MÚSICA

Llévanos al campo, Natalia Lafourcade

Por segunda jornada consecutiva en las Noches del Botánico, la cantautora mexicana saca lustre a un cancionero de cadencia cálida y brote instintivo que pone el foco en la raíz como eje de la vida

Natalia Lafourcade hizo doblete en las Noches del Botánico para presentar su último álbum, 'De todas las flores'.

Natalia Lafourcade hizo doblete en las Noches del Botánico para presentar su último álbum, 'De todas las flores'. / MARTA PÉREZ | EFE

Pedro del Corral

Pedro del Corral

Llévanos al campo, Natalia. Aquel que te arañó la piel de pequeña. El que, entre bambús y cafetales, te descubrió la vida. Allí donde aprendiste el verdadero significado del verbo amar. No un sentido romántico, por supuesto. Sino celestial. Pues los dictados más puros del corazón son los que tienen que ver con la raíz que tú tanto has cultivado. En tu Veracruz hay vacas pastando y chicharras crujiendo. Las noches son tibias. Y el mar jarocho de fondo te inspira. También está tu guayabo, ese árbol casi milagroso que tu madre mimó para sacar adelante a su familia. Cuánta belleza, Natalia. Tú la conoces bien. Es tal el apego que tienes a la tierra que, cuando en tus canciones las guitarras y las trompetas toman protagonismo, una tierna melancolía se impone. Tu garganta es así de vítrea: le cantas al pasado con la admiración del presente. Y ahí no hay pecho que resista. Para ti, las emociones son tan fundamentales como las palabras. Por ello, tus recitales provocan tantos suspiros. Anoche, los hubo. Madrid aguantó la respiración hasta que ya no pudo más. Entonces, sólo nos quedó mirarte a los ojos. Y acompañar.

Apareciste en las Noches del Botánico en silencio. Dando solemnidad a lo que estaba a punto de suceder. Enfundada en una falda negra que ocupó gran parte del escenario, te sentaste. Agarraste la guitarra. Y elevaste la mirada al frente. De repente, la voz de la poetisa María Sabina bendijo el concierto: Cúrate, mijita, con los besos que te sopla el viento. Y los abrazos de lluvia. Hazte fuerte con los pies descalzos. Cogiste aire y, en respuesta a la chamana, lanzaste tus dos primeros versos: “A este mundo vine solita. Solita me voy a morir”. Una declaración de intenciones que profetizó el delicado, humilde y sincero acercamiento que, a lo largo de 120 minutos, realizaste. Hubo alegría, aversión, esperanza, rabia... Con tu campo siempre por mapa. Allí aguardan las debilidades y las fortalezas que te han curtido y que, ahora, interpretas con el pulso que dan los años. Cicatrizadas y aliviadas sonaron las historias de Llévame viento, Pajarito colibrí y El lugar correcto. Tres temas que forman parte de De todas las flores (2022), un cancionero de cadencia cálida y brote instintivo en el que haces tuyos los géneros populares de Latinoamérica.

'Cien años', 'Tonada de luna llena' y 'La Llorona' fueron tres de las canciones populares que Lafourcade versionó. 

'Cien años', 'Tonada de luna llena' y 'La Llorona' fueron tres de las canciones populares que Lafourcade versionó.  / MARTA PÉREZ | EFE

Tu lealtad a los ancestros te vuelve rotunda. Hay tantas experiencias depositadas en ti que resulta imposible no percibirte cercana. En tus letras se intuyen los pistilos, los estambres y los pétalos de cada una de las personas a las que te diriges. Y es curioso porque, por momentos, pareció que te referías a nosotros. Así son tus composiciones: tan universales como personales. “Cuánto amor, cómo lo siento aquí dentro”, señalaste pizpireta. Con la ilusión inocente de quien lleva cinco temporadas sin visitar España. A continuación te arrancaste con la canción que, dado el contexto político que sobrevuela, tan bien sentó oír: Mi manera de querer. En ella, arrebatadora y contundente, dijiste: “No me importa si eres hombre, si eres mujer. Yo te veo como un ser de luz de cabeza a los pies”. Las palmas no tardaron, claro. Y con la piel aún erizada invitaste a reflexionar sobre la sensualidad (en Canta la arena) y la parca (en Muerte). En esta última también fuiste cristalina: “Palmeras, cañaverales, las playas de Veracruz le dieron fuerza a la luz que había perdido a raudales”. El campo, otra vez.

Con el esternón en carne viva, te marchaste. Dando protagonismo a la banda de seis músicos que te había flanqueado. A los pocos minutos, entraste renovada: te habías desprendido de la gran falda que vestías para lucir un vestido étnico de tono anaranjado y detalle dorado. Quizá, en aviso del recorrido sonoro que ibas a emprender: versionaste los Cien años de Pedro Infante y la Tonada de luna llena de Simón Díaz. Sin embargo, alcanzaste la cumbre con La llorona. Magnética e íntima, convertiste este clásico del folclore mexicano en el colirio ideal contra las llagas del destino. Esa es, precisamente, una de tus grandes virtudes: si alguien necesita recuperar la paz, conectar con la pena o encontrar la fortuna, basta con escucharte. Pues tu arte está compuesto de un principio activo tan potente que puede apaciguar los feroces impulsos que, a veces, acaban por dominarnos. Sientas bien. Sin excepción. Y eso es fruto de la versatilidad artística que has ido desarrollando en estos 25 años de carrera. Como ejemplo, el zapateo que instigaste con la reconfortante Soledad y el mar, para la que invitaste a tus queridas Rozalén y Sílvia Pérez Cruz. Junto a esta última, además, rescataste Mi última canción triste, perteneciente al último elepé de la catalana. Y con la turbulenta Lo que construimos, entraste en todos.

De hecho, no paraste quieta. En esta segunda mitad, te moviste de un lado para otro en busca constante de complicidad. De ahí que la multitud siguiera cada movimiento como si de una coreografía se tratase. La catarsis llegó con Hasta la raíz, ese diálogo con la niña que fuiste y que, por muchos contratiempos que hayas enfrentado, nunca ha desaparecido. Un homenaje a todo aquello que nos levanta como personas. “Sigo cruzando ríos, andando selvas, amando el sol. Cada día sigo sacando espinas de lo profundo del corazón”, cantaste antes de dar paso al coro que puso al público en estado de efervescencia. Contagiosa hasta el tuétano, lideraste una purga colectiva que, lejos de espantar las sombras, y hacer de ellas un tabú, las atrajo para comprenderlas. Y, por qué, para darles el valor que el miedo y la ignorancia les quitó. Llévanos al campo, Natalia. Anda, sí. Aquel que te hizo feliz sin presión. Ese que, cubierto por una densa neblina, te permitió explorar tu interior. Allí donde entendiste que sin cimientos no hay honra que valga.