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La Panda del Moco: la olvidada banda de pijos que aterrorizó Madrid en los 80

El periodista Iñaki Domínguez rememora en su nuevo libro 'La verdadera historia de la Panda del Moco' una época violenta en que la capital estuvo poblada de bandas callejeras enfrentadas

Loic Veillard, el Francés, uno de los líderes de la célebre Panda del Moco.

Loic Veillard, el Francés, uno de los líderes de la célebre Panda del Moco. / CORTESÍA DE LOIC VEILLARD

Hoy en día, con una extrema derecha celebrando su llegada a cientos de ayuntamientos y su probable entrada en el gobierno nacional, cuesta imaginar una época en la que los 'pijos', la parte más adinerada de la sociedad, sintieran que la tierra temblaba bajo sus pies. Pero con la llegada de la democracia a finales de los años 70, no solo las personas adeptas al régimen, sino la mayor parte de la clase alta de nuestro país, sintió que era posible que las prerrogativas de las que hasta entonces habían disfrutado se esfumaran. Durante décadas, los contactos, las redes de poder basadas en la familia y los enchufes de todo tipo habían sido fundamentales para preservar su estatus. ¿Qué pasaría a partir de entonces?

En aquel momento, no era fácil vaticinar que prácticamente nada de eso cambiaría, por eso, algunos miembros de esa clase social, especialmente los más jóvenes, se prepararon para lo que pudiera pasar. No se resignarían a ceder sus privilegios así como así, sino que los pelearían a pie de calle si era necesario.

Ese es, según el periodista, filósofo y doctor en antropología cultural Iñaki Domínguez, el origen de los pijos malos que, durante un largo periodo entre los años 80 y 90, impusieron su ley en las calles de Madrid enfrentándose a otras tribus urbanas como los rockers, los punkis o los quinquis. A este grupo, frecuentemente olvidado cuando se rememora ese momento de nuestra historia social, Domínguez, autor de otra de las obras fundamentales para comprender la sociedad de aquellos años, el memorable Macarras interseculares (Melusina, 2020), les ha decidido dedicar un libro. El nuevo volumen, que acaba de editar Ariel, se titula La verdadera historia de la Panda del Moco, y es un relato antropológico coral y muy entretenido de ese momento, que se centra especialmente en el grupo del título, el más recordado de entre todos aquellos pijos cabreados.

La Panda del Moco, formada por chavales que apenas rebasaban la veintena y que procedían de familias adineradas, y que respondían a motes como el Francés, el Judío, Pablo Full o el Italiano, surgió en parte, como decíamos, como reacción a la amenaza de pérdida de privilegios que se barruntaba en las calles de la capital: reivindicaciones sociales, vecinales, legalización de partidos de izquierdas, orgullo de clase trabajadora… Aunque también un poco por simple aburrimiento, inadaptación y frustración.

El libro, que Domínguez ha podido construir tirando de su amplia agenda cultivada a lo largo de los años durante sus investigaciones pero también en largas noches por la ciudad, está lleno de testimonios y anécdotas contadas por algunos de los miembros originales de la banda como Loic el Francés, sin duda uno de sus miembros más importantes. Por sus páginas también desfila una multitud de personajes anónimos (o que temen revelar su identidad) y otros que no lo son tanto, como por ejemplo Kiko Matamoros, que recuerda su infancia en el distrito de Chamartín, o José Ángel Mañas, cuya famosa novela Historias del Kronen, que trata de las andanzas de un grupo de chavales pijos y descerebrados, también le debe mucho a esta época.

¿Quiénes formaban la Panda del Moco?

“Eran gente que sobre todo vivían por la zona de Chamartín y Paseo de la Habana y que poco a poco fueron ganándose un nombre entre las otras grandes pandillas de la época”, nos explica Domínguez. “La Panda del Moco eran simplemente un grupo de amigos, que se juntaron, que se reconocieron y que empezaron a salir juntos y a meterse en problemas. Se pusieron aquel nombre un poco en broma, existen varias teorías al respecto. Algunos eran especialmente valientes, otros especialmente violentos, algunos también podían tener rasgos psicopáticos, y poco a poco, pelea tras pelea, fueron consiguiendo que la gente les temiera y les respetara en las calles de Madrid. Se ganaron su reputación precisamente por ser bravos y violentos”.

De hecho, a casi todos los unía su pasión por artes marciales como el karate o el full contact, y frecuentaban ciertos gimnasios de la capital en un momento en el que los gimnasios eran exclusivamente para hombres, solían ser sótanos mal ventilados que olían a sudor e ir a uno de ellos era una auténtica rareza.

A pesar de lo que podría parecer, el compromiso político de este grupo era prácticamente inexistente. Se podría decir que más o menos eran de derechas y a veces se les vio en algún acto de Blas Piñar (el líder de los más nostálgicos del franquismo en aquella época), pero solo aparecían por ahí porque, según declara en el libro uno de los integrantes de la banda, “estaban las chicas más pijas y más monas”. En general, según nos cuenta Domínguez, “estaban bastante desideologizados, algo que tampoco era una excepción entre los jóvenes de la época”.

Fotografía extraída del reportaje de la revista 'Blanco y Negro' sobre los 'Niños Vip' del Madrid de los 80.

Fotografía extraída del reportaje de la revista 'Blanco y Negro' sobre los 'Niños Vip' del Madrid de los 80. /

De hecho, su primera gran pelea y una de las que marcó el inicio de su leyenda fue contra los matones de Primera Línea de Falange, algo así como el músculo de la formación ultraderechista.

Según recuerda el Francés en el libro, una noche, unos compañeros de colegio de raza negra fueron a buscar a la banda a un VIPS donde solían reunirse y les pidieron que les echaran una mano porque habían tenido un problema con unos tíos de Primera Línea. “Dijimos, ‘vamos a echar una mano a los negritos’”, recuerda el Francés. “El Judío siempre llevaba una pistola encima y tenía una Vespa roja. Entonces fuimos a la discoteca Gaslight, que estaba en Príncipe de Vergara, a hablar con esos pollos. Al parecer les habían dado un par de tortas a los negros”. Los del Moco eran siete y los otros veinte o treinta fascistas musculosos y con botas militares. Uno de los agredidos entró a buscar a los agresores y cuando salieron uno de ellos enseñó una pequeña pistola (probablemente falsa) en señal de advertencia. El Judío sacó la suya y les dijo: “¿queréis con pistola o queréis a hostia limpia?”. Muchos de los falangistas ya se largaron entonces. Después la pelea fue tan fuerte que la calle se llenó de sangre. La victoria fue total para la Panda del Moco.

Esta pelea y otra en los alrededores del bar Caravelle, donde se reunían algunas de las bandas de macarras más duras de la zona de Entrevías, a los que la Panda zurró de manera violentísima, cimentaron la reputación de la banda en toda la ciudad.

A partir de entonces, todos los temían y muchos juraban que los habían visto en acción aunque no fuera verdad. Durante un tiempo, se convirtieron en un mito urbano que, salvo excepciones, apenas llegaba a los medios de comunicación. Todos hablaban de la Panda del Moco, en algunos barrios eran como el coco, una especie de entidad malvada. El miedo y la violencia personificados. Insinuar que se pertenecía al grupo o que se conocía a alguno de sus integrantes fue durante un tiempo un símbolo de estatus.

La discoteca Pachá fue otro de los locales frecuentados por la Panda del Moco.

La discoteca Pachá fue otro de los locales frecuentados por la Panda del Moco. /

Domínguez señala un punto interesante que se derivó de esta fama: entre los jóvenes de las clases más pudientes de la sociedad muchos se dieron cuenta de que los pijos no tenían por qué ser víctimas, sino que también podían plantar cara. Además, la posición privilegiada de sus padres, de sus amigos y de sus familiares, les dotaba de una impunidad que otros no podían ni soñar.

Esto hizo que surgieran multitud de imitadores de la Panda del Moco (la Banda del Huevo, la Banda del Pollo, Los Tortas…), estableciendo de manera totalmente involuntaria un nuevo arquetipo de pijo malo que sobreviviría durante muchos años, hasta que a mediados de los 90 las fronteras de clase se fueron diluyendo poco a poco en las grandes ciudades y las tribus urbanas fueron perdiendo su importancia.

¿Qué fue de la Panda del Moco?

Según nos explica Domínguez, con los años algunos de los miembros originales de la Panda del Moco se dedicaron a actividades ilegales como robos en casas, locales o incluso a asaltar bancos. Más por diversión y ganas de aventuras que porque necesitaran el dinero realmente.

Iñaki Domínguez, autor del libro./ Cedida


Una de estas acciones fue, de hecho, la que marcó el fin de la banda: un robo en 1983 en una casa habitada de la zona de La Florida, el barrio de lujo en las inmediaciones de la carretera de La Coruña. Tanto el Francés como el Judío fueron detenidos por este hecho un tiempo después y condenados a cuatro años de cárcel. No obstante, tampoco cumplieron su condena: el Francés huyó a Francia aprovechando un permiso penitenciario en 1985 (se acabó uniendo al ejército de ese país) y ambos consiguieron ser indultados años después gracias a los contactos de sus familias.

“La mayoría de ellos acabaron bien”, nos comenta el autor. “En el mundo pijo pues tienes dinero, puedes invertir en cosas, pueden meterte enchufado en sitios… En general, como suele pasar a la gente de entornos adinerados, han tenido un futuro bastante brillante. Otros sí que han tenido algunos problemas, han acabado en la cárcel o han muerto. Otros se han dedicado al tráfico de drogas quizá por puro amor a la adrenalina o siguen en negocios oscuros porque no saben vivir de otra manera”.

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