CINE

‘La mala familia’: una oda a la amistad en los márgenes de la sociedad

La primera película de Luis Rojo y Nacho A. Villar retrata de forma auténtica y honesta la realidad de un grupo de amigos de Madrid cuyo futuro quedó marcado por un error del pasado. Sus directores expican la génesis de la película y su motivación para hacerla

Una imagen del documental 'La mala familia'.

Una imagen del documental 'La mala familia'. / Cedida

Es verano en Madrid y hace muchísimo calor. Como todos los chavales que no pueden permitirse unas vacaciones, Nata, Sebas, Jamel, Chimaira y unos cuantos más deciden irse al pantano de San Juan, situado a unos cuantos kilómetros al oeste de Madrid, para pasar el día juntos.

Llevan un tiempo sin verse y la salida de la cárcel, gracias a un permiso penitenciario, de uno de ellos, Andrés, es la excusa para juntarse. Todos han cambiado mucho desde el juicio (por un hecho que no sabemos) que les transformó la vida hace ya varios años. Aunque todos luchan por labrarse un futuro, la amenaza constante de una condena les obliga recordar, a mantenerse unidos, les hace sentir como en una olla a presión. Parece que los chavales como ellos no tienen posibilidad de redención.

Esa es la historia de La mala familia, ópera prima de Nacho Villar y Luis Rojo, miembros del Colectivo fílmico BRBR, nacido en 2014 en la escena del videoclip y la música urbana. Una película documental filmada con delicadeza pictórica y llena de autenticidad, rodada a lo largo de cuatro años y cuyos protagonistas no son un grupo de amigos cualquiera: son amigos de los directores, a los que decidieron tomar como modelo para retratar una realidad de la ciudad de Madrid de la que mucha gente no tiene ni idea.

La película nació con vocación, más que de ser un testimonio de la vida de estas personas, de lanzar una reflexión a una sociedad que suele acoger la cinta con entusiasmo (en su paso por festivales ya ha resultado premiada en el 59 Festival Internacional de Cine de Gijón, con el premio Filmin en Atlántida Film Fest y con el premio OPEN ECAM, entre otros), pero que no da el mismo trato a sus protagonistas cuando estos ya no están en la pantalla sino en la calle. Hablamos con sus directores, que quieren aparecer en estas líneas como una sola voz.

Luis Rojo (izda.) y Nacho Villar durante el rodaje de 'La mala familia'.

Luis Rojo (izda.) y Nacho Villar durante el rodaje de 'La mala familia'. / Cedida

P. ¿Cuál es vuestro vínculo con la realidad de ‘La mala familia’?

R. Todos los chavales que aparecen en la película son nuestros amigos. Somos parte de una red de colegas y conocidos formada a través del barrio, todos compartimos la zona sur de Madrid, principalmente Carabanchel, Usera, Legazpi, Embajadores… Todos han nacido, vivido, estudiado y, en definitiva, hecho sus vidas, ahí. A algunos de ellos los conocimos porque son los hermanos o primos pequeños de algún colega más mayor, otros son muy amigos desde hace más de 10 años, como por ejemplo Nata, que ya estaba ahí desde que teníamos 15 o 16 años.

P. ¿Y cómo se os ocurre rodar este documental?

R. Aunque La mala familia ya existía como grupo de colegas desde mucho antes, La mala familia como película o proyecto cinematográfico nace cuando llegan las primeras notificaciones para ir a juicio seis años después del hecho delictivo, que no fue otra cosa que una pelea callejera en una zona de discotecas en el 18 cumpleaños de uno de ellos. Entonces, seis años después, ya con 24, y una juventud entera vivida a la espera de qué podrá pasar, por fin obtienen una primera fecha de juicio. Será un proceso lento e intrincado, pero la certidumbre de que el error cometido una noche por fin va a poder ser solucionado pone patas arriba el grupo. En ese momento, todos juntos, como amigos, planteamos la opción de realizar una película que cuente su historia, antes de que la cárcel les haga cambiar para siempre pero, sobre todo, antes de que su vida quede invisibilizada, inexistente, bajo una sentencia judicial o un titular de periódico. La película nace como un ejercicio de resistencia ante una gestión de la información implacable, que puede llegar a anular aquellas identidades que no encajan con cierto perfil de éxito o pertenencia.

P. El rodaje no debió ser sencillo.

R. El rodaje fue una experiencia colectiva muy enriquecedora, pero muy dura. Desde todo BRBR, no solo dirección, queríamos crear una película que capturase la vida, y no caer en el cliché de la ‘vida de barrio’, ‘cine social’, o cualquier otra etiqueta que en el fondo disimula una asimetría de clase. La película sucede a lo largo de cuatro años, aunque el grueso de lo que está montado tiene lugar en el último tramo del rodaje, en particular, durante el primer fin de semana de permiso penitenciario de Andrés. El hecho de que se extendiese tanto en el tiempo nos dio la oportunidad de aprender juntos y de que la película no sea una puesta en escena, sino la documentación sensible de un viaje personal, a ambos lados de la cámara.

