Las críticas de cine de la semana: 'The Quiet Girl', 'Terrifier 2', 'Asuntos familiares', 'La sangre'...

Cáit, la chica tranquila del título del filme, es una reservada niña de nueve años que vive en una localidad de la Irlanda rural, a principios de la década de los 80 del siglo pasado: nunca se nos dice qué época es, no resulta primordial, pero lo sabemos por la ropa, el automóvil o el viejo aparato de televisión. Tiene tres hermanas y una cuarta está en camino. Por este motivo, sus padres, en precaria situación económica –y emocional: la pobreza no es una excusa para el desafecto– la envían a pasar el verano con unos parientes lejanos, un matrimonio maduro y sin hijos. Allí todo cambia, para bien. Cáit halla afecto y comprensión, algo de lo que no hay ni rastro en el hogar familiar.

Sobre el papel, The Quiet Girl es un drama temperado y una suerte de coming of age sin despertar a la sexualidad ni nada de eso. En la realidad, se trata de una película extremamente delicada, muy paciente, que a ratos recuerda la pausa y la musicalidad del gran cine de Terence Davies. Dos ejemplos de la comprensión que Cáit encuentra con su nueva familia. Cuando orina en la cama por la noche, la mujer, lejos de regañarla, le dice que estos colchones son tan viejos que lloran como madalenas. El marido, al principio taciturno, acaba demostrándole todo el cariño que sus padres no pueden ni saben darle. Cuando una mujer le pregunta a Cáit porque habla tan poco, el hombre comenta que utiliza las palabras justas y que ojalá hubiera más gente así. Lo mismo le pasa a la película, utiliza las imágenes, las palabras y los silencios justos. El plano final es muy hermoso y define lo que es el filme. Quim Casas

2022 será recordado como el año que el cine de terror rompió la taquilla estadounidense (y de otros países), como el año en el que películas como Smile, Barbarian y Terrifier 2, producciones pequeñas, llevaron a la gente al cine y recaudaron cifras que superaban escandalosamente sus presupuestos. De todos estos fenómenos, el más asombroso es el de Terrifier 2, secuela tardía de una película de terror de 2016 megaindependiente y rodada con muy poco dinero. Su éxito no sólo es insólito por tratarse de la continuación de un filme desconocido por el gran público, sino también por su naturaleza de película muy nicho, de propuesta para muy cafeteros de un tipo concreto de cine de terror.

Terrifer 2 es un 'slasher' basado en el exceso, muy sangriento, muy violento, muy retorcido, muy gore. No hay nada ella que rompa ese techo: si no te gustan esas películas, sáltatela. Más depurada (no había que correr mucho) que su antecesora y más interesante que aquélla en su dimensión sobrenatural (hay algunas ideas e imágenes perturbadoras en la parte onírica y alucinatoria), la película de Damien Leone tiene a favor el carisma de su protagonista, Art the Clown, payaso asesino que ya forma parte del imaginario del cine de terror. También el indiscutible afecto de su director por los efectos especiales prácticos o artesanales. Pero, aunque a veces genere confusión, lo excesivo o retorcido per se no es divertido. Y Terrifier 2 va muy justa tanto de gracia (algo que pretende) como de ingenio. Desierée de Fez

Tendente por lo general a cierta abstracción y a estructuras complejas, el cineasta francés Arnaud Desplechin sorprende en su último filme por la elección de un melodrama inflamado para contar la relación entre un hermano y una hermana, Louis y Alice, que se odian profundamente. En la secuencia de apertura conocemos la muerte del hijo de seis años de Louis. En la siguiente, cinco años después, asistimos al accidente de carretera que deja en estado de coma a la madre de ambos y en situación crítica al padre. En menos de cinco minutos aparece la fractura inmensa que atañe a la familia. Louis y Alice llevan más de dos décadas sin verse. Ella es una reputada actriz teatral. Él era profesor y escritor, y en todas sus novelas ha humillado a su hermana. Desplechin no se esconde: Asuntos familiares es un dramón de tomo y lomo en el que vemos cómo se hunden los dos protagonistas al mismo tiempo que, mediante evocaciones de uno y otra, asistimos a episodios importantes de su pasado.

Y como drama al límite que es, bastante francés en este sentido, resulta algo afectado y enfático. Los egos y sentimientos de culpa, las crisis de la burguesía artística, la adicción al opio y la búsqueda de otras formas de vida son simples adornos para relatar una historia epidérmica de odio exacerbado. De este modo, Desplechin se sitúa en ese territorio siempre peligroso entre lo sublime y los ridículo. Quim Casas

Hay que disfrutar La sangre, primer largometraje del realizador portugués Pedro Costa, por su extraordinaria fotografía, un auténtico tratado de cómo iluminar en blanco y negro. Uno de los operadores a los que se agradece su contribución en el filme es su compatriota Acacio de Almeida, el hombre que puso luz, también en blanco y negro, a la modernidad de los años 80, sobre todo con la fotografía de En la ciudad blanca de Alain Tanner.

Lo que cuenta La sangre es duro y áspero, en el estilo casi contemplativo con el que Costa encuadra y narra habitualmente. Pero la composición de cada plano es de una belleza sin parangón, un estilo de fotografía que remite a los cielos blanquecinos de los filmes de John Ford, los primeros títulos de la Nouvelle Vague o el nuevo cine alemán, el film noir de Jacques Tourneur y las películas independientes de los 80 y 90 que tan bien retrataron historias minimalistas de deriva en blanco y negro. También es La sangre una historia mínima, a la vez que un melodrama henchido de tensión, sobre dos hermanos y el padre ausente. A veces parecen fantasmas más que seres terrenales por cómo se mueven al compás de la cámara, figuras en duermevela en un filme de atmósfera subyugante que significó del debut del futuro director de En el cuarto de Vanda. Quim Casas

En 1955, un chico negro llamado Emmett Till fue torturado y linchado en Misisipi por, supuestamente, haberle silbado a una mujer blanca; su muerte sigue considerándose uno de los ejemplos más terribles de racismo en toda la historia de Estados Unidos. El nuevo largometraje de la directora Chinonye Chukwu recrea aquella tragedia poniendo el foco en la madre el muchacho, que canalizó su inmenso dolor hacia su labor como activista por la defensa de los derechos de la comunidad afroamericana. 

Till adopta un enfoque directo pero respetuoso, evitando usar su premisa argumental con fines sensacionalistas o didácticos y mostrar violencia de forma explícita -de hecho, parece sacar pecho de su propio tacto de forma algo exhibicionista-; en lugar de centrarse en la brutalidad de los asesinos, pone el foco en el trauma que el crimen generó entre la comunidad negra. Durante buena parte de la película, asimismo, Chukwu mantiene la película a distancia del tipo de clichés narrativos y florituras dramáticas que los biopics de Hollywood suelen aquejar, aunque ni en sus primeros compases ni en su clímax evita el sentimentalismo flagrante. Por otra parte, es cierto, no se molesta ni en esquivar las convenciones propias del cine judicial ni en distinguirse estilísticamente de un telefilme. Su única prioridad es denunciar un sistema legal y social que perpetúa el racismo y, en ese sentido, es indudable que cumple su objetivo. Nando Salvà