Opinión | ESPEJO DE PAPEL

El porvenir actúa en golpes de teatro

Imagen de archivo del escritor, dramaturgo y cineasta español Fernando Arrabal.

Imagen de archivo del escritor, dramaturgo y cineasta español Fernando Arrabal. / MANUEL H. DE LEÓN

Todo es azar en el arte, incluido en el arte del periodismo. Fernando Arrabal, artista español nacido en Melilla y habitante en el París de las artes, inauguró el que se llamó Movimiento Pánico en los años sesenta del siglo anterior. Imaginó esa tendencia rompedora a partir de una frase que construyó abriendo, al azar, dos libros por cualquier sitio. Los puso sobre una mesa grande e hizo coincidir "el porvenir actúa", que fue lo primero que encontró, con la expresión "en golpes de teatro", que halló en el otro libro.

A partir de ahí, de esa frase completa, "el porvenir actúa en golpes de teatro", convirtió el Movimiento Pánico (que se refería al dios Pan) en una de las más eléctricas apuestas literarias, y no sólo, de aquella parte del siglo XX que desembocaría en el hartazgo universal expresado primero en el muy famoso Mayo del 68.

Él quería dejar atrás el surrealismo, que también se basaba en combinaciones así, y al final, ayudado, por ejemplo, por el chileno Jodorowski y el francés Topor, convirtió en interesantes esos años en que persistían las legañas de la guerra mundial y el estupor causado en Europa por la persistencia del fascismo (en España, por ejemplo).

Arrabal era capaz de pintarse a sí mismo como parte de la Última Cena de Jesucristo y de asustar a la patria a la que de vez en cuando volvía escribiendo, por ejemplo, una dedicatoria que hizo furor porque entonces casi nada, ni esa broma, estaba permitido en el país de Franco, la bestia negra de tantos y de Arrabal también.

Esa dedicatoria, escrita en un libro suyo que le alcanzó una lectora, decía exactamente: "Me cago en la Patria". Requerido por policías, jueces y periódicos ultras de la época, el autor de aquella frase estampó a pluma este recado a los que lo persiguieron hasta devolverlo al exilio que se había impuesto él mismo años atrás.

Les dijo a los representantes de la ley y el orden en España: "Lo que en realidad puse en la dedicatoria fue ‘Me cago en la Patra’", refiriéndose a una señora que conocía por ese nombre, La Patra.

Con los años murió Franco, y aun con el dictador vivo él volvió con frecuencia a este país, donde se fueron estrenando, primero con muchísimo éxito y luego sin tanta fanfarria, sus obras que devolvían a la escena su manera de ver la imaginación que produce la vida. A partir siempre, y hasta ahora, de aquella frase milagrosa hallada en el acto de juntar subrayados de páginas distintas de libros abiertos al unísono.

Algunas veces vi a Arrabal en Madrid. El excentricismo jamás lo hizo engreído o autosuficiente. Al contrario, era, y es, felizmente un hombre activo"

Algunas veces vi a Arrabal en Madrid. El excentricismo jamás lo hizo engreído o autosuficiente. Al contrario, era, y es, felizmente un hombre activo, escribe, se enfada y ríe. Vive en París, ahora tiene 90 años, sigue escribiendo, publicando y seguramente jugando al ajedrez, en el que ha sido campeón reconocido incluso por los maestros rusos.

Así que, en tiempos pasados, cuando lo veía en Madrid, alternaba sus vestidos excéntricos, sus montajes surreales y pánicos, con una enorme calidad humana, con la que además ha hecho el bien a sus contemporáneos y a los que vinieron luego.

De todo lo que ha hecho hay mucho por rescatar, naturalmente, y yo propondría releer obras suyas que fueron escándalo y apuesta, tachaduras de la estupidez contemporánea que aun hoy funcionarían en el teatro y en las otras literaturas. Por ejemplo, Baal Babilonia, Fando y Lis o El cementerio de automóviles….

Pero, de todo lo que hizo, de todo lo que contribuyó con su alegría de crear siempre tengo en mi memoria esa frase que, escrita en francés (L´avenir agit a coupes de théàtre), quiere decir algo que en realidad forma parte de nuestras vidas pero cuya definición él halló gracias precisamente al azar al que lo obligaba su voluntad de transgredir incluso lo que ya estuviera escrito.

En efecto, el porvenir actúa en golpes de teatro, y a eso están expuestas la vida común, así como las vidas extraordinarias. Los azares del siglo convirtieron las Torres Gemelas en el espectáculo más atroz y más decisivo del siglo XX (aunque sucediera apenas iniciado el XXI), pero si el azar hubiera dispuesto los dados de otro modo aquella ocurrencia de Kennedy de invadir Bahía de Cochinos hubiera cambiado la historia de Cuba, de la URSS, de EEUU y de todas las iniciales pacíficas o fatales de la época. La guerra de Ucrania, el Mundial de Qatar, el hecho mismo de que estemos vivos, de que nos despertemos y de que sigamos existiendo, responde a esa ciencia que se encierra en las obras de Andrè Breton, de Marguerite Yourcenar o del propio Arrabal, empezando por esa línea que me ha servido para inaugurar aquí lo que aun podemos llamar el año que viene.

La guerra de Ucrania, el Mundial de Qatar, el hecho mismo de que estemos vivos, de que nos despertemos y de que sigamos existiendo, responde a esa ciencia que se encierra en las obras de Andrè Breton"

El porvenir actúa en golpes de teatro. Hace unos días me encontré con un artículo mío cuya escritura y cuya publicación había olvidado. Antes, mirando una de las estanterías, vi la sucesión de libros de uno de los grandes autores de mi vida, el que hizo que creyera que, en efecto, el azar hace que las cosas, el periodismo, por ejemplo, se incline al lado de la razón o de la nada. Aquel artículo, publicado en la Nueva Revista de España y en La Nación de Buenos Aires, había aparecido en abril de 2021. Por esas razones que nadie sabe, ni los psiquiatras, estaba escondido en la parte de atrás de mi cerebro, en el que habita el olvido, y surgió casi a la vez que miré los libros y tuve noticia de ese texto que, esta es la primera parte de la coincidencia, aparecía en twitter como si viniera del aire.

Poco después fui a entrevistar al actor y director de teatro Mario Gas, catalán nacido en Uruguay. Para conversar con él me hice con una entrevista que yo mismo le había hecho precisamente en abril de 2021, y en cuyo encabezamiento había puesto, por error, Mario Camus, actor, director; por fortuna el periódico evitó la fatalidad de la errata. Evidentemente, el autor que tanto me influyó, sobre el que yo había escrito aquel texto que yo mismo había olvidado, era Albert Camus, uno de los periodistas más importantes del maldito siglo XX europeo, el autor de El revés y el derecho (cuyo título preside estos textos míos en Clarín y de cuya muerte en accidente, ocurrida en la carretera que le llevaba a París, se producía ese mismo día, el 4 de enero (de 1960), en que yo cometía olvidos y errores relacionados precisamente con él. Aunque quién sabe si en aquella errata mía también habría tenido algo que ver un pensamiento inconsciente sobre el director de Los santos inocentes que respondía exactamente a aquel nombre. Otro efecto del azar.

El porvenir y los azares. Al salir de casa, antes de hacer la entrevista, me encontré un libro de cabecera, que siempre me despide al irme por esa puerta, El mundo de ayer, de Stefan Zweig, con el que entendí los precedentes de los dramas que vivió el propio Camus y que se concentran en todas las obras que describen la peste que sufrió la humanidad en cuando se cumplieron los vaticinios que llevaron a Zweig al suicidio. En mi maletín de trabajo, además, me llevaba, para terminarlo, un libro preclaro, impresionante, de Edgardo Cozarinsky, sobre Argentina y sus sombras; un hombre, cineasta, escritor, inteligentísimo ser humano, Cozarinsky es autor de este Vudú urbano (Emecé, 2007, la edición es reciente), que por esos azares me encontré en una estantería de Tenerife y que me disponía a terminar en Madrid para hablar de su autor y de la vida hablaba con él en La Recoleta de Buenos Aires.

Al regresar a casa con tantos azares en mi mochila oscura había, entre los paquetes recientes traídos a casa por el azar de los mensajeros, había dentro de un sobre de Tusquets, este otro libro de Cozarinsky, Cielo sucio, "un feroz y asfixiante verano", reza la faja que el editor le ha puesto al libro. Luego me acordé de Fernando Arrabal y me puse a escribir este artículo con el deseo de que el azar no se muerda la cola en la que también habita el olvido.