos en la izquierda y creemos que todo lo humano es político, que podemos creer en un horizonte transformador en lo social, en lo económico y en lo cultural. Y hacer como decía Max Weber: "Aspirar a lo imposible para conseguir lo posible". Creo que eso es lo que debemos tener en mente para seguir adelante en un sistema como el capitalista, cuyo único objetivo es sobrevivirse a sí mismo y a las injusticias y fracasos que genera, que son muchos.

P. Cuando hablamos de éxito y fracaso solemos movernos en un terreno de términos absolutos. A veces se trata simplemente de no perder y eso no significa ni que estés fracasando ni que estés ganando del todo. Hay una zona gris de la que nunca hablamos

R. Sí, llevándolo al terreno afectivo, yo puedo pensar en momentos de mi vida en los que creo que he fracasado o que he estropeado cosas bonitas y lo he sentido como un fracaso. Pero luego, con una mirada más amplia, todo es más complejo y creo que la vida afectiva de uno está tejida a base de ternura, de empatía, de cariño, de cosas que tienen muy poco que ver con perder o ganar y que son más importantes.

"Ninguna derrota es definitiva y por eso no debemos asimilarlas como fracasos, y el hecho de que una victoria tampoco lo sea nos tiene que hacer pensar que podemos creer en un horizonte transformador"

P. En un oficio como el suyo, cuya industria ha sufrido tantas transformaciones en los últimos tiempos, ¿qué baremos se usan ahora para medir el éxito y el fracaso? ¿Dónde se coloca hoy la frontera entre ambos?

R. Pienso mucho en esto, pero yo me considero afortunado. Para mí, tener éxito en este oficio es poder vivir de ello, estar tranquilo y pagar decentemente a la gente que trabaja conmigo —aunque tal vez menos de lo que me gustaría—, y con los que he formado, además, una familia muy bonita porque los afectos son importantes en este trabajo. Pero observo a mi alrededor a gente que se dedica a la música que se frustra mucho cuando no se les hace el caso que creen que merecen, gente que peca de ingenua, que no se da cuenta de que al final hay una industria y un mercado muy caprichoso y que la gente que triunfa realmente en la música —y en la música esa gente es la gente súper famosa—, en realidad son una minoría, tienen detrás una enorme maquinaria de promoción y marketing, y eso es puro capitalismo.

"Para mí, tener éxito en este oficio es poder vivir de ello, estar tranquilo y pagar decentemente a la gente que trabaja conmigo"

Hay gente que me pide consejo y se vienen abajo porque hacen música, la cuelgan y creen que porque es buena van a tener un montón de reproducciones. Y, cuando eso no ocurre, sienten que han fracasado. Cuando yo empecé a hacer música la industria era algo diferente, no era tan salvaje y recuerdo escribir mis primeras canciones sin saber si le iban a interesar a alguien o me iban a sacar un disco. Yo lo hacía porque era algo urgente para mí y necesitaba escribir esas canciones, y esa es la premisa que siempre me he marcado en cada disco, intentar escribir huyendo de esa burbuja en la que te dan palmaditas, escribir canciones como las escribía al principio, sin que sea relevante el hecho de tener éxito o fracasar con ellas. En realidad, es como el amor. El amor es algo necesario en nuestras vidas, pero muchas veces nos lleva a darnos grandes hostias. Sin embargo, no por eso lo rehuimos y generalmente seguimos tirándonos de cabeza. Que las cosas sean necesarias para ti es más importante que el hecho de que te puedan llevar a ganar o a perder, que al final son conceptos binarios y un poco caprichosos.

P. Tenemos normalizada esa épica del perdedor de las canciones de Sabina, pero nos da vergüenza hacer de la bondad una causa política, como reivindica Belén Gopegui, o hablar de la ternura, una idea que está muy presente en su música y en su militancia

R. Esa épica del perdedor y el fracaso es terrible. Yo conecto mucho con Belén porque es verdad que en el capitalismo la bondad no puntúa nada. Puede puntuar la inteligencia, pero sobre todo puntúa ser un cabrón o una cabrona. Creo que estamos en un sistema que crea más frustración que otra cosa desde que se consiguió desmovilizar a gran parte de la clase trabajadora y nos metieron por vena ese híper individualismo y un montón de lógicas de consumo según las cuales podías alcanzar movilidad social y llegar a triunfar en la sociedad. Pero la mayoría de la gente no lo consigue, se queda a medias, frustrada.

"Nos metieron por vena ese híper individualismo y lógicas de consumo según las cuales podías triunfar en la sociedad. Pero la mayoría de la gente no lo consigue, se queda a medias"

Es verdad que a nivel político hay luchas en las que, de repente, se gana una pequeña batalla: hace poco un rider ganó un juicio contra una compañía de reparto a domicilio y se vivió como una victoria importante porque esas luchas pequeñas se tienen que librar si quieres transformar las cosas, si quieres seguir teniendo algo de ilusión por cambiar el mundo y no acabar resignándote, frustrado y sintiéndote como un fracasado. En Gijón, en las elecciones municipales, entró por primera vez Vox en el ayuntamiento, en la concejalía de festejos, y la única lectura buena es que ha provocado una reacción en gente de colectivos muy diferentes, que han empezado a organizarse para dar una respuesta porque nos vienen cuatro años muy jodidos. No me gusta esa idea esa de "cuanto peor mejor", pero sí es verdad que hay veces que necesitamos estas hostias para despertar un poco y salir de todo ese cansancio, del agotamiento, que también es natural, y creo que hay batallas que merece la pena librar.

P. Hay muchas en el horizonte, pero ¿cuál es, en su opinión, la batalla más urgente?

R. Lo que a mí me provoca más terror es lo que Miguel Urbán llamaba las "necropolíticas" fronterizas y racistas, cuando (la periodista e investigadora) Helena Maleno dice que mientras estamos hablando de las elecciones hay un cayuco con 127 personas perdido en el Mediterráneo del que no se preocupa ningún país. O que sigamos normalizando que haya gente que sea ilegal o que haya CIE (Centros de Internamiento de Extranjeros) en los que la gente tenga menos derechos que un preso común en cualquier cárcel solo por el hecho no tener papeles. Las atrocidades que normalizamos, como las del racismo institucional, son las que a mí me parecen más urgentes o las que me provocan más pavor.

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