LITERATURA

Milan Kundera a su editora, Beatriz de Moura: "Pero de mi obra, ¿qué ha leído usted realmente?"

Milan Kundera, fotografiado en 1973 durante una visita a Praga.

Milan Kundera, fotografiado en 1973 durante una visita a Praga. / AFP

Juan Cruz

Juan Cruz

En noviembre de 2016 Tusquets publicó Por el gusto de leer, un libro de entrevistas con su alma, su fundadora, Beatriz de Moura, un mito editorial y una persona extraordinaria. Ella aceptó que fuera yo su entrevistador. Jamás olvidaré ese gesto: que una maestra del oficio se confesara, y compartiera su experiencia, con alguien que la admiraba como editora y como persona. En aquellas entrevistas me confío muchos secretos y algunas experiencias, entre las cuales la más simbólica de su respeto por la obra ajena fue la inmensa alegría que fue para ella ser la editora de Milan Kundera.

Ahora, con el permiso de su editorial, Tusquets, Prensa Ibérica, a través de sus diarios, reproduce la parte en la que ella describe, a pedido del periodista, el inicio del que fue uno de los mayores acontecimientos literarios, y editoriales, que haya habido en la edición de libros en la España del siglo XX.

Beatriz de Moura contó, en esta conversación, lo que el maestro checo le dijo cuando ella le explicó su interés por ser su editora. En un momento de esa primera conversación él le preguntó: “Pero de mi obra, ¿qué ha leído usted realmente?” Ahí nació un enamoramiento que hizo mejor la editorial Tusquets y, también, la geografía de la literatura traducida al español. Milan Kundera ha muerto. He aquí un testimonio que lo revive.  

Extrato de 'Por el gusto de leer'

En 1984 viajamos Toni y yo a París respondiendo a una llamada telefónica de <strong>Milan Kundera</strong> en respuesta a una carta mía en la que le ofrecía publicar su obra si el catalogo que le adjuntaba le gustaba. Habíamos oído que acababa de romper con su editorial anterior en España. Y resultó. Me entusiasmaba esa operación de alto riesgo, pasara lo que pasara. Como una es lectora, y las cosas son como son, había oído bastantes historias acerca de que Kundera era un tipo muy cuidadoso con las traducciones y que no siempre estaba contento con ellas. Yo había leído La broma en francés cuando salió en Francia, creo que en 1969, y por casualidad, más tarde, también en español, porque el libro me había deslumbrado. También había leído en su momento La vida está en otra parte sólo en español.

Kundera me sometió inmediatamente a un tercer grado. Recuerdo grosso modo cómo se desarrolló esa conversación abracadabrante acerca de una posible traducción del checo al español entre el escritor checo y su hipotética futura editora española, de origen brasileño, con quien se comunica en un francés todavía muy escolar, discutiendo acerca de qué traducción parece más válida: si la del checo al español o la del checo al francés. Reproducirla treinta años después sería no sólo absolutamente inexacta, sino en cierto modo traicionera con la verdad. De hecho, sólo recuerdo que, en algún momento de esa conversación —no exenta de alguna risa por lo enloquecida que acabó tornándose—, Kundera la interrumpió secamente y me preguntó a bote pronto: "Pero de mi obra, ¿qué ha leído usted realmente?".

Por suerte pude contestarle, algo avergonzada, que había leído tan sólo dos libros suyos, pero que seguía manteniendo que la traducción de La broma al español, tan sólo situando una página al azar de una versión y otra, era ya más cercana al original checo. Me arriesgué un montón, porque jamás había visto un original checo no sólo de La broma, sino de ningún otro libro.

Kundera se fue a la habitación de al lado, donde Vera seguía hablando en francés con Toni, al parecer muy animadamente.

P. ¿Toni hablaba francés?

R. Sí, él decía incluso que pensaba en francés. Tuvo una Mademoiselle francesa que les enseñó francés a los once hermanos.

P. Pero, entonces, ¿qué pasó?

R. Toni, como siempre un caballero, vino al cubículo que servía en aquella época a Milan de despacho, en el que los dos esperaríamos el resultado de la conversación en checo de la pareja. Me pegó una bronca por mi atrevimiento, que a veces me pasaba, etcétera, y estaba seguro de que Milan ya no nos cedería los derechos para la edición española.

El caso es que, al cabo de un rato, entraron los dos sonriendo. El final lo conoce ya medio mundo.

P. Pero menudo trabajo te puso.

R. Sí, qué gusto, ¿no? Vera nos pidió si podíamos hacerles por escrito algo así como un pequeño estudio comparativo de las traducciones a las tres lenguas que yo conocía bien: italiano, español y francés. Fue como volver al colegio. A cambio les pedí que no cedieran a nadie más esta novela hasta que tomaran una decisión. Me dijo que me firmaría "un billetito", conforme respetaba ese acuerdo. Le respondí que tardaría quince días. Recuerdo claramente lo de la propuesta del "billetito", pero probablemente ni él nos lo dio ni nosotros se lo reclamamos porque nunca he podido encontrarlo en lugar alguno. Andara por ahí perdido entre la montaña de cartas y papeles que aún están hasta nueva orden en un guardamuebles.

Hice ese breve pero muy minucioso estudio. Me pregunto también dónde andará. En el ínterin hablé con Fernando de Valenzuela, su traductor habitual del checo al español; me comentó que conocía a Kundera de cuando estuvo en Checoslovaquia y que si le demostraba que mi teoría se confirmaba —aunque fuera sólo en parte—, me estaría eternamente agradecido. Y así fue. Y a partir de La broma, los libros de Kundera escritos originalmente en checo han sido siempre traducidos al español por Fernando de Valenzuela.

P. Ha sido una relación perfecta entre vosotros.

R. No sé si perfecta, pero, con el tiempo, también una relación de amistad.

P. Es muy conocido el encuentro que Kundara tuvo con Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Gabo en Praga...

R. En el 68, durante el breve período de la famosa Primavera de Praga, al parecer Milan conoció y trabó amistad con Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Parece ser que lo pasaron en grande, en aquella Praga esperanzada y que tan pronto sería invadida por los tanques soviéticos. Tal vez siguiendo la sugerencia de esos y otros amigos, mandó la novela que acababa de escribir, La broma, a la célebre editorial francesa Gallimard, que la publicó el año siguiente.

Por aquel entonces, Fuentes era embajador de México en París. No es de extrañar que la leyenda popular cuente hoy en día que fue Carlos quien sacó clandestinamente esa novela de Checoslovaquia y se la entregó a Claude Gallimard, padre del actual propietario y editor, que también fue su editor.

P. Kundera te sometió a un tercer grado, tú le dijiste la verdad, pero él también se había interesado por vuestro catálogo, ¿no? ¿Hablásteis del catálogo?

R. Fue lo que le animó a llamarnos. Me comentó por teléfono que había encontrado en él algunos amigos como lonesco, amigo a su vez de Beckett. Le dije que a mí me gustaría conocer a otro rumano, a Emil Cioran. Pero esta es otra historia.

P. Hemos llegado hasta Kundera. Ahora me gustaría que hablaras de tu relación con Marguerite Duras. En el texto que escribiste para el último catálogo de Tusquets, hablas de la cena tan delicada que tuvisteis, de su carácter, de su marcha de Lindon...

R. Sí, todo un carácter. No es que se fuera de la editorial de Jéròme Lindon, a la que siempre fire fiel junto a la de los Gallimard. Es que a veces, sobre todo después de El último amante, los ponía a competir por sus libros en ocasiones por razones econÓmicas y otras por razones estratégicas, pero nunca dejó ni se enfadó con uno para irse con otro, siempre fue de mutuo acuerdo entre sus editores, de ella y con ella.

P. Pero hubo una circunstancia que comentas y es que a ella no le gustó que Lindon le pusiera pegas para publicar su novela El amante de la China del Norte, una especie de continuación de El amante.

R. No le gustó porque en aquel momento, después del gran éxito de El amante, esa especie de "continuación" a Lindon le pareció sobre todo oportunista. Lindon era un editor muy suyo y Duras, una persona mayor, bastante enferma y de vuelta ya de muchas cosas. Me parece que lo que les ocurrió es que se impacientaron, y salió ganando Gallimard, su eterno competidor. Esas cosas ocurrían en aquellos tiempos...

P. En ese momento había tenido un éxito y creía...

R. Y Duras creía que ya daba igual porque se lo publicarían hiciera lo que hiciera. Y así fue.

P. ¿Cómo llegaste a Marguerite Duras?

R. Como lectora suya, allá por los años sesenta. En aqueIlos años Lindon creó un catálogo muy atractivo con autores que en cierto modo fundaron una nueva corriente literaria conocida como el Nouveau Roman, algo que Barral quiso imitar en los setenta con los Novísimos, pero que no le salió tan bien ni sobre todo fue tan duradero. Yo tengo que reconocer que en aquella época Duras me deslumbró desde el primer momento y que el resto del Nouveau Roman me pareció muy aburrido.

He de decir, a propósito de toda esta historia con Marguerite Duras, que mi relación con Lindon fue espléndida toda la vida, a pesar de nuestras discusiones sobre el Nouveau Roman. Él también acabó harto y en una comida me confesó que los españoles éramos mas incentivos, y citaba siempre a Cervantes. Ah, si nous avionseuen Cenvantes! El caso es que durante muchísimos años dejé de leer a la Durras, y a cualquier autor del Nouveau Roman.

A principios de los ochenta, en una librería de París encontré un pequeñísimo libro de la Duras publicado por Lindon. ¡Haría unos quince años que no leía nada de ella! Era El hombre sentado en el pasillo. iUna obra maestra, una joya! Era un libro con una escena erótica brutal, descrita extraordinariamente con ese lenguaje tan suyo, ese ritmo brusco y conciso, ese lenguaje entrecortado y con esa pequeña narración dramática. Muy breve, un cuento que se publicó suelto.

¡Caramba!, ¿qué hago?, ¿dónde cabe esto?, me dije, porque yo andaba ya con la colección Andanzas.

La canción que Serrat le dedicó

La canción que Serrat le dedicó

En 1994, dentro del disco Nadie es perfecto, Joan Manuel Serrat publicó un tema titulado La abuelita de Kundera. Tal y como el cantautor ha relatado a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, lo compuso tras leer La inmortalidad de Milan Kundera: entonces, se sintió tan identificado con sus reflexiones que escribió una canción a modo de agradecimiento. En ella decía: "La abuelita de Kundera y también la mía conocían cada yerba y sus aplicaciones, sabían lo que tenían dentro los colchones, sabían leer el cielo y cocer el pan".

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