ÓBITO

Muere Joan Didion, la gran cronista del duelo y una de las voces más destacadas del nuevo periodismo americano

La escritora y periodista se consagró como icono literario en la California de los 70, donde cultivó una de las miradas más incisivas sobre la sociedad norteamericana.

Joan Didion, con su célebre Corvette.

Joan Didion, con su célebre Corvette. / ARCHIVO

Jacobo de Arce

La escritora Joan Didion ha fallecido en Nueva York a los 87 años y debido a complicaciones relacionadas con el parkinson, según comunicaron sus representantes de la editorial Knopf. Con ella se va una de las miradas más lúcidas e incisivas que ha tenido la América contemporánea. Una autora capaz de realizar los mejores retratos panorámicos de una sociedad marcada por las contradicciones, pero que siempre estuvo dispuesta también a mirar hacia dentro y abrirse en canal para escribir sobre los momentos más duros que atravesó en su vida.

Didion fue una de las principales representantes del nuevo periodismo norteamericano, la corriente que en los años 60, y en paralelo a los cambios que atravesaba el país, optó por una aproximación más literaria y subjetiva al oficio de reportero, alejado del papel de observador objetivo y distante que había dominado hasta entonces. Ella fue la excepción femenina en un grupo formado fundamentalmente por hombres -los Wolfe, Mailer, Capote, Thompson o Talese-, pero dueña de una escritura, cincelada con frases perfectas, que podía ser tan dura como la de ellos para llegar hasta las últimas consecuencias en cada una de las historias en las que se embarcaba.

La autora estuvo además muy vinculada con el cine, participando en guiones de películas emblemáticas, como Pánico en Needle Park o la versión de 1976 de Ha nacido una estrella, que escribía a cuatro manos con su marido, el también escritor y guionista John Gregory Dunne.

En 1976, Didion publicó Por qué escribo, un ensayo adaptado de una conferencia que había dado y en cuyo título parafraseaba otro de Orwell. En él dejaba claro cuál era el impulso primario que la empujaba a hacer lo que hacía: "En muchos sentidos la escritura es el acto de decir yo, de imponerse sobre otros, de decir: escúchame, ve esto como yo lo veo, cambia de opinión. Es un acto agresivo, incluso hostil. [...] Poner palabras en papel es la táctica de un acosador secreto, una invasión, una imposición de la sensibilidad del escritor en el espacio más privado del lector". Un poco más adelante, señalaba: "Escribo estrictamente para averiguar qué estoy pensando, qué estoy mirando, qué veo y qué significa. Para averiguar lo que quiero y lo que me da miedo".

California en el ADN

MademoiselleVogueThe National ReviewRío Revueltoel drama familiar, la violencia, el caos y el escenario descarnado y luminoso que suponía California,

Su primer libro de no ficción, el género que la haría célebre, fue Arrastrándose hacia Belén, una recopilación de artículos que constituían un fresco de la vida en la Norteamérica de los años 60 y que de nuevo ponían el foco en California. Ese territorio y todo su abanico de expresiones y fenómenos, de Hollywood a los Panteras Negras, de las drogas a la música de The Doors, fueron no solo el objeto de muchos de sus reportajes, sino también de novelas como Según venga el juego (1970), un retrato despiadado del mundo del cine y de la realidad de ser mujer en la América de entonces que también adaptó para la pantalla.

La luz y el dolor

Quintana Roocosta Oestelos problemas de salud marcarían muchas fases de su vida, que documentó en libros como The White Album y ensayos como In Bed.

En este último, donde trataba el tema de las migrañas que la llegaban a dejar inconsciente una o dos veces a la semana, escribía líneas que eran la perfecta expresión de su carácter y de su postura ante una vida que a menudo le resultaba complicada: "Si se incendia mi casa, me abandona el marido, se producen tiroteos en las calles o cunde el pánico en la banca no reaccionaré con un dolor de cabeza. El dolor de cabeza me ataca cuando libro una guerrilla con mi propia vida, en semanas de percances hogareños, por haber perdido la ropa en la lavandería, de haber discutido con la asistenta, de citas anuladas, en esos días que el teléfono suena demasiado, no me quito el trabajo de encima y me agobio".

En los años 80, Didion abrió una nueva veta con el periodismo político, que le llevó a publicar libros sobe el conflicto de El Salvador o sobre la comunidad cubana exiliada en Miami, y que seguía compaginando con sus guiones, artículos y novelas.

Ya en los 2000s, e instalada en Nueva York, la autora se convirtió en la gran cronista del duelo cuando afrontó desde la escritura la muerte de sus dos personas más cercanas en sendos libros que se convirtieron en un éxito automático de crítica y ventas. En El año del pensamiento mágico (2005), que recibió el National Book Award el año de su publicación, Didion se adentró con detalle en el dolor que le había provocado la muerte de su marido mientras la hija de ambos, Quintana Roo, se encontraba gravemente enferma. Justo antes de que el libro se publicase, su hija también falleció, y el duelo subsiguiente, además de sus reflexiones sobre la maternidad y el envejecimiento, se plasmaron en un nuevo libro, Noches Azules (2011).

Maestra de escritores

La escritora Laura Fernández, que acaba de publicar La señora Potter no es exactamente Santa Claus, una novela en la que uno de sus personajes está inspirado en otro de Didion, reconoce que nunca ha querido leer El año del pensamiento mágico porque porque cree que no se puede escribir un libro desde el duelo. Recuerda que Claudio López Lamadrid, el editor que se llevó a Didion a Random House [fallecido en 2019], decía que Noches Azules era "un intento de hacer un libro sobre la muerte de su hija, pero solo un intento, no puedes hacer nada con ese dolor".

Fernández prefiere reivindicar a la Didion novelista, la moderna que se vuelve posmoderna y anuncia todo lo que vendrá después. "Para mí Didion anticipa la desestructura narrativa que hoy vemos en gente como Chris Kraus. Una forma de narrar valiente, sin complejos, muy árida a la vez, y se nota en lo que escribe", razona la autora. "Ella era muy dura, muy telegráfica. Construía un mundo fragmentario, como de polaroids, y fue la primera que lo hizo. Anticipó a Douglas Coupland o a Bret Easton Ellis, que es un gran fan de ella, la considera su maestra. Para mí es el vínculo fundamental entre la literatura norteamericana de los 70 y la de los 80 y 90. Y había sido invisibilizada en España por completo. Yo leí antes a sus discípulos que a ella, pero vienen todos de ahí".

Como señala Laura Fernández, Joan Didion no había sido publicada en España hasta que Julián Viñuales decidió editar El año del pensamiento mágico en su editorial de entonces, Global Rythm, en 2005. Otro ejemplo más de una autora ensombrecida en un mundillo literario que hasta hace muy poco era eminentemente masculino.

Desde aquel libro, que enseguida le asignó una legión de admiradores en nuestro país, su obra ha sido recuperada de manera sistemática por Penguin Random House (PRH). Miguel Aguilar, director editorial del sello, reconoce que Didion se ha convertido en uno de los referentes imprescindibles de su catálogo. "Hemos publicado siete de sus libros, y tenemos pendiente publicar un par de obras más – explica a este diario-. Quizá el más especial de todos ellos sea Los que sueñan el sueño dorado, una antología que preparó ex profeso Didion a instancias de Claudio López". PRH publicará el próximo año la traducción de Where I was from, un libro de ensayos sobre California.

Probablemente el mejor retrato de ella sea el que hizo su sobrino, el actor Griffin Dunne, en su documental El centro cederá (2018), donde una Didion anciana y frágil repasaba episodios duros de su vida profesional con una frialdad pasmosa, como una vez que vió "oro" periodístico en la imagen de una niña totalmente drogada con ácido con la que se topó en uno de sus reportajes. Una dureza y una distancia que quizá fueron imprescindibles para convertirse en una de las grandes observadoras de nuestro tiempo.

La prosa de Didion

El arranque de Noches Azules es un buen ejemplo del talento de Didion para trazar imágenes memorables con sus palabras: “En ciertas latitudes hay un lapso de tiempo, al acercarse el solsticio de verano y los días posteriores, unas semanas como mucho, en que los crepúsculos se vuelven largos y azules.[…] Pasas por delante de una ventana, paseas hacia Central Park y te encuentras bañada en el color azul: la luz en sí es azul, y al cabo de una hora más o menos este azul se acentúa, se intensifica aun mientras se oscurece y se apaga y se aproxima finalmente al azul del cristal en un día despejado en Chartres, o al de la radiación de Cherenkov que emiten las varas de combustible de las piscinas de los reactores nucleares. Los franceses llaman a esta hora del día ‘l’heure bleue’. Nosotros la llamamos ‘el crepúsculo’. La misma palabra ‘crepúsculo’ reverbera, despierta ecos –crepitación, crescendo, corpúsculo, crisálida-, lleva en sus consonantes las imágenes de persianas que se cierran, de jardines que se oscurecen, de ríos flanqueados de hierba que se deslizan entre las sombras”.