CONCIERTO

Anestesiar, perforar y extirpar: Quique González, el ‘cirujano’ de las penas urgentes

El cantautor convierte las Noches del Botánico en un improvisado quirófano para atender a todo aquel que, en plena hemorragia emocional, necesitase del calor de sus canciones

Quique González celebró sus 25 años de carrera en las Noches del Botánico.

Quique González celebró sus 25 años de carrera en las Noches del Botánico. / FER GONZÁLEZ | NOCHES DEL BOTÁNICO

Pedro del Corral

Pedro del Corral

Quique González sabe dónde cortar. Lo hace con la precisión de un cirujano, buscando el punto exacto para trepanar el cráneo. Ahí aguardan la nostalgia, la rabia, el deseo, el pesar y la adrenalina a las que lleva cantando 25 años. Por lo que nadie como él para reajustarlas. Su tratamiento se basa en la palabra, el principio activo más potente cuando se trata de afrontar el pasado. Poco importa que usted la conozca de memoria, en los directos gana tal poso que (des)coloca a la primera sílaba. Hay sentimientos que sólo él es capaz de reflejar con la solidez de un espejo. De ahí que cada canción actúe como un punto de sutura hilvanado para calmar cualquier hemorragia emocional. Este domingo, no hubo sangre: Quique anestesió, perforó y extirpó todo dolor sin necesidad de bisturí. Bastaron sus letras para convertir las Noches del Botánico en el quirófano más efectivo del mundo. 100 minutos después, las heridas empezaron a sanar.

Se plantó en el escenario con Miss camiseta mojada, un tema que anticipó la intervención que la masa estaba a punto de vivir. Cálido y delicado, el cantautor centró su discurso en la música. Apenas habló, dejando entrever que en su carrera lo fundamental son las historias. La siguiente erizó a más de un asistente: con Restos de stock recordó, precisamente, por qué se dedica al arte. Quiere entender las relaciones personales, los conflictos cotidianos, las decisiones irreparables, los juicios críticos… Se fija en los detalles, un matiz que le ha permitido llegar a lugares no tan explorados. Y que, en consecuencia, le ha permitido abordar el pretérito con grandes sumas de presente. Lo que explicaría el fuerte arraigo de sus seguidores a su verbo. Se sienten entendidos y, en ocasiones, también aliviados. Anoche, mientras interpretaba Kamikazes enamorados, hubo quien optó por no aguantar más el tipo y dejarse llevar por el afecto. Quique supo crear un espacio íntimo y seguro para ello.

Quique González, flanqueado por su banda en un instante del concierto.

Quique González, flanqueado por su banda en un instante del concierto. / FER GONZÁLEZ | NOCHES DEL BOTÁNICO

“Estamos de celebración, así que vamos a tocar canciones de todos los álbumes. Es una maravilla tener algo tan bonito como lo de esta noche ”, dijo conmovido ante una multitud en perfecta comunión. No hubo sorpresas, pero tampoco decepción. Sus conciertos están pensados para escuchar. Un objetivo que no necesita más que sentido y sensibilidad. La honestidad que tanto le caracteriza fue el hilo conductor de una velada que, con ciertos conatos de palmas, se desarrolló de pecho para dentro. El nervio fue tan intenso que, con Pequeño rock and roll La ciudad del viento, los silencios empezaron a cobrar mil significados. Exactamente, los que cada uno necesitaba para afrontar su particular batalla. Su minimalista puesta en escena y su tenue iluminación, crearon un clima propicio para la contemplación. Y, por qué no, para la reconciliación. Si por algo se caracteriza su discografía es, ni más ni menos, por recoger las dudas que preocupan en soledad y darles una salida en comunidad.

Para ello, se valió del rock con sello folk que ha ido puliendo desde que debutó con Personal en 1998. Un derroche de carisma que, si bien majestuoso, no explotó el potencial del bajo y el teclado. De hecho, por momentos, el tramo central del repertorio resultó musicalmente plano dada la agitación medular que provocaron sus versos. Aunque, bueno, es parte de esa belleza melancólica que él ha adoptado como propia. Enfundado en una chaqueta verde, se adentró en la cabeza de un público fascinado por su grano vocal. Una vez en el lóbulo frontal, asestó tal tajo que no hubo opción para el duelo: la recuperación ya estaba en proceso. Sin medias tintas. E impulsada por una banda compuesta Toni Brunet, Edu Olmedo, Jacob Reguilón y Raul Bernal. Entonces, de fondo, sonaban SalitreSangre en el marcador Su día libre. Tres composiciones que huyen del estribillo facilón para adentrarse en estrofas incisivas. Ahí es donde se encuentra de verdad el material sensible que, cuando menos lo esperas, utiliza como instrumento quirúrgico.

Quique, que rara vez repite set list, lideró una operación diseñada al milímetro. Es clave limpiar bien antes de cerrar. Por ello, dejó el armatoste para el final. Sus icónicas Y los conserjes de noche y Vidas cruzadas remataron una cita que, tan notable como eficaz, volvió a demostrar su pericia para fomentar la reflexión, la empatía y el autocuidado. A sus 49, mantiene el pulso firme que conquistó a Enrique Urquijo, Luz Casal o Stereotipos. Pero con el sedimento que da la experiencia. Entre el público, mayoritariamente de su quinta, hubo algún que otro veinteañero. Es curioso cómo los debates internos se mantienen a lo largo del tiempo. Y, en especial, cómo todos acabamos recurriendo siempre al mismo remedio. Quique González no lo tiene. Lo es. Motivo más que suficiente para, cada equis meses, pedir cita en su singular quirófano. Dispuestos a avanzar, él posee la cura frente a (casi) cualquier malestar.