'Boom' editorial

Nora Ephron: las viejas modernas nunca mueren

La escritora, guionista y directora de cine estadounidense, en pleno renacer editorial en España, narraba sus vicisitudes o las ficcionaba con gracia, ligereza y estilo

La escritora y guionista Nora Ephron.

La escritora y guionista Nora Ephron. / EPC

La gentrificación del barrio. La crianza de los hijos, convertida en un nuevo sacramento, frente al cartesiano tener o no tener de otros tiempos. Envejecer sintiendo que habitas un mundo que no te pertenece, en vano tus esfuerzos por procesar los nuevos códigos, por no descabalgarte de los avances tecnológicos. Es probable que todas las cuitas del urbanita moderno ya sucedieran en Nueva York hace unas cuantas décadas, y más aún que Nora Ephron las contase en algún momento. En libros como No me gusta mi cuello, que acaba de reeditar Libros del Asteroide en castellano, No me acuerdo de nada, en esta misma editorial, o Ensalada Loca (Anagrama).

Como guionista y/o directora de películas como Cuando Harry encontró a Sally, Tienes un email o Julie & Julia. Nora Ephron narraba sus vicisitudes o las ficcionaba con gracia, ligereza y estilo. “Todo es una copia”, solía decirle su madre, guionista al igual que su padre, alcohólicos ambos, en un remake familiar de aquello que la tragedia es comedia más tiempo. “Cuando te resbalas con una piel de plátano la gente se ríe de ti; pero cuando cuentas que te has resbalado con una piel de plátano, quién se ríe eres tú. Así pasas de ser la heroína del chiste en lugar de la víctima”, puso Ephron por escrito. 

Ephron escribió el guion de 'Cuando Harry encontró a Sally'.

Ephron escribió el guion de 'Cuando Harry encontró a Sally'. / EPC

De todo se carcajeó Nora Ephron a lo largo de su vida. Incluso de los míticos cuernos que le puso su segundo marido, el periodista Carl Berstein, junto con Bob Woodward uno de los artífices del caso Watergate que hizo caer a Richard Nixon de la presidencia de EEUU. Embarazadísima, Ephron quedó para comer en un restaurante chino con el esposo de la amante de su marido, nada menos que el embajador británico en EEUU.

“'Ay, Peter’, le digo. ‘¿No es horrible?’. ‘Es horrible’, asiente. ‘¿Qué le pasa a este país?’. Estoy llorando, histérica, y al mismo tiempo pienso que algún día será una anécdota graciosa”, confiesa Ephron en No me gusta mi cuello. En base a la experiencia decide escribir una novela. Cambia los gatos de su primer marido por hámsteres, al embajador británico por un subsecretario de Estado y camufla a Bernstein poniéndole barba. A resultas, publica Se acabó el pastel, que acabará siendo una película protagonizada por Meryl Streep, amiga íntima de la autora, y Jack Nicholson. Carl Bernstein firma el divorcio, supeditado a la condición de que su ex se abstenga de cuestionarle como padre en sus creaciones.

Mucho antes de que Beyoncé lanzase Lemonade inspirada por las infidelidades de Jay Z, Nora Ephron ya hacía limonada con lo más amargo de la vida. No es de extrañar si se tiene en cuenta que incluso sus correrías universitarias acabaron convertidas en una película protagonizada por Sandra Dee por obra y gracia de sus padres, dos guionistas que la trasplantaron cruelmente de Nueva York a Beverly Hills con solo cinco años para dar lustre a su carrera profesional. Las cuatro hermanas Ephron se dedicaron a la escritura.

“No logro entender que alguien pueda escribir ficción cuando lo que ocurre en la vida real es tan asombroso”, reflexiona en No me gusta mi cuello Nora Ephron, que inició su carrera como periodista. A diferencia de otras coetáneas como Joan Didion, ella siempre optó por un tono de comedia: se la ha comparado con una Tom Wolfe femenina, aunque por apego a Nueva York y talante recuerde más a Woody Allen. Frente al enlutado intelectual de izquierdas aún de moda en Europa, ella se muestra desenfadadamente mujer, burguesa y materialista.

En No me gusta mi cuello, Ephron reconoce que está dispuesta a pagar lo que esté en su mano por retener el piso de sus sueños en el West Side, por conservar la belleza de su juventud sin escatimar en peluquería y cosmética. Sus ensayos han envejecido bien, incluso cuando se pregunta con retranca cómo pudo ser la única becaria de la Casa Blanca a la que JFK nunca hizo una proposición deshonesta: quizás fue su permanente, su fondo de armario o el hecho de ser judía, se lamenta. Aunque el capítulo JFK y yo: Ahora puedo contarlo chirría en los tiempos del Me Too, como todos los clásicos volverá, tiempo al tiempo. 

Publicado en 2006, solo seis años antes de su muerte, en No me gusta mi cuello la autora reflexiona sobre el envejecimiento y concluye: “Es triste pasar de los sesenta. Todo son sombras alargadas: los amigos se mueren o enferman. Te envuelve un velo de melancolía”. 

Ella fallecería en 2012, a los 71 años, a causa de una leucemia mieloide aguda que solo supo que padecía su círculo más íntimo, su tercer y último marido, Nicholas Pileggi, y media docena de amigos. “No se puede convertir una enfermedad mortal en una broma. Es casi la única revelación que te convierte en la víctima y no en el héroe de tu historia. Para ella, la tragedia era un pozo de clichés”, reflexionó su hijo Jacob Bernstein tras su muerte sobre por qué mantuvo su enfermedad en secreto. En lo más duro de la pandemia, la edición estadounidense de Vogue lanzó una pregunta: “¿Cómo lo habría manejado Nora?”. Siempre conviene invocarla, en tiempos oscuros.