P. ¿Hubo mucha improvisación?

R. Planteamos un rodaje en el que teníamos claras las secuencias que necesitábamos para que un espectador que se introduzca de cero en este grupo de amigos pueda compartir el viaje con ellos, pero cedíamos toda la libertad a los actores para que lo resolvieran como les pareciera más oportuno. Si teníamos que hacer una barbacoa, se elegía de manera colectiva quiénes querían hacer el fuego, quiénes preparaban la carne, y quiénes la verdura. A partir de ahí, procedíamos a grabar a cada uno de estos grupos, y mientras esto sucedía, salían conversaciones que nos ayudan a dibujar a cada uno de los personajes, y al grupo como gran personaje colectivo. Por eso, tampoco escribíamos líneas de diálogo, ni repetíamos tomas, lo cual es algo que se nota en el resultado final. Una cosa muy bonita que sale de grabar sin escribir los diálogos es la frescura del lenguaje. La riqueza, la variedad, la genialidad en el uso de las palabras. Los acentos, la forma de comunicar... El decir sin decir. Ahí hay un valor testimonial, archivístico, de la película, en cuanto a cómo recoge los usos orales de la ciudad de Madrid en el 2022. Eso también nos parece importante.

Los amigos, en el pantano.

Los amigos, en el pantano. / Cedida

P. ¿Cuáles dirían que son los grandes temas de la película o qué querían transmitir con ella?

R. Creemos haber hecho una película que habla al conjunto de la sociedad y que tiende puentes, que invita a la comprensión y sobre todo, al diálogo. Queremos aprovechar este espacio para recordar que esta supuesta marginalidad se construye en base a una serie de privilegios materializados en distintas formas de exclusión social, y que aunque es verdad que Andrés llega al set de rodaje directo desde la cárcel, también es cierto que entró en la cárcel con las manos manchadas de pintura, a las 4 de la mañana, cuando venía de trabajar como carpintero en una gran superficie comercial, y que el resto del grupo, como se puede ver en la película, también trabajan, estudian y en definitiva, forman parte activa de la sociedad española. Creemos que es legítimo pedir que se apoye a estas personas y a otras en situación similar para que puedan disfrutar sus vidas en igualdad de condiciones. Que si cometieron un error, en la película se ve claramente como ya han sido juzgados por ello. Y que si confiamos en nuestras instituciones, los juicios deberían ser algo que quede para los jueces, y que una vez que hay un acuerdo en firme entre el Estado y las partes, este error del pasado debería ser algo que queda superado, no a lo que volver una y otra vez como una mácula insalvable.

Con la película también queríamos invitar a reflexionar acerca del papel de la cárcel en la sociedad. Y cómo se convierte en un cubo de basura de lo que no queremos"

P. Quizá uno de los personajes más importantes de la película es la cárcel, que siempre está sobrevolando las cabezas de los protagonistas. También la deuda que tienen que pagar para evitarla.

R. Efectivamente, la cárcel está presente a lo largo de toda la película. Hasta cierto punto, la peli habla de estar preso en vida, y de cómo la solidaridad y el apoyo mutuo son herramientas clave para poder romper con las cadenas. Con la película también queríamos hacer un alegato, una invitación a reflexionar, acerca del papel de la cárcel en la sociedad contemporánea. Y cómo se convierte en un cubo de basura de lo que no queremos. Y no lo hace desde una perspectiva legal o judicial, sino como parte de un sistema excluyente y que anula los cuerpos y experiencias no identificados como iguales.

P. ¿No sirven para reinsertar a quienes pasan por ellas, entonces?

R. No nos parece que sean experiencias de integración, ni que ayuden a la convivencia a través de la reinserción. En nuestra opinión personal, nos parece que si alguien se reinserta en la sociedad tras su paso por la cárcel, es a pesar de esta, y no gracias a ella. También nos parece importante que se vea claramente cómo el pago económico equivale a la libertad. Si los protagonistas hubiesen tenido 60.000 euros en el momento de celebración del juicio, no habría película, porque no habría conflicto. La cárcel dejaría de orbitar sobre ellos. Y podrían vivir en paz. Pero como no los tienen, la cárcel y todo lo que representa les persigue y les muerde los talones.

P. La película también trata de la amistad entre personas en los márgenes, quizá el lugar en el que es más importante.

R. Exacto, la película habla de cómo la amistad, y la horizontalidad en un sentido más amplio, es clave para poder navegar en un mundo que a priori puede resultar hostil o contrario. Aunque hablar de márgenes es reconocer un centro. Y a veces nos preguntamos si es la metáfora más adecuada para describir nuestras vivencias, porque también hay veces que nos sentimos en el centro de nuestra propia vida, como creemos que le pasa a todo el mundo. Por eso, nos parece un concepto con el que la identificación puede ser complicada, aunque entendemos lo que quiere decir. Tal y como lo vemos, la única manera de justificar un ‘centro’ y un ‘margen’ es desde un desequilibrio en el poder. Y esto nos parece un punto de partida interesante para pensar en el concepto de ‘margen’. Y de amistad, claro